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He estudiado y practicado la Ciencia del Cristo durante treinta...

Del número de enero de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


He estudiado y practicado la Ciencia del Cristo durante treinta años. Durante este tiempo, mi vida ha mejorado continuamente. He tenido muchas curaciones físicas y una gran regeneración espiritual. Estoy profundamente agradecido a Dios.

Hace algunos años, cuando nuestro hijo estaba terminando la escuela primaria en un internado, había venido a casa para pasar las vacaciones de verano. En cierta oportunidad nos pidió que lo lleváramos a nadar a una de las tantas playas que tenemos en Bombay. Yo estaba poco dispuesto a hacerlo, pues la estación del monzón acababa de comenzar y se consideraba que el mar era peligroso debido a las corrientes opuestas y a las traicioneras corrientes submarinas. Pero nuestro hijo insistió en que lo llevásemos, y al final mi esposa y yo decidimos que si éramos cuidadosos y no nos internábamos demasiado en el agua, podríamos nadar sin peligro. (Más tarde, después de lo acontecido, nos dimos cuenta de que no había sido prudente nadar ese día, especialmente porque el público había sido prevenido sobre los peligros durante esta estación.)

Entramos en el agua hasta que nos llegó a las rodillas. Mi esposa y mi hijo empezaron a jugar, y lo estaban pasando muy bien. Yo me metí un poco más adentro hasta que el agua me llegó a la cintura, para poder dar algunas brazadas. De pronto, oí gritar a mi esposa y a mi hijo pidiendo ayuda. Me di vuelta para mirar, pero no los vi por ninguna parte. Luego vi sus cabezas por un momento, pero se sumergieron de nuevo. Velozmente fui hacia ellos y tomé a mi esposa con una mano y a mi hijo con la otra.

En ese momento me di cuenta de que no hacíamos pie. Las corrientes submarinas habían creado una zona de arenas movedizas y estábamos literalmente ahogándonos a pocos metros de la orilla. Traté de nadar con los pies hacia la costa ya que estaba sosteniendo a mis seres queridos con ambas manos, pero la marea era tan fuerte que por más esfuerzos que hacía casi no avanzaba. Al final, después de haber tragado mucha agua salada, y haciendo esfuerzos por respirar, conseguimos hacer pie. Llegamos tambaleantes a la orilla y nos desplomamos sobre la arena. Durante nuestra lucha en el agua, el único pensamiento que había venido a mi mente fue la verdad de que Dios es la Vida del hombre y que Suya era la fuerza a la cual necesitaba recurrir. Más tarde, mi esposa me dijo que ése había sido exactamente el pensamiento que ella había tenido.

Apenas habían pasado unos segundos, cuando una pequeña ola nos bañó donde estábamos sentados. Repentinamente mi hijo dio un salto y gritó, y vimos una medusa (conocida también como aguaviva) adherida a su mano. No lo picó, pero al tratar de desprendérsela cayó sobre mi cara y me picó. En pocos instantes, la cara se hinchó tremendamente. Los tres entramos en el auto y regresamos a casa, orando y cantando himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. También compartimos las verdades espirituales de “la exposición científica del ser” (ver Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 468) y del Salmo veintitrés.

Cuando llegamos a casa, los tres nos sentamos a estudiar, por segunda vez ese día, la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Después comimos, y nos fuimos dormir sintiéndonos seguros de que estábamos permanentemente bajo el cuidado perfecto de nuestro Padre celestial.

A la mañana siguiente nos alegramos mucho, aunque no estábamos sorprendidos, al ver que la cara había vuelto a la normalidad, y que no se habían presentado consecuencias de nuestra dura experiencia en el mar. (Leímos en los diarios que otras dos personas habían sido picadas por aguavivas ese mismo día, con serias consecuencias. Una de ellas no había sobrevivido.) Nuestra gratitud a Dios por Su ayuda y protección fue, por supuesto, ilimitada. Como Científicos Cristianos, hemos llegado a poner toda nuestra confianza en esta Ciencia del Cristo, y sentimos que a ella le debemos todo lo que tenemos.


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