Estaba preocupada por mi hijo adolescente. Su conducta era todo menos normal. Muy a menudo se veía lleno de ansiedad y propenso a accesos de llanto o arrebatos de cólera. Sus profesores tenían dificultades con él, y en casa siempre causaba conflictos.
Tratando de ayudarlo, hablé con él muchas veces, pero llegué a la conclusión de que era imposible razonar con él. Cuando le preguntaba cuál era el problema, su respuesta siempre era “no lo sé”. Cuando le sugerí que orase, me replicó con maldad: “¡No creo en Dios!” Varias veces, en medio de la ira o la desesperación hablaba de suicidio.
Como estudiante de Ciencia Cristiana, durante todo este difícil período me dediqué a orar. Por momentos, me sentía agotada, física y espiritualmente. En esas ocasiones me ayudó un practicista de la Ciencia Cristiana, y, como resultado, me sentí muy fortalecida. Después de algún tiempo, mi esposo, que no es Científico Cristiano, dispuso que a nuestro hijo lo atendiera un psicólogo. Aunque mi hijo no había elegido esa clase de tratamiento (él sentía que no necesitaba ninguna ayuda), participó por algunos meses en esas sesiones. Hubo ocasiones en que se notó una mejoría; pero fueron seguidas de nuevos trastornos. Entonces las sesiones terminaron.
A veces, yo reaccionaba con enojo ante su comportamiento y le decía cosas de las que luego me arrepentía. Después me sentía frustrada, culpable y temerosa. Pero, de todas maneras, continué orando a diario con firmeza, tanto por mí como por mi hijo.
Una tarde, hubo en casa un altercado de proporciones mayores en el que mi hijo estaba implicado. Parecía estar fuera de sí y lleno de odio. Esta vez sentí que dentro de mí fluía una fuerza espiritual. Podría describirse como una elevación, un sentido de aplomo espiritualmente impulsado, de dominio, y de liberación de la tremenda angustia que estas situaciones me producían con tanta frecuencia.
Me aparté de esa escena y comencé a orar. Fui sintiéndome más tranquila a medida que me aferraba con todas mis fuerzas al hecho espiritual de que el hombre, como la expresión del ser de Dios, sólo podía estar consciente del bien; que no existía una atracción real hacia la muerte o la discordia porque no existía ningún poder que pudiera anular el amor y el bien que Dios está expresando en el hombre. En contraste con la aspereza que parecía tan evidente, vi que, como dice Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, “las creencias de sufrimiento, pecado y muerte son irreales”.Science and Health (Ciencia y Salud), pág. 76: “Suffering, sinning, dying beliefs are unreal.”
El sentido material que considera al hombre como una personalidad física y mental, producida e influida por hormonas y la genética, por emociones y presiones sociales, no es la realidad del hombre como hijo de Dios. El relato espiritual de la creación descrito en el primer capítulo de la Biblia declara que Dios es el único creador del hombre y la fuente de toda individualidad, y que todo lo que El crea es bueno y permanece como tal.
A menudo escuchamos advertencias sobre el período de la adolescencia, el cual se caracteriza por la rebelión, reacciones intensas y cambios temperamentales. La inestabilidad emocional se considera como “normal” para esa edad. Pero sobre la base del hombre espiritual —sin pecado, perfecto, armonioso, completo y gobernado por Dios— lo cual yo estaba empezando a comprender y ver como la verdad de la naturaleza de nuestro hijo, me rehusé aceptar la inestabilidad como normal o como algo que debía soportar.
La Biblia presenta un ejemplo tras otro de las pruebas que dio Cristo Jesús del poder de la inocencia y bondad verdaderas sobre el pecado, del poder de la salud sobre la enfermedad y del poder de la vida sobre la muerte, destruyendo “las obras del diablo” en todas las formas en que el mal parecía dominar a la gente. Más aún, Jesús enseñó a otros a hacer lo mismo.
A lo largo de los meses en que me dediqué a estudiar la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, fui logrando la inspirada convicción de que la naturaleza real del hombre es creada por Dios, el Espíritu. Ciencia y Salud nos recuerda: “El Espíritu, sinónimo de la Mente, el Alma o Dios, es la única sustancia verdadera. El universo espiritual, incluso el hombre individual, es una idea compuesta, que refleja la sustancia divina del Espíritu”.Ibid., pág. 468: “Spirit, the synonym of Mind, Soul, or God, is the only real substance. The spiritual universe, including individual man, is a compound idea, reflecting the divine substance of Spirit.”
El hombre es la maravillosa idea de Dios. El Espíritu es la sustancia de su individualidad y él refleja la consciencia divina, expresando una actividad noble y constructiva. No existe, en realidad, un impulso hacia la muerte. Ciencia y Salud dice acerca del hombre: “El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia”.Ibid., pág. 63: “Spirit is his primitive and ultimate source of being; God is his Father, and Life is the law of his being.”
Durante esos meses yo sabía que era absolutamente esencial, amar verdaderamente a mi hijo. Hubo momentos en los que sentía todo menos amor. Entonces solía apartarme de ese desdichado cuadro y oraba para ver a mi hijo como la semejanza espiritual de Dios. Después de orar, siempre volvía a descubrir mi amor por él.
Intuitivamente yo sentí que si el muchacho pensaba que nadie lo amaba y que no reunía condiciones para ser amado, él iba a creer que no había una razón para vivir. Reconociendo que yo reflejaba el amor de Dios y que el Amor divino, Dios, conocía a mi hijo en toda su inocencia y bondad espirituales, pude amarlo en todo momento, aun cuando tenía que enfrentar los ataques más desagradables.
Después de esa tarde tan difícil, en que por primera vez me sentí liberada de la opresión emocional, nuestro hijo jamás volvió a hablar de suicidio. Al cabo de un tiempo las relaciones con sus profesores fueron gratas y constructivas y, finalmente, la situación también mejoró en nuestro hogar. Hoy, después de haber transcurrido cuatro años, él tiene interés en sus estudios, se desempeña muy bien en el colegio, tiene actividades sociales y se siente feliz. Los que en casa antes lo consideraban difícil, ahora encuentran que su compañía es un placer.
Hace dos años, este muchacho presenció el suicidio de un hombre que se tiró enfrente de un tren en marcha. Esta experiencia lo impulsó a hablar largamente conmigo sobre la muerte. Ahora sí tenía interés en escuchar lo que yo podía decirle, y compartí con él esta profunda observación sobre la muerte y la salvación de Ciencia y Salud: “Cuando se aprenda que la enfermedad no puede destruir a la vida y que los mortales no se salvan del pecado o de la enfermedad por la muerte, esa comprensión nos despertará a vida nueva. Vencerá tanto el deseo de morir como el pavor a la tumba y destruirá así el gran temor que acosa a la existencia mortal”.Ibid., pág. 426: “When it is learned that disease cannot destroy life, and that mortals are not saved from sin or sickness by death, this understanding will quicken into newness of life. It will master either a desire to die or a dread of the grave, and thus destroy the great fear that besets mortal existence.” Es interesante que durante el siguiente año nuestro hijo fue capaz de ayudar a una adolescente a vencer la tentación de quitarse la vida, pues estaba muy desconsolada porque uno de los padres había abandonado el hogar.
La voluntad de Dios es que Sus hijos lo expresen a El. Cuando nos esforzamos por hacer Su voluntad, somos verdaderamente felices y obtenemos logros, y también contribuimos de manera significativa al bienestar de quienes nos rodean. Estoy viendo que esto se está demostrando gradualmente en la vida de nuestro hijo, y mi corazón se enternece por los comentarios favorables y expresiones de aprecio por su bondad que expresan los demás.
La forma en que recibí ayuda durante esta prueba fue una respuesta precisa a nuestra necesidad, y las palabras específicas que pude haber dicho a mi hijo en diferentes momentos provinieron de mi oración y de mis afirmaciones de la Verdad. Lo más importante no son las palabras o los detalles humanos, sino la verdad. Es también importante que, a pesar del tiempo que haya durado esta clase de problema, a pesar de lo imposible que parezca comunicarse con la persona, a pesar de los errores que se hayan cometido, el espíritu del Cristo que Jesús vivió está aquí, instruyendo, guiando, revelándonos constantemente que Dios está a cargo de la situación, que Su amor es real y todopoderoso y que gobierna a Sus hijos en cada situación. Como dice la Biblia en forma tan consoladora: “Así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”. Isa. 43:1.
Nota del hijo de la autora:
Yo soy el hijo que fue sanado. Todo lo que mi mamá describe acerca de la experiencia es verdad.
Hace aproximadamente dos años, yo estaba parado en el andén del tren para ir a casa de regreso de la escuela, cuando presencié un suicidio. Un hombre que estaba cerca de mí se tiró enfrente del tren que pasaba. Ser testigo de un hecho así me produjo una conmoción. Esa noche hablé con mi mamá sobre eso. Ella me ayudó a comprender que el suicidio no soluciona los problemas, que debemos hallar una respuesta a nuestros problemas.
Tres meses después de esta experiencia, una amiga me confió que estaba pensando en suicidarse. Le dije que con eso no iba a resolver nada. Posteriormente habló con un consejero estudiantil y cambió de opinión. Ahora contempla la vida de un modo más positivo.
Del esposo de la autora:
Hace más de cuatro años, nuestro hijo tuvo trastornos emocionales que nos preocuparon a mi esposa y a mí. Estaba o abstraído o lleno de ira, rebeldía y odio. Hablaba de la violencia y varias veces mencionó el suicidio. Eso continuó por bastante tiempo y pensé que sería conveniente consultar a un psicólogo. Se hicieron los arreglos para ello, a pesar de que nuestro hijo no tenía interés en participar.
Durante las visitas al psicólogo, la mejoría fue evidente. Era claro que nuestro hijo se esforzaba por cooperar más. Pero después de un tiempo, los trastornos emocionales y los arrebatos de cólera reaparecieron.
No sabría decir con exactitud en qué momento las cosas empezaron a cambiar, pero gradualmente fue sintiéndose más contento. (Durante todo ese período tormentoso él daba la impresión de que casi nunca sonreía.) Fue posible establecer una relación amistosa entre nosotros dos, y continúa creciendo.
No voy a afirmar que ya no es necesario disciplinar a nuestro hijo; pero sus altibajos emocionales tan extremos, los accesos incontrolables de llanto, el odio intenso y el hablar de suicidio han desaparecido desde hace cuatro años. Está progresando en su trato social y su desempeño en la escuela es bueno. También manifiesta un grato sentido del humor.
