He sido miembro de La Iglesia Madre por más de treinta años, y durante este tiempo he experimentado el poder sanador de Dios en muchas ocasiones.
Hace unos años, mientras me encontraba viajando en el extranjero en una excursión en autobús, de repente me quedé casi sordo. Podía oír los sonidos fuertes, pero no podía oír lo que decía la gente que estaba sentada en la misma mesa en donde yo estaba.
Durante las dos semanas siguientes estuvimos muy ocupados. Yo oraba diariamente por mí. Llamé por teléfono a una practicista de mi pueblo para que me ayudara por medio de la oración. Estuve a punto de sentirme muy desalentado, pero pude disfrutar del viaje y participar en las actividades que habían sido programadas.
Cuando llegué a casa pude dedicar más tiempo a orar y estudiar, y hablar diariamente con la practicista. Ella me alentó declarando muy positivamente que la curación es inevitable. Yo sabía que ésta era la verdad sobre la situación, aunque aún parecía algo remota. Sin embargo, me di cuenta de que, como reflejo de Dios, debo reflejar perfección al oír, y en todos los demás aspectos de mi ser. El universo de Dios y todo lo que El ha creado tiene que expresar perfección. Un reflejo no puede desviarse del original.
Algunos días después de mi regreso, de repente pude oír nuevamente, pero a la mañana siguiente volví al estado anterior. Esto era desalentador, pero la practicista me recordó que la materia no tiene poder, porque el Espíritu, Dios, es todopoderoso, y que no podemos apoyarnos en ella para saber la verdad exacta. Sabía que estaba escuchando la voz de Dios y que El me estaba viendo como Su hijo amado. Más tarde, mi esposa me habló desde el otro lado de la sala y pude oír claramente cada palabra. Sabía que había sanado, y mi capacidad para oír no se ha deteriorado.
Tres hechos en la curación se destacan para mí: la semejanza espiritual del hombre con Dios quedó establecida en mi pensamiento; la verdad de que la curación es inevitable se afirmó de algún modo en mí; y cuando dejé de creer que esa dificultad tenía algún poder sobre la idea de Dios, el hombre, la misma tuvo que ineludiblemente desaparecer en la nada.
La tarea del hombre es hacer la voluntad de Dios. Por medio de la obediencia logramos nuestro dominio. Como dice el Apóstol Juan en su Evangelio (Juan 1:12): "A todos los que le recibieron [a Cristo], les dio potestad de ser hechos hijos de Dios". Ahora somos hijos de Dios. La Biblia nos enseña por qué esto es verdad y revela el dominio que tenemos sobre todo reclamo que hace la materia o el mal para controlarnos.
Las palabras no son suficientes para expresar mi profunda gratitud por Cristo Jesús, quien demostró la relación impecable del hombre con Dios al sanar al enfermo y al pecador; por la Sra. Eddy, quien escudriñó las Escrituras hasta que también pudo sanar la enfermedad y el pecado; y por los dedicados practicistas de la Ciencia Cristiana quienes se mantienen firmes ante los reclamos que hace el mal para controlar al hombre.
Calgary, Alberta, Canadá
