Cualquiera que sea el trabajo que estemos haciendo en la iglesia, la tarea es, ante todo, espiritual. En esta crónica, que se publicará en dos partes, consideraremos el trabajo en las Salas de Lectura. Esta es la segunda parte. La primera apareció en el Heraldo de octubre de 1989.
¿Qué es lo que nos hace amar el trabajo de la Sala de Lectura y nos impulsa a trabajar cada vez con mayor ahínco? Es reconocer lo que estamos haciendo. Una visión clara de la importancia de nuestro trabajo. Una convicción firme, inquebrantable de que nuestro trabajo. Una convicción firme, inquebrantable de que nuestro trabajo está sanando al mundo. No es de sorprender que estas ideas resulten familiares. Se repiten constantemente en la correspondencia que recibimos de todo el mundo.
Nos sentimos profundamente conmovidos por la percepción de un bibliotecario de una Sala de Lectura de Alaska. Este joven nos envió una carta de cinco páginas escritas a mano y a simple espacio, con respecto a la actividad de la Sala de Lectura de su iglesia filial. Nos informó que diariamente utilizan la Sala de Lectura entre cinco y diez personas, y concurren por semana una o dos personas totalmente nuevas en Ciencia Cristiana. Presten atención a la manera en que este consagrado trabajador comprendió esa actividad de la Sala de Lectura: "Lo maravilloso de estas [experiencias] es que no son simplemente incidentes sin importancia, sino que uno puede ver el toque del Cristo en la vida de la gente, bendiciéndola de modos y maneras que nosotros quizás ni siquiera conozcamos. Es bueno sentirse parte de esto.. ."
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