Refiriéndose a la gran acogida que tuvo el ministerio de Cristo Jesús, el Apóstol Lucas dice: "Los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba". Lucas 4:40.
¿Qué era lo que Jesús veía diferente de lo que otros veían en la sufriente multitud, que lo capacitaba para sanarlos? Es obvio que no podía haber conocido personalmente a cada uno de los enfermos y lisiados que venían o que traían a él para ser sanados. Entre ellos debe de haber habido ricos y pobres; algunos con agradables personalidades y otros con actitudes desagradables, algunos que eran miserables pecadores y otros que eran devotos adoradores. Jesús sanaba a toda clase de personas. El hecho es que venían con expectación o, por lo menos, con la esperanza de ser sanados.
Tal vez se habían enterado por otros que habían sido sanados. O quizás intuitivamente sintieron que él los sanaría. En todo caso, esta expectación les predisponía el pensamiento para ser tocados por el Cristo, la Verdad. Puede que hayan vislumbrado algo de la espiritualidad que poseían, y esto los elevaba por encima del sentido de separación del bien, Dios, y los sanaba.
Como lo explica la Sra. Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: "Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos".Ciencia y Salud, págs. 476–477.
¿"Veía en la Ciencia"? ¡Sí! La Ciencia Cristiana —la Ciencia del Cristo, o la Verdad— se refiere a las leyes de Dios como fueron practicadas por Jesús. Ninguna otra persona ha demostrado, en su máximo grado, la evidencia científica de su semejanza a Dios como la demostró el Maestro.
Jesús sabía que él era el Hijo de Dios, y enseñó que Dios es nuestro Padre. De manera que el Salvador podía ver a otros como los hijos e hijas perfectos del único Espíritu, Dios.
Jesús dijo claramente que su misión no era la de condenar al mundo, sino que mediante él el mundo pudiera ser salvo. Ver Juan 3:17. Usted no condenaría a un niño por no saber cómo resolver un problema de aritmética si no ha ido a la escuela. Jesús fue, por lo tanto, nuestro Maestro, nuestro Profesor. Fue llamado a demostrar la Vida divina; a vivirla de tal manera que ilustrara con pruebas indiscutibles los pasos que otros habían de seguir para lograr su salvación. Vino a demostrarnos cómo vernos a nosotros mismos como hijos de Dios.
Para alcanzar el corazón de sus seguidores en una forma que pudieran comprender, el Maestro usaba cada oportunidad que se le presentaba para enseñar una valiosa lección. Por ejemplo, cuando le dijeron que su madre y sus hermanos estaban afuera esperándolo, Jesús usó esto como una lección práctica para mostrar que su verdadera familia la formaban aquellos que hacían la voluntad de su Padre. Ver Mateo 12:46–50. Estos eran sus parientes, y mediante la misma obediencia nosotros también podemos encontrar nuestro lugar en esa misma familia.
En su parábola del buen samaritano, Ver Lucas 10:30–37. Jesús no sólo enseñó lo que es un buen prójimo, sino también cómo serlo. En otras partes, la Biblia nos dice que no debemos ser vengativos con aquellos que llamamos nuestros enemigos. Podemos saber que cada persona responde a la justicia divina. ¡Qué gran pérdida para el mundo hubiera sido si Moisés, que en su juventud mató a un egipcio, y Pablo, que consintió en que mataran a Esteban a pedradas, no hubieran tenido la oportunidad de reformarse!
El Maestro comparó la relación que existe entre Dios y Su pueblo con la de un pastor que tiernamente cuida de su rebaño y va en busca de aquellas ovejas que se han perdido. Enseñó no sólo que los pecadores arrepentidos son perdonados, sino también que su reforma es causa de gran regocijo.
Algunos creen que Dios envía la enfermedad y el pecado porque algunos pasajes del Antiguo Testamento representan a Dios como creando tanto el bien como el mal. Pero el estudio de los Evangelios y de las Epístolas de Pablo, Pedro y Santiago, muestran que es la mentalidad carnal, y no Dios, la que nos tienta, y que el vencer la tentación aporta grandes recompensas. Si Dios envía la enfermedad, ¿por qué Jesús, Su Hijo, sanó a los enfermos y resucitó a los muertos? ¿No habría sido esto acaso un abierto desafío a la voluntad del Padre y no habría sugerido también que Jesús era más poderoso que su Padre? Pero Jesús dijo que él siempre hacía aquellas cosas que agradaban al Padre. ¿Y no resucitó Dios a ese mismo Hijo de entre los muertos?
Nuestro Maestro demostró la continuidad de esta idea-Cristo, la cual también fue manifestada en cierto grado a Abraham, Jacob, Moisés y otros, purificando sus naturalezas y capacitándolos para dejar gloriosos ejemplos para nuestra instrucción. La Sra. Eddy da esta explicación: "En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana".Escritos Misceláneos, pág. 370.
La Ciencia Cristiana viene hoy en día a demostrar el mismo Cristo, la Verdad, iluminando las enseñanzas del Maestro, explicando cómo el Maestro sanaba, y comprobando que estas curaciones pueden llevarse a cabo hoy en día. Las obras de la Ciencia Cristiana prueban a la humanidad el valor de esta Ciencia.
Al seguir las enseñanzas de Jesús, comenzamos a comprender la verdad que eleva la consciencia para percibir al Cristo, la idea espiritual de filiación. A medida que demostremos la verdad de sus obras en nuestras propias vidas, expresaremos esta naturaleza a la semejanza del Cristo y podremos sanarnos a nosotros mismos y sanar a otros.
¿Cree usted realmente en que el poder espiritual puede ejercitarse sobre condiciones materiales, y cree usted en las obras sanadoras del Maestro y de sus discípulos? ¿Está usted dispuesto a aceptar la posibilidad de que este poder está a nuestro alcance ahora como lo promete la Biblia? ¡Venga entonces y compruébelo usted mismo!
