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¿Por qué apostar?

Del número de noviembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una vez, hace muchos años, una amiga y yo fuimos a las carreras de caballos. Quedé encantada al ver los caballos tan hermosos y tan bien entrenados, y me causaron gracia los nombres que tenían, como “Cosido” o “Termina Primero”. También salté de emoción, gritando para que ganara el caballo al que había apostado. No gané ni perdí en mis apuestas y eso me hizo sentir como una persona de mucho mundo.

Sin embargo, sabía que algo no estaba bien. Aun cuando me había deslumbrado el ambiente de las carreras, vi el otro lado de todo ese entusiasmo y gloria: rostros amargados, rostros endurecidos por la ansiedad, gente esclava del juego.

Jamás volví a las carreras, ni aposté. Y cuando comencé a estudiar Ciencia Cristiana, descubrí lo que me había hecho sentir que algo no estaba bien. Comencé a comprender que la alegría y satisfacción en las que podía confiar, así como la provisión, procedían solamente de Dios, la fuente de todo el bien.

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