Una vez, hace muchos años, una amiga y yo fuimos a las carreras de caballos. Quedé encantada al ver los caballos tan hermosos y tan bien entrenados, y me causaron gracia los nombres que tenían, como “Cosido” o “Termina Primero”. También salté de emoción, gritando para que ganara el caballo al que había apostado. No gané ni perdí en mis apuestas y eso me hizo sentir como una persona de mucho mundo.
Sin embargo, sabía que algo no estaba bien. Aun cuando me había deslumbrado el ambiente de las carreras, vi el otro lado de todo ese entusiasmo y gloria: rostros amargados, rostros endurecidos por la ansiedad, gente esclava del juego.
Jamás volví a las carreras, ni aposté. Y cuando comencé a estudiar Ciencia Cristiana, descubrí lo que me había hecho sentir que algo no estaba bien. Comencé a comprender que la alegría y satisfacción en las que podía confiar, así como la provisión, procedían solamente de Dios, la fuente de todo el bien.
Pero, ¿qué tiene de malo comprar un billete de lotería para ayudar al gobierno, o una rifa de caridad? ¿Es el juego de azar incompatible con la Ciencia Cristiana? Por empezar, el juego de azar entraña la creencia en la incertidumbre, peligro, riesgo, especulación, casualidad y suerte. La Ciencia Cristiana nos enseña a confiar en la ley divina del bien, que es diametralmente opuesta a depender de la casualidad que ocasiona el juego de azar.
El diario empeño que pone el Científico Cristiano para aumentar su confianza en Dios por medio del entendimiento y la aplicación de la ley divina del bien, está en completa oposición a cualquier forma de juegos de azar. Aun cuando ciertos juegos de azar no sean ilegales, la sumisión a la casualidad es tan ajena a la confianza en la ley inmutable de Dios, como enseña la Ciencia Cristiana, que sería ilógico pensar que los juegos de azar son, de alguna manera, compatibles con la Ciencia.
Dios, el Principio divino, omnipotente e infinito, sólo provee el bien, y Su bien jamás está basado en la casualidad o el azar, ni tampoco requiere que por cada ganador haya un gran número de perdedores. En la medida en que cada individuo comprende y aplica la ley divina del bien, la ve actuar en su experiencia, ve que elimina la discordia y la limitación, y restablece la armonía.
Esta humilde confianza en la ley de Dios, el Espíritu, es oración. Y cuando se manifiesta el bien como resultado de la oración, nos apoyamos cada vez menos en los medios y métodos materiales pocos seguros, cada vez menos en la casualidad. Somos alentados a recurrir con mayor firmeza a la Ciencia Cristiana, de la cual la Sra. Eddy dice: “La palabra Ciencia, correctamente comprendida, se refiere únicamente a las leyes de Dios y a Su gobierno del universo, incluso el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 128.
La actividad de los juegos de azar no está relacionada de ninguna manera con la ley de Dios. El abrir la puerta a los juegos de azar, por poco que sea, invita a la discordancia que traería a nuestra vida el aceptar la validez de la casualidad.
Los juegos de azar entrañan la creencia en la suerte. Mas no en una clase de suerte solamente: si se acepta la buena suerte, entonces la mala suerte, el otro lado de la moneda, viene aparejada con ella. Y si el bien puede depender de la casualidad, el mal también puede resultar de la casualidad.
Pero la Ciencia Cristiana nos muestra que el bien no depende de la casualidad. El bien está basado en la ley divina, y el mal no tiene ningún poder para actuar en forma alguna, porque no tiene ley alguna, y, por lo tanto, carece de realidad. La ley de Dios es la única realidad, y cuando reclamamos esta ley fielmente en oración, las pretensiones del mal se vuelven impotentes.
El juego y la ley divina —como el aceite y el agua o la superstición y el entendimiento espiritual— no se mezclan.
Entonces, ¿por qué juega la gente? Algunos esperan "hacerse ricos pronto" para poder resolver los problemas apremiantes de la escasez, otros tal vez jueguen simplemente porque les resulta divertido o emocionante, y otros quizás estén envueltos, a pesar de sus mejores intenciones, en el ambiente de juego que los rodea. Hay muchas razones por las que la gente juega, pero cualesquiera que éstas sean, el juego no ofrece soluciones concretas, ni ningún placer que realmente satisfaga. Estos sólo pueden provenir por medio de un entendimiento espiritual de Dios y de Su gobierno bondadoso y armonioso del hombre hecho a Su semejanza.
La ley de Dios enriquece nuestra vida. Cuando predomina en nuestro pensamiento el servir a Dios y a nuestro prójimo desinteresadamente, encontramos una satisfacción auténtica en el progreso espiritual. Por ejemplo, no hay nada que pueda compararse con el gozo que se siente al comenzar a comprender las declaraciones de Jesús: "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre". Mateo 13:43.
Cuando percibimos espiritualmente, algo de este reino radiante de Dios y de nuestra activa función en él como el reflejo o imagen espiritual, puro y perfecto, comenzamos a confiar más y más en la ley de Dios. Se hace difícil y, por último imposible, volver a la oscuridad del pensamiento material, a los métodos materiales.
Ahora bien, ¿qué queremos decir realmente cuando nos referimos a la ley de Dios? Hombres como Abraham, Moisés, Elías y, especialmente Cristo Jesús y sus seguidores, manifestaron a través de sus propias vidas que las leyes universales de Dios existen. Los que fueron sanados y salvados por Cristo Jesús tuvieron una prueba de que las leyes de Dios son eternas y eficaces. ¡Y de eso trata la Biblia! Trata de las leyes de la Vida, de las leyes de Dios, en operación.
Las leyes de Dios que gobiernan nuestra vida se encuentran a lo largo de la Biblia, pero los Diez Mandamientos dados a Moisés tal vez son el resumen más conocido de Sus leyes. Y el Primer Mandamiento es el fundamento de toda ley bíblica: "No tendrás dioses ajenos delante de mí". Ex. 20:3.
La Ciencia Cristiana acata totalmente este Primer Mandamiento; enseña que Dios es el Principio divino, el origen del ser del hombre. Esto significa que todo lo bueno nos viene de Dios. La Ciencia Cristiana enseña que, puesto que Dios es Principio, Dios es también Amor divino, proporcionando sólo el bien perfecto, preservando por siempre la armonía para Su linaje. Podemos confiar por completo en Dios para nuestro bien, porque Su ley es buena.
Dios, fuente de todo bien, es también nuestro Padre divino, nuestro Padre-Madre. Debido a esta relación de Padre e hijo, la ley del bien de Dios requiere nuestra obediencia. Debemos recurrir solamente a El con la confianza de un niño para todas nuestras necesidades. De otro modo estamos desobedeciendo el Primer Mandamiento. Y cuando somos obedientes para con nuestro Padre, los juegos de azar, que son una sugestión de ausencia de ley, son inconcebibles. El juego entraña una confianza en la suerte, una confianza en algo fuera de Dios en busca de gozo, satisfacción, un sentido de dignidad. Es el camino sombrío que nos aleja de la obediencia a Dios.
Sin embargo, cuando perseveramos en obedecer la ley de Dios, comenzamos a demostrar la Ciencia de la Vida que se encuentra en las Escrituras. Percibimos algo de lo que la Sra. Eddy quiere decir cuando afirma en Ciencia y Salud: "Puesto que Dios es sustancia y el hombre es la imagen y semejanza divina, el hombre debe desear, y en realidad posee, sólo la sustancia del bien, la sustancia del Espíritu, no de la materia. La creencia de que el hombre tiene otra sustancia, o mente, no es espiritual y quebranta el Primer Mandamiento: Tendrás un solo Dios, una sola Mente".Ciencia y Salud, pág. 301.
Puede demostrarse que el impulso de jugar carece de poder para mantener a una persona en esclavitud. Se obtiene la libertad completa cuando se percibe y comprende que la ley de Dios, el bien, está siempre presente. El hombre está libre para hacer la voluntad de Dios; como la semejanza de Dios está libre de toda atracción o impulso falso. Está siempre en posesión del gozo, la compleción, la sabiduría y la dignidad. Cuando reconocemos con persistencia estas verdades como la verdad de nuestro ser real, vemos que estamos siempre unidos al gobierno amoroso de Dios.
A medida que recurramos con mayor entendimiento a la Biblia para aprender la ley divina del bien, el amor y cuidado de Dios serán tan evidentes que el menor deseo que tengamos de jugar desaparecerá de nuestra vida. Al confiar en El para que satisfaga todas nuestras necesidades, podemos gozar de las bendiciones de Dios.
