Diariamente nos hacemos promesas a nosotros mismos y decidimos hasta qué punto cumpliremos esas promesas, y nos beneficiamos de acuerdo con el cumplimiento de las mismas. El curso de acción al cual yo me comprometí fue de que seguiría a Cristo Jesús por medio del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Esta decisión no vino con facilidad, vino en un momento de desesperada necesidad.
Por muchos años sufrí de una enfermedad que me tenía paralítica. Esta enfermedad fue diagnosticada por los médicos como una especie de artritis. La enfermedad estaba soldando la columna vertebral con las coyunturas. Recibía terapia física todos los días, y también estaba parte del día en tracción, en la casa. También estaba en un programa, conocido como "biorreacción", para aprender a vivir con el dolor.
En medio de todo esto, empecé a experimentar fuertes dolores de cabeza, lo que me afectó la vista y el habla. Un día, cuando me estaban sometiendo a unos exámenes del cerebro y sintiéndome con mucho temor, una referencia a Dios que había oído a principios de mis clases en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, vino claramente a mi pensamiento: "Sólo hay una Mente".
Más tarde en esa semana, cuando mi esposo y yo nos encontrábamos en la oficina de un especialista, nos dijeron que yo era epiléptica y que requeriría medicamentos que me permitirían muy poca libertad. Cuando salimos del edificio, me volví a mi esposo y le dije: "Si te parece bien, me gustaría bajarme de este carrusel, y depender completamente de la Ciencia Cristiana", y eso fue justamente lo que hice.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 167), leemos: "Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación". Aquel día, y cada día que le siguieron cedí a Dios un falso concepto del yo. Esta poderosa declaración de la Biblia (2 Timoteo 1:7), me sostuvo: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio".
Los síntomas de la epilepsia aparecieron una vez más. Me aferré a la verdad espiritual de que Dios es todo poder, siempre presente, y en constante control, y la epilepsia simplemente desapareció.
El segundo paso en mi compromiso fue no sólo el de confiar en Dios, sino ser obediente a Sus leyes, y demostrar todo lo que yo reclamaba que era mío como seguidora de Cristo Jesús. En Ciencia y Salud (pág. 496) leemos: "Aprenderéis que en la Ciencia Cristiana el primer deber es obedecer a Dios, tener sola Mente, y amar al prójimo como a vosotros mismos".
A veces, no sabía cómo hacer lo que me era necesario hacer. Pero al volverme al pasaje que acabo de citar, supe con alivio que lo que realmente tenía que hacer eran esas tres cosas. Una y otra vez, el reconocimiento de esto me inspiró, y me elevó por encima de cualquier sensación de que tenía que librar una lucha física.
Por algunos meses, mediante las oraciones y ayuda amorosa de una practicista de la Ciencia Cristiana, literalmente cerré mi puerta al mundo exterior para leer y estudiar, hambrienta de todo el bien provisto en el libro de texto de la Ciencia Cristiana. Estaba aprendiendo más sobre Dios y mi verdadera identidad, como Su creación espiritual.
El pasaje bíblico "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (Mateo 5:6), probó ser cierto en mi vida. Cuando rechacé toda ayuda médica y material, había descartado desde un principio todo medicamento y el equipo de tracción y otros implementos. Estaba dependiendo de la Verdad inmortal, guiada por la Biblia y por los escritos de la Sra. Eddy. La iglesia filial a la que asistí y la Sala de Lectura que visité para estudiar fueron de gran importancia para mí. Allí encontré apoyo, ayuda y aliento.
Hoy mi salud está completamente restablecida. Hay armonía en mi hogar. Hay abundancia de bien. Todo esto se ha logrado a través del sincero compromiso que hice con Dios de practicar la Ciencia Cristiana, que nos enseña a recurrir a nuestro Padre-Madre Dios para cada necesidad. La curación es el cumplimiento de la promesa de Dios para aquellos que le honran y obedecen.
Ahora con gratitud hago un compromiso aún más profundo, porque puedo, con compasiva comprensión y firme convicción, dirigirme a otro y decir: "Para Dios todo es posible" (Mateo 19:26). Esto lo sé porque he experimentado la verdad de este versículo de los Salmos (37:5): "Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará". Hoy aspiro a amar más y oro para poder dar a otros como he recibido. Permanezco radiante en el regocijo de mi compromiso.
Wenatchee, Washington, E.U.A.
