Hoy en día, el mundo de los adultos parace carecer de alegría. Es difícil encontrar una cara sonriente entre la multitud de una ciudad. Si pidiéramos que nos dieran una explicación, probablemente lo atribuirían a circunstancias adversas, enfermedades o desdichas que han oscurecido la felicidad despreocupada de antaño con tanta facilidad. Pero la alegría no depende de las circunstancias.
Jeremy Regard, quien era soldador en un pueblo al pie de las Montañas Jura, al parecer sabía esta verdad. Jeremy fue enviado a un campo de concentración en enero de 1944, con otros seis mil franceses. Allí encontró alegría, aún en medio del horror. A Jeremy le encantaba contar historias, pero la que repetía más a menudo era cuando había visitado los Estados Unidos para reunirse con otros Científicos Cristianos.
Jacques Lusseyran, sobreviviente de ese campo, cuenta la impresión indeleble que le dejó este hombre: “Jeremy era un ejemplo: encontraba alegría en el Bloque 57. Encontraba esta alegría en momentos del día en que nosotros sólo encontrábamos miedo. Y la encontraba en tal abundancia que cuando estaba con nosotros sentíamos que nuestra alegría aumentaba. Era una sensación inexplicable, hasta increíble, allí mismo donde estábamos: la alegría nos colmaba.
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