Son las cuatro de la mañana. Estoy más despierto que dormido. ¿Y qué me viene a la mente? ¡El Hassayampa! Me pregunto ¿por qué? Estoy por lo menos a unos noventa kilómetros de ese río en Arizona, que en muchos lugares no es más que roca seca y polvo en esta época del año. ¿O tal vez no?
Pero, antes de seguir adelante considerando el asunto, me viene un pensamiento desalentador: “Es muy temprano. No has dormido tus acostumbradas ‘ocho horas’. Es mejor que hagas un esfuerzo y te vuelvas a dormir”. ¡Pero no! Esta vez me resisto a escuchar esa sugerencia. Siento el deseo de estar despierto, no sólo humana sino espiritualmente.
Entonces, salto de la cama y voy afuera. ¡Qué satisfacción! La luna llena, que habíamos admirado la noche anterior, está ahora descendiendo rápidamente en el cielo al sudoeste. Las luces de la ciudad abajo, todavía centellean con brillo. Y, hacia el este, los primeros resplandores rosados del amanecer hacen destacar las montañas. El panorama es grandioso. Lleno de inspiración, voy a mi escritorio para poner por escrito estos pensamientos.
Ahora estoy completamente despierto y reverentemente consciente de que esta escena maravillosa que estoy presenciando, es sólo una indicación del eterno amanecer del universo de Dios, que se abre ante nosotros cada minuto de cada día. Pero, ya casi no hay tiempo... Voy a dejar mi máquina de escribir por un instante para echar una mirada a este día que va naciendo.
¡Estoy de vuelta! El resplandor rosado se intensifica en el cielo del este, que ahora se está poniendo azulado. La luna aumenta en majestuosidad a medida que va bajando a través de altas nubes grisáceas y de un cielo gris claro en el oeste, que sirve de fondo. Y las luces centellantes de la ciudad van perdiendo cada vez más su fulgor.
Se me ocurre que las luces de la ciudad podrían considerarse como un símbolo de las seducciones y placeres materiales. Se desvanecen en el amanecer de la refulgencia mucho más gloriosa de la Verdad reveladora, la Verdad que despierta, inspira y enriquece nuestra habilidad otorgada por Dios para comunicarnos con nuestro prójimo y bendecirlo.
Pero, ¿qué decir del río Hassayampa? ¿Está realmente seco? Las apariencias superficiales pueden engañarnos, y la verdad fluye en lo profundo. Los álamos, los mezquites y varias plantas crecen abundantemente a orillas del río. Una pequeña ciudad usa sus aguas ocultas, y los jardines dan frutos gracias a esas mismas aguas. Entonces, ¿qué ha ocurrido? Simplemente, el río corre bajo tierra, conservando sus aguas vivificantes durante el largo y caluroso verano.
Pues bien, ha habido muchas veces en que mi existencia parecía estar marchita, sin una gota de inspiración, y todo lo que deseaba era apartarme del calor. Pero la valiosa lección que aprendí de ese bello amanecer, que ustedes han compartido conmigo, es que las aguas vivificantes de la Verdad (una palabra que se usa en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) como sinónimo de Dios) siempre están presentes, aunque no sean visibles a los sentidos materiales. En realidad, nunca nos falta lo que es necesario para producir frutos abundantes en nuestra vida y en la vida de los demás. Cristo Jesús comprobó esto a través de todo su ministerio.
En la Biblia, Juan nos dice en el libro del Apocalipsis: “Me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida”. Apoc. 22:1, 2. Con este árbol de la vida, esta idea sostenedora de la Verdad, podemos curar males físicos y mentales, pues el Revelador continúa diciendo que “las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones”.
Permítanme darles un ejemplo. Hace unos años, me dispuse a abordar un avión en un viaje de negocios. Mis negocios no andaban bien. Pero esa mañana decidí ocuparme en los negocios de mi Padre. Literalmente recurrí a este “árbol de la vida”, orando para que mi expresión de Dios, ese día, no sólo me bendijera a mí, sino también a los demás. En el avión, una madre y su hijito se sentaron a mi lado.
Ella me miró y dijo: “Nunca he hecho esto, pero creo que puedo hablar con usted”. Al decirle que no tuviera temor de hacerlo, me contó todos los problemas que tenían ella y su familia; uno de sus hijos estaba sometido a un programa de rehabilitación debido al uso de drogas, tenía problemas con los negocios de la familia y tenía problemas de relaciones familiares. Y tanto ella como su hijo estaban bastante enfermos en ese momento. Era enfermera diplomada, y su padre y su hermano eran clérigos. Ahora iba a reunirse con su hermano con la esperanza de que él pudiera ayudarla.
Mientras ella hablaba, me mantuve activo en mi pensamiento contradiciendo, mediante la oración, el cuadro de una familia enferma, desdichada y trastornada, y afirmando mentalmente que todos los hijos de Dios son perfectos y completos en este mismo momento. No oré directamente por ella y su hijo, puesto que no me había pedido eso. No obstante, me esforcé por ajustar mi pensamiento a lo que había aprendido en la Ciencia Cristiana, referente a la verdad de la unidad del hombre con la Vida y el Amor divinos.
Después, me preguntó acera de mi religión. Le expliqué algunos de los conceptos básicos de la Ciencia Cristiana, y le conté cómo había dependido durante toda mi vida de Dios, como la fuente de mi buena salud, para la solución de otros problemas, tales como los de provisión y de relaciones humanas. Me preguntó cómo podía aprender más, y le dije acerca de las Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana, y que podía ubicarlas mediante la guía de teléfonos en la mayoría de las ciudades. En el momento en que estábamos aterrizando, su hijo susurró al oído que ya no sentía ningún dolor, y ella a su vez me dijo: “Yo tampoco”. Huelga decir que mis negocios ese día tuvieron una dimensión totalmente nueva.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió lo siguiente el día de la dedicación del Edificio Original de La Iglesia Madre en Boston: “El río de Sus delicias es un tributario del Amor divino, cuyas aguas de vida tienen su fuente en Dios, y fluyen hacia la Vida eterna. Bebemos de este río cuando todos los deseos humanos son mitigados, satisfechos, con lo que deleita a la Mente divina”.Pulpit and Press, pág. 3. En esta brillante mañana, estoy más satisfecho que nunca, pues al negarme a dormir cuando debería estar despierto a las realidades espirituales, cada amanecer de la revelación del Amor divino me enriquecerá más a mí y a todos los que están dentro del radio de mi pensamiento inspirado.
Ahora son las seis y media, y un día brillante inunda el desierto. Gracias, lector, por compartir conmigo este glorioso amanecer en el desierto. Que el río de su vida sea “resplandeciente como el cristal” al despertar a su propio amanecer de una mayor comprensión.