Son las cuatro de la mañana. Estoy más despierto que dormido. ¿Y qué me viene a la mente? ¡El Hassayampa! Me pregunto ¿por qué? Estoy por lo menos a unos noventa kilómetros de ese río en Arizona, que en muchos lugares no es más que roca seca y polvo en esta época del año. ¿O tal vez no?
Pero, antes de seguir adelante considerando el asunto, me viene un pensamiento desalentador: “Es muy temprano. No has dormido tus acostumbradas ‘ocho horas’. Es mejor que hagas un esfuerzo y te vuelvas a dormir”. ¡Pero no! Esta vez me resisto a escuchar esa sugerencia. Siento el deseo de estar despierto, no sólo humana sino espiritualmente.
Entonces, salto de la cama y voy afuera. ¡Qué satisfacción! La luna llena, que habíamos admirado la noche anterior, está ahora descendiendo rápidamente en el cielo al sudoeste. Las luces de la ciudad abajo, todavía centellean con brillo. Y, hacia el este, los primeros resplandores rosados del amanecer hacen destacar las montañas. El panorama es grandioso. Lleno de inspiración, voy a mi escritorio para poner por escrito estos pensamientos.
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