Solía pensar que no tenía que orar por el mundo. No era que no quisiera ayudar a la humanidad, ni que dudara del poder de la oración. Simplemente pensaba que tenía que solucionar primero mis problemas, que eran bastantes.
Pero, con el tiempo, descubrí que no podía lograr mi propia salvación si dejaba de lado a los demás. Después de todo, parte de nuestra propia salvación implica obtener una perspectiva más universal, más desinteresada. De hecho, aprendí que elevar nuestro pensamiento a Dios para beneficiar a los demás, jamás puede detener nuestro propio progreso espiritual. Por el contrario, promueve nuestro progreso. Tal como dice la Biblia: “Quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job”. Job 42:10. Esto no quería decir que debía dejar de orar por mí, sino que no debía hacerlo en forma exclusiva.
Sin embargo, también me di cuenta de que para que mi empeño por ayudar fuera eficaz, tenía que apoyarlo comprometiéndome sinceramente a regenerar mi propia vida. Sin ese compromiso, mis intenciones, por más buenas que fueran, nunca podrían llegar a tomar vuelo.
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