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Hace aproximadamente dieciséis años, antes de conocer la Ciencia Cristiana,...

Del número de febrero de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace aproximadamente dieciséis años, antes de conocer la Ciencia Cristiana, un especialista diagnosticó que yo tenía múltiple esclerosis. Además, me dijeron que quedaría ciego y que tenía de seis meses a un año de vida. Este diagnóstico fue hecho después de haber pasado varios meses de extensivos exámenes hechos por especialistas en ese ramo. Después de haber recibido los resultados de los estudios médicos y de que me hubieran dicho que no había nada que la profesión médica podría hacer por mí, me sentí deprimido, lleno de ira y temor.

Camino a casa continué pensando en Dios. A pesar de lo que me habían enseñado, siempre había tenido la sincera convicción de que Dios no es un Dios de venganza o de ira, sino un Dios bondadoso, lleno de amor y compasión.

Le dije a mi esposa los resultados de los exámenes médicos, y luego ella fue a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana para hablar con la bibliotecaria sobre Ciencia Cristiana. Mi esposa entonces trajo a casa un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y empezó a hablarme sobre todas las cosas maravillosas que la Ciencia Cristiana había hecho por la gente. Ella sintió que si yo leía el libro y solicitaba ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana, podría vencer la terrible enfermedad.

Mientras mi esposa me decía esto, yo pensaba en los programas de televisión y radio de otras religiones que hablaban sobre las curaciones por la fe. Nunca me habían convencido. Ahora, mientras escuchaba a mi esposa que hablaba con gran entusiasmo y gozo, por unos momentos me sentía asombrado y otros con náuseas. ¿Cuál era la respuesta correcta? Los dos estuvimos de acuerdo en que no tenía nada que perder si estudiaba la Ciencia.

Comencé a leer Ciencia y Salud e inmediatamente me di cuenta de que esto era diferente. La primera línea en el Prefacio dice (pág. vii): “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”. Me sentí muy alentado, y me rodeó una sensación de bienestar, hasta que llegué a la parte en que la Sra. Eddy dice (pág. xi): “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma”. Debido a mi educación religiosa interpreté esta declaración como piadosa y atrevida, y me sentí incómodo y molesto.

Luego, leí unas cuantas páginas más y comencé a reír, observando lo ridículo que era este libro. Tiré el libro a un lado. El próximo día vi el libro encima de una mesa; lo tomé y comencé a leer. Y lo tiré a un lado nuevamente, moviendo la cabeza con incredulidad y asombro.

Varios días después, leí el capítulo titulado “Los frutos de la Ciencia Cristiana”, viendo que presentaba testimonios dados a comienzos de siglo. También leí los testimonios en The Christian Science Journal y el Christian Science Sentinel, los que realmente me impresionaron y conmovieron. Entonces leí Ciencia y Salud de principio a fin.

Cuando terminé el libro le comenté a mi esposa que había entendido muy poco. Pero lo que leí tenía bastante sentido común al igual que sentido práctico, y en cuanto a su lógica, era pura lógica. Mi esposa me alentó a que leyera el libro nuevamente, y que dedicara más tiempo a analizar las afirmaciones y preguntas. Leí el libro entero tres veces antes de lograr una comprensión elemental del mismo. Esto ocurrió durante el término de un año.

Durante ese tiempo, visité a un practicista de la Ciencia Cristiana con la idea de que mi problema sanaría instantáneamente. Como no ocurrió así, me retiré sintiéndome desalentado. Luego mi esposa me animó a que hablara con otro prcticista cerca de donde vivíamos. Para esta fecha me sentía aún más deprimido, pues mi vista se estaba deteriorando.

El practicista fue paciente, amable, compasivo, y comprensivo. Aunque a veces no entendía la mitad de las cosas que me decía, a través de lo que había leído y oído sobre las curaciones de la Ciencia Cristiana confié en Dios por completo, y me sentí confiado en que todo iba a salir bien.

Algunos meses después, empeoré y sentí que mi muerte estaba cerca. Mi esposa llamó al practicista, quien inmediatamente oró por mí. Al cabo de una hora estaba en pie y caminando. Varias semanas después recuperé mi vista normal y no tenía ninguna otra limitación física.

Como sentí que había sanado completamente, dejé de practicar la Ciencia Cristiana. Al cabo de algunos años, de repente me vino una parálisis, y se presentaron otros síntomas de la enfermedad que había tenido antes. En esa oportunidad, no sentí tanto miedo. Me di cuenta de que necesitaba trabajar más, pues había dejado algunas cosas sin hacer que debía haber hecho años antes.

Hasta aquel entonces había estado fumando, bebiendo, blasfemando, y tenía un temperamento terrible. Había tratado de dejar de fumar pero sin resultados. Entonces, un día me di cuenta de lo que significaba ser el hijo de Dios, y glorificarlo a El. Inmediatamente dejé de fumar, de beber y de blasfemar, y me convertí en una persona más benévola. Volví a estudiar la Ciencia Cristiana y obtuve ayuda de un practicista. Tenía muchas esperanzas en la curación.

Fui a trabajar al lugar de costumbre. El problema de la vista no volvió, y me sentí muy saludable a pesar de que había síntomas que no se habían ido. Continuaba cayéndome y tropezándome y, a veces, tenía dificultades para hablar. Pero sabía que tenía que expresar mi dominio sobre las sugestiones agresivas de la enfermedad. Continué aferrado a las verdades de mi relación inseparable con Dios. Sabía que Dios es perfecto y que en mi ser real, como Su reflejo divino, yo también era perfecto. A lo largo de varias semanas la evidencia de la enfermedad fue desapareciendo hasta convertirse en nada. Me sané completa y permanentemente. Al año siguiente tomé instrucción en clase de Ciencia Cristiana.

Verdaderamente las palabras no pueden expresar lo que siento por la Ciencia Cristiana. Mi gratitud solamente se puede expresar en obras. ¡Gracias, Dios!


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