Desde que fui alumna regular de una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, me habitué a recurrir a Dios en momentos de necesidad. Desde hace más de cincuenta y cinco años he tenido muchas pruebas de la protección siempre presente de Dios, pruebas que se han demostrado en una amplia provisión económica, dirección divina y curaciones físicas.
Un verano, mi esposo, nuestros tres hijos y yo fuimos camping. Nos quedamos en una primitiva cabaña sin ventanas. Los cuatro lados de la cabaña estaban unidos por unas bisagras, debajo del techo, de manera que se podían empujar y ajustarse para ventilar la cabaña. Un día, la familia fue a la playa a nadar, y yo me quedé en la cabaña para arreglarla un poco y ventilarla. Al empujar uno de los lados, el soporte se deslizó y todo ese lado se vino abajo, atrapándome la muñeca entre ese lado y el umbral. La muñeca se me inflamó y me dolía mucho.
Me puse a pensar en una declaración de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 393): “Vuestro cuerpo no sufriría debido a tensión o heridas más de lo que sufriría un tronco de árbol al que cortáis o el cordón eléctrico que estiráis, si no fuera por la mente mortal”. Reflexioné sobre esta frase, tratando una y otra vez de comprenderla más profundamente. También declaré que la Mente divina me estaba gobernando y que en mi verdadero ser, como reflejo de Dios, no estaba sujeta a la mente mortal o a sus creencias mentirosas de accidentes.
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