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Religión eficaz

Del número de febrero de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace poco, estuve hablando con un adolescente que hasta ese momento no había mostrado mucho interés en la religión. Me dijo: “La Ciencia Cristiana es una religión que me gustaría tener. Da la impresión de que lo ayuda a uno en las cosas que tiene que hacer”.

En ese momento él tenía que rendir exámenes, y le parecían difíciles. Su anhelo era ser piloto, pero eso implicaba rendir más exámenes en los años siguientes. Y eso le parecía una perspectiva poco alentadora. Le aseguré que la Ciencia Cristiana podría ser de gran ayuda para él, tanto en eso como en cualquier otra cosa que tuviera que hacer. Pero, ¿cómo explicarle, para que él pudiera comprender, la manera en que se obtiene esa ayuda?

La religión consiste primordialmente en adorar a Dios. Pero es necesario que esta adoración sea algo más que la observancia de un ritual, por más sincera que sea. La adoración, en su sentido más elevado, es una respuesta espiritual a Dios dentro de la consciencia individual, una respuesta que cambia radicalmente el pensamiento. Entonces, la experiencia también cambia. ¿Qué hace que la gente sienta la necesidad de adorar? Tal vez sea un sentido de reverencia y admiración, un reconocimiento de un poder mayor que el propio, una vislumbre de lo que la palabra infinito realmente significa, algo semejante a lo que a veces sentimos en un paraje solitario de gran belleza natural, pero en mayor grado.

Pero, ¿qué decir de los exámenes? En cierto sentido, todos tenemos que rendir “exámenes” diariamente al enfrentar los desafíos de la vida. La religión, como se revela en la Ciencia Cristiana, nos muestra la naturaleza infinita de la inteligencia. En Ciencia y Salud con Clave de las Escritures la Sra. Eddy nos da este significado espiritual de inteligencia: “Sustancia; la Mente autoexistente y eterna; lo que nunca está inconsciente ni limitado”.Ciencia y Salud, pág. 588. Cuando comprendemos que Dios es inteligencia, comenzamos a captar la naturaleza infinita de la inteligencia innata que el hombre refleja como imagen de la Mente divina. Y una manera de adorar a Dios es utilizar al máximo esta inteligencia en todo lo que hacemos, atribuyendo siempre a Dios el bien logrado y no al mérito personal.

En la Biblia se menciona muy a menudo que la sabiduría y el entendimiento son divinamente otorgados. Por ejemplo, cuando Salomón fue nombrado rey, dominado por una profunda sensación de falta de aptitud personal, él anhelaba tener sabiduría divina. En un sueño, escuchó el ofrecimiento de Dios: “Pide lo que quieras que yo te de”, y él respondió: “Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven... Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo”. 1 Reyes 3:5, 7, 9.

Cristo Jesús ilustró la máxima posibilidad de la sabiduría divina. Respondió fielmente a las grandes exigencias que se le hacían, atribuyendo siempre a Dios la inteligencia y el poder, y demostrando la capacidad espiritual que posee el hombre para expresar el bien espiritual. Su conocimiento no era académico; y los judíos en una ocasión preguntaron asombrados: “¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” Juan 7:15. Este conocimiento es el resultado de saber de dónde proviene la inteligencia y utilizarla para adorar a Dios.

Podríamos decir, entonces, que la religión, de acuerdo con la Ciencia Cristiana, nos ayuda en todo lo que tenemos que hacer, incluso los exámenes, pues nos ayuda a pensar de un modo diferente — más espiritual — acerca de todas las cosas y acerca de nosotros mismos. La comprensión de que cada exigencia legítima que se nos hace debe provenir de Dios y es regeneradora, forma parte de la adoración a Dios. Tales exigencias requieren mucho más que la mera superación de los defectos obvios de carácter. Debemos estar preparados para renunciar a la voluntad humana, al orgullo humano, a las preferencias humanas, a los prejuicios humanos y a los hábitos humanos.

Por ejemplo, puede ocurrir que un estudiante comience por pedir a Dios que lo ayude a aprobar un examen, aunque no haya estudiado el tema, o no lo domine. Pero Dios no actúa de esa manera. Dios lo ayuda a que haga bien su tarea, cualquiera que sea, y a vencer cualquier obstáculo que intente impedirle que la haga. Quizás, un estudiante muy brillante espere que Dios lo ayude siempre a sobresalir entre los demás. Pero Dios tampoco actúa de ese modo. La inteligencia que Dios imparte es imparcial; no hace que progresemos a expensas de los demás, ni nos da una ventaja injusta. Dios es Amor, y a menos que también nuestro deseo sea que los demás tengan tanto éxito como nosotros, no estamos reflejando Su inteligencia.

Otro de los beneficios de reclamar y expresar la inteligencia de Dios es que nos libera de los horarios humanos para el progreso. Recuerdo que cuando era una joven dactilógrafa, en una emergencia tuve que reemplazar, sin previo aviso, a una persona mucho más experimentada que yo. Me pidieron que mecanografiara, a gran velocidad y directamente del dictado, un material de información radial. Al principio, sentí que ni siquiera sabía por dónde empezar, pero, a través de mi estudio y demostración de la Ciencia Cristiana, había aprendido repetidas veces que podía confiar en que me ayudaría con lo que tenía que hacer. Sabía que Dios era la fuente de toda habilidad e inteligencia y que El estaba conmigo.

Por lo tanto, emprendí la tarea con resolución, y cuando terminamos, el hombre que había estado dictando se dio vuelta y me agradeció. Luego, mirándome detenidamente, me preguntó: “¿La he visto antes?” Cuando le expliqué por qué estaba allí, comentó: “No sabía que usted nunca había hecho este trabajo. Generalmente, a las dactilógrafas les lleva varias semanas aprenderlo”. Llena de gratitud, reconocí de dónde había venido la ayuda.

Tales demostraciones, cuando están basadas en la oración, no son exhibiciones de un mero éxito personal. Sin embargo, nuestros logros, modestos o grandiosos, representan experiencias importantes de la manifestación de la inteligencia divina ayudando en alguna situación, y siempre evidencian una inteligencia que, en términos humanos, va más allá de la nuestra. Nos equivocamos cuando pensamos que la existencia es material, que el hombre es corpóreo y que la inteligencia es producida por un cerebro físico. Pero cuando empezamos a cambiar este punto de vista limitado y materialista, y contemplamos la existencia como espiritual, al hombre como la semejanza de Dios, y la sabiduría y el entendimiento como una emanación de la Mente divina, entonces comienzan a producirse las demostraciones de estas verdades en nuestra experiencia humana.

Es posible que comencemos pensando en usar la religión para que nos ayude a aprobar los exámenes o cualquier otra cosa que debamos hacer. Pero cuando nuestro pensamiento cambia y se basa más en lo espiritual, nos damos cuenta de que nuestra verdadera necesidad es utilizar nuestros exámenes, o cualquier otra cosa que debamos hacer, como oportunidades para adorar a Dios de una manera más significativa. Y ésta es la verdadera función de la religión. No es un medio espiritual de obtener lo que queremos materialmente. Es una manera de ayudarnos a seguir al Cristo, la Verdad; a amar más profundamente; a pensar con mayor espiritualidad; y así ver la inteligencia divina expresada en forma tangible en todo lo que hacemos, ¡incluso en los exámenes!

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