Hace algunos años estuve en Grecia para la Pascua de Resurrección. La familia con la que estaba quería que yo sintiera toda la alegría de la celebración de la Pascua, de manera que me llevaron a un lugar alto para poder ver la ciudad de Atenas. Era justo antes de la medianoche y, cuando los relojes comenzaron a dar las doce, las puertas de todas las iglesias de la ciudad se abrieron. Cada congregación seguía al párroco hacia las plazas. Todos llevaban una vela encendida. En un momento determinado se escuchó un solo grito en toda la ciudad: “¡Cristo ha resucitado!” Luego, las campanas de las iglesias anunciaron las buenas nuevas. Había comenzado la celebración de la Pascua.
Era un espectáculo emocionante, y nuevamente pensé acerca de lo profundo del mensaje de resurrección y lo que significaba seguir al Cristo.
La culminación de la obra de Cristo Jesús en su vida fue la resurrección de la tumba y su ascensión final. El ilustró y demostró mediante su amor la realidad inmortal de que la Vida es Dios. El Amor venció literalmente al odio y todos sus efectos. Jesús dio comienzo a una nueva era de posibilidades para la raza humana.
Hasta ese momento, aunque los discípulos de Jesús habían caminado a su lado por Galilea y habían visto las curaciones que hacía, todavía no habían logrado ver un elemento esencial de sus enseñanzas. Para estos discípulos, Jesús era el Maestro y el hombre que conocían y amaban. Pero, quizás no fue hasta la resurrección que se dieron cuenta cabal de que Jesús les estaba mostrando el camino fuera de la mortalidad, el camino fuera del pensamiento mortal limitado que quisiera retener para siempre a hombres y mujeres dentro de un estado físico de nacimiento mortal y muerte. Jesús les había enseñado: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Juan 14:6. Ahora, al haber vencido su propia muerte, los estaba llevando a reconocer y aceptar la verdad gloriosa de que el hombre creado por Dios es totalmente espiritual y siempre es uno con El.
Fue entonces cuando los discípulos comprendieron cuál había sido el significado de la vida de Jesús: que la vida espiritual del hombre está en Dios — en el Espíritu, no en la materia — y que la Vida no está sujeta a la muerte ni a la tumba. Esa nueva comprensión dio un renovado impulso a su obra.
En el libro de los Hechos leemos una narración sobre la obra de curación de los primeros cristianos. Los discípulos de Jesús permanecieron fieles a lo que él les había demostrado. Ellos difundieron las buenas nuevas de la resurrección de Cristo y lo demostraron sanando. Fueron testigos del poder del Espíritu que está siempre presente y activo en las vidas de los hombres. Leemos: “Por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo”. Las noticias sobre las curaciones se extendieron también a las ciudades vecinas, y aquellos que estaban enfermos vinieron a Jerusalén, donde “todos eran sanados”. Hechos 5:12, 16. Ese era el poder del Cristo resucitado.
La Ciencia del cristianismo, activa en nuestra era, está demostrando nuevamente que el poder del Cristo, la Verdad, está siempre presente para consolar y sanar. La Sra. Eddy escribe: “No hay más que un Cristo. Y por los siglos de los siglos este Cristo jamás está ausente”.Mensaje a La Iglesia Madre para 1900, pág. 7.
Aun la percepción más sutil que obtengamos de que nuestro verdadero ser se halla en Cristo, y es uno con Dios, dará nuevas energías a nuestro trabajo de curación. Sentiremos el poder del Cristo que surge en nosotros, elevándonos por encima de las sombras de la mortalidad hacia la clara luz de la comprensión espiritual de que Dios es la única Vida.
El libro Un siglo de curación por la Ciencia Cristiana presenta una narración que ilustra el poder sanador del Cristo. Un médico dijo a una mujer que no podía hacer nada más por ella. En su desesperación ella recurrió a la Ciencia Cristiana. Leemos: “Sufría de un tumor interno, estaba totalmente ciega, casi completamente paralítica y, además, estaba en un estado de semicoma cuando oyó a su esposo decirle a la practicista que había llamado para que la atendiera: ‘Si la Ciencia Cristiana sana a mi esposa, yo seré el mejor Científico Cristiano que ustedes tengan en su organización’... Súbitamente, como explicó más tarde la mujer, ‘el temor de morir me abandonó al darme cuenta de que lo que realmente deseaba era conocer mejor a Dios — conocerlo como El es en realidad — conocer la verdad’. Esa misma noche sanó instantáneamente”.Un siglo de curación (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1971), pág. 249.
¿Qué ha hecho por la humanidad la resurrección de Jesús? Ha dado a hombres y mujeres la prueba de la realidad de Dios: que El es Vida y que una comprensión de esto vence a la muerte.
La curación que hoy llevan a cabo los Científicos Cristianos da testimonio de la presencia de Dios y de Su Cristo. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos hace una pregunta desafiante: “¿Podemos decir hoy con los ángeles: ‘[El] ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron?’ ” Estemos de acuerdo con su respuesta: “¡Sí!, el verdadero Científico Cristiano puede decir que su Cristo ha resucitado y que no es el Cristo material de los credos, sino la Verdad, como lo declaró Jesús; y el sentido que el verdadero Científico Cristiano tiene de la Verdad es espiritualizado para percibir a este Cristo, la Verdad, sanando nuevamente al enfermo y salvando a los pecadores”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 122.
Se requiere visión espiritual, fidelidad y amor desinteresado para seguir al Cristo. A veces, también se requiere valor, pero una vida dedicada a la curación espiritual tiene el apoyo del Padre. Estos sacrificios que se hacen para satisfacer la necesidad del prójimo, descubren riquezas espirituales insospechadas en nuestra vida. A medida que resueltamente abandonamos el sentido personal mortal y limitado, con sus abundantes temores y limitaciones, sentimos el amor de Dios que nos lleva hacia un reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza en Cristo. Cuanto más expresemos las cualidades espirituales otorgadas por Dios, como pureza, santidad, comprensión y amor, tanto más las iremos reconociendo como realidades actuales de nuestra naturaleza espiritual. Entonces, sentimos la maravilla de que el Cristo predomina en nuestra vida, demostrándonos lo que Dios ya ha hecho.
Ciertamente, no tenemos que esperar que llegue un día especial todos los años para sentir el gozoso mensaje “¡Cristo ha resucitado!” en nuestros corazones. Cada día puede ser una celebración cuando seguimos al Cristo y aprendemos, momento a momento, la totalidad del Espíritu y la nada de la materia, demostrando estas verdades en la curación. Estamos tomando parte activa en nuestra propia resurrección a medida que permitimos que el Cristo, la Verdad, espiritualice nuestro pensamiento y nos eleve hacia el reino del Espíritu, donde Dios es Todo.