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¿Estamos reclamando nuestra verdadera ciudadanía?

Del número de marzo de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Ha pensado usted alguna vez cuánto parece gobernarnos nuestro ambiente? Esto es obvio en muchas formas; los esquimales se visten con abrigos de piel para protegerse contra el frío, y quienes viven en el ecuador usan poca ropa debido al calor. Pero a niveles más profundos, ¿en qué medida estamos gobernados inconscientemente por el lugar en que vivimos?

Con mucha frecuencia, cuando se nos pregunta dónde vivimos, respondemos mencionando el país, estado o ciudad donde residimos. En la mayoría de los casos esto describe nuestro ambiente. Nueva York puede ser que evoque rascacielos; Bolivia, el Altiplano andino; Londres, el cambio de la guardia y el Parlamento; Australia, las llanuras y playas donde se practica el deporte de la tabla hawaiana; Rusia, la fría tundra y la Plaza Roja. Pero, ¿qué decir del ambiente mental en el que vivimos? ¿Estamos aceptando, inconscientemente, las limitaciones, influencias erróneas y normas de comportamiento que nos impone el lugar del mundo en que vivimos?

Muchos hombres y mujeres notables han superado, a lo largo de la historia, limitaciones nacionales y culturales. Esto fue, por supuesto, supremamente cierto en cuanto a Cristo Jesús. En una era de fuertes y, a veces, fanáticos sentimientos nacionalistas entre los judíos, la cultura judía de Jesús no restringió su compasiva comunicación dondequiera que la fe respondía a su ministerio. Las limitaciones del fariseísmo y otras sectas judías jamás condicionaron su manera de pensar. No obstante, jamás rompió con las inclinaciones espirituales de pensamiento de Abraham y sus sucesores, sino más bien se basó en ellas y las amplió, demostrando el total poder sanador y salvador de la Verdad divina. Aun cuando físicamente residía en el Oriente Medio, pudo declarar en verdad: "Yo soy la luz del mundo". Juan 8:12. Y la Biblia nos dice que vino "para que el mundo sea salvo por él". Juan 3:17.

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