¿Ha pensado usted alguna vez cuánto parece gobernarnos nuestro ambiente? Esto es obvio en muchas formas; los esquimales se visten con abrigos de piel para protegerse contra el frío, y quienes viven en el ecuador usan poca ropa debido al calor. Pero a niveles más profundos, ¿en qué medida estamos gobernados inconscientemente por el lugar en que vivimos?
Con mucha frecuencia, cuando se nos pregunta dónde vivimos, respondemos mencionando el país, estado o ciudad donde residimos. En la mayoría de los casos esto describe nuestro ambiente. Nueva York puede ser que evoque rascacielos; Bolivia, el Altiplano andino; Londres, el cambio de la guardia y el Parlamento; Australia, las llanuras y playas donde se practica el deporte de la tabla hawaiana; Rusia, la fría tundra y la Plaza Roja. Pero, ¿qué decir del ambiente mental en el que vivimos? ¿Estamos aceptando, inconscientemente, las limitaciones, influencias erróneas y normas de comportamiento que nos impone el lugar del mundo en que vivimos?
Muchos hombres y mujeres notables han superado, a lo largo de la historia, limitaciones nacionales y culturales. Esto fue, por supuesto, supremamente cierto en cuanto a Cristo Jesús. En una era de fuertes y, a veces, fanáticos sentimientos nacionalistas entre los judíos, la cultura judía de Jesús no restringió su compasiva comunicación dondequiera que la fe respondía a su ministerio. Las limitaciones del fariseísmo y otras sectas judías jamás condicionaron su manera de pensar. No obstante, jamás rompió con las inclinaciones espirituales de pensamiento de Abraham y sus sucesores, sino más bien se basó en ellas y las amplió, demostrando el total poder sanador y salvador de la Verdad divina. Aun cuando físicamente residía en el Oriente Medio, pudo declarar en verdad: "Yo soy la luz del mundo". Juan 8:12. Y la Biblia nos dice que vino "para que el mundo sea salvo por él". Juan 3:17.
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