Hubo un momento hace muchos años, en que vivía en circunstancias personales muy difíciles, con muchos problemas. Mi hogar estaba situado en el desierto del sudoeste de los Estados Unidos. Una noche muy calurosa, mientras mis dos hijos pequeños se refrescaban en una piscina plástica en el patio de la casa, se les acercó un gato montés. Yo estaba en la cocina lavando los platos a unos cinco metros de distancia cuando vi al animal. Tomé un pequeño revólver que mi esposo me había dejado como protección, y salí para disparar un tiro al aire a fin de asustarlo. Pero el revólver explotó en mi mano.
Los vecinos llegaron corriendo y llamaron a uno de los dos médicos de nuestro pequeño pueblo. Entré en la casa, envolví la mano en una toalla de cocina y llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. (Había hablado con ella sólo brevemente unas semanas antes, cuando había recurrido por primera vez a la Ciencia Cristiana para la curación de uno de mis hijos, que estaba sufriendo de asma. La curación total se produjo esa misma noche, y entonces comencé a estudiar la Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.) Informé a la practicista lo que me había sucedido con la mano, y me dijo que iba a orar por mí.
Llegó el médico, y acepté ir al hospital local. Allí él removió de la mano lo que él dijo ser fragmentos de metal, de nervios, de tendón y de carne. Luego limpió y vendó la herida. El médico me recomendó que fuera a la ciudad, donde en un hospital más importante podrían reconstruir la mano por medio de la cirugía, o, de lo contrario, dijo, el uso de la mano sería muy limitado. Aunque añadió que aun con dicha cirugía nunca volvería a tener sensibilidad en la mano.
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