Hubo un momento hace muchos años, en que vivía en circunstancias personales muy difíciles, con muchos problemas. Mi hogar estaba situado en el desierto del sudoeste de los Estados Unidos. Una noche muy calurosa, mientras mis dos hijos pequeños se refrescaban en una piscina plástica en el patio de la casa, se les acercó un gato montés. Yo estaba en la cocina lavando los platos a unos cinco metros de distancia cuando vi al animal. Tomé un pequeño revólver que mi esposo me había dejado como protección, y salí para disparar un tiro al aire a fin de asustarlo. Pero el revólver explotó en mi mano.
Los vecinos llegaron corriendo y llamaron a uno de los dos médicos de nuestro pequeño pueblo. Entré en la casa, envolví la mano en una toalla de cocina y llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. (Había hablado con ella sólo brevemente unas semanas antes, cuando había recurrido por primera vez a la Ciencia Cristiana para la curación de uno de mis hijos, que estaba sufriendo de asma. La curación total se produjo esa misma noche, y entonces comencé a estudiar la Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.) Informé a la practicista lo que me había sucedido con la mano, y me dijo que iba a orar por mí.
Llegó el médico, y acepté ir al hospital local. Allí él removió de la mano lo que él dijo ser fragmentos de metal, de nervios, de tendón y de carne. Luego limpió y vendó la herida. El médico me recomendó que fuera a la ciudad, donde en un hospital más importante podrían reconstruir la mano por medio de la cirugía, o, de lo contrario, dijo, el uso de la mano sería muy limitado. Aunque añadió que aun con dicha cirugía nunca volvería a tener sensibilidad en la mano.
Le recordé que había comenzado a estudiar Ciencia Cristiana. El ya estaba enterado de la curación que había tenido mi hijo; también uno de sus hijos había sido sanado por medio de la oración en la Ciencia Cristiana. Se sintió satisfecho con llevarme a casa y dejar todo en manos de Dios.
Los vecinos ya habían acostado a los niños y yo, con la mano cubierta y vendada, tomé el primer libro de la Sra. Eddy que vi. El libro era Escritos Misceláneos, y lo abrí en la página 356. Mis ojos se detuvieron en estas palabras: “Los elementos reprimidos de la mente mortal no necesitan de una detonación terrible para liberarse”.
En ese momento, vi muy claro que la explosión del revólver en mi mano era una metáfora gráfica del estado de mi vida en ese momento. Tanto el gato montés como el revólver parecían ilustrar el temor y el caos de mi vida, y me di cuenta de que tenían que terminar.
En el párrafo citado más arriba, la Sra. Eddy continúa diciendo: “La envidia, la rivalidad y el odio no necesitan consentimiento temporario hasta ser destruidos por el sufrimiento; debieran ser sofocados por falta de aire y libertad”. Puse el libro a un lado. Luego terminé de lavar los platos con una mano, me acosté y dormí toda la noche sin sentir ningún dolor. Cuando desperté por la mañana, quité el vendaje y vi que la mano estaba perfectamente normal. No había marcas ni cicatrices, ni ninguna señal de que algo me hubiese sucedido.
Esta experiencia hizo cambiar mi pensamiento completamente; cambió mi vida para siempre. Mi situación personal mejoró notablemente, aunque no de inmediato, sino después de haber orado mucho. Desde ese momento, la Biblia se convirtió en mi mejor amiga. Lo que la Sra. Eddy explica en sus libros sobre Dios, la Biblia y Cristo Jesús, me ha traído gran consuelo y ayuda. Ahora, mis nietos concurren a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y están aprendiendo sobre la Biblia y sus mensajes sanadores.
La Ciencia Cristiana es la Ciencia del Cristo, que sana. He visto repetidas pruebas de ello durante los últimos veinticinco años.
Santa Fe, Nuevo México, E.U.A.