Una turba enfurecida había echado a Cristo Jesús fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre de un monte para despeñarle. En la sinagoga había compartido con ellos discernimientos espirituales, pero se ofendieron — quizás porque la falta de espiritualidad de ellos fue puesta al descubierto — e intentaron resolver su propia insuficiencia matándolo.
Pero el relato de la Biblia, después de ilustrar la desesperada escena de un hombre totalmente solo, aparentemente a merced de una turba incontenible, termina repentinamente. Simplemente dice: “Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue”. Lucas 4:30. Fue un cambio sorprendente. Parece que, de alguna manera, lo perdieron de vista, o por alguna razón, no pudieron prenderlo.
Una mañana mientras estudiaba, empecé a notar, como nunca antes, tales palabras como esconder, escondido y secreto. En Colosenses se me dijo: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3. En Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, leí: “Los cristianos se regocijan en belleza y abundancia secretas, ocultas al mundo pero conocidas de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 15. Jesús mismo dijo: “Tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6. Y en los Salmos se me dijo: “El que habita [en el lugar secreto] del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”. Salmo 91:1 (según la versión King James).
Inspirado por esos pasajes, razoné: El mundo, alias la mente mortal, alias el pensamiento de los mortales, alias el pensamiento material colectivo, jamás ha tenido nada que ver con mi formación y desarrollo. Absolutamente no conoce mi verdadero ser. De hecho, no sabe que existo. Jamás ha visto, oído, probado, tocado u olido mi identidad real. No tiene concepto alguno de mi ser verdadero, ni siquiera una pobre reproducción. Esto es verdad, porque el pensamiento mortal no conoce a Dios, la Mente divina. Por lo tanto, no puede conocer la creación de la Mente divina, las ideas de la Mente divina. Sólo se ve a sí mismo y a sus propios sueños. El pensamiento material y su versión de la creación no es sino un sueño que sueña.
Entonces, jamás me ha atacado a mí, al único mí que realmente existe. No puede atacar lo que no conoce. Sólo ataca a su falso concepto totalmente ficticio. Lo que me llama la mente mortal, el pensamiento de los mortales, de ningún modo soy yo. Soy secreto para la mente mortal. Estoy escondido “con Cristo en Dios”. Habito en el “lugar secreto... bajo la sombra del Omnipotente”. Jamás me ha tocado ni me tocará nada que la mente mortal, alias el mundo, haya soñado. Jamás he sido lo que la mente mortal dijo que podría ser el hombre. Jamás he estado sujeto a lo que la mente mortal cree que el hombre está sujeto, pues el hombre es eternamente la semejanza espiritual y pura de Dios.
Tal razonamiento espiritual está basado sobre el Principio divino universal. Y toda demostración de la verdad espiritual es puesta en vigor por la ley divina, que gobierna al universo y al hombre en perfecto orden y armonía. Es por eso que Jesús pudo pasar por en medio de una turba enfurecida sin ser tocado, no podía ser tocado. Y es por eso que pudo hacer que un hombre que supuestamente había nacido ciego pudiera ver; otro que yacía en su lecho, débil, con una parálisis crónica, se levantara y anduviera; alguien que estaba separado de la sociedad por ser leproso, pudiera comenzar una nueva vida, sano y libre.
El estado aparente de ser ciego, paralítico o leproso, jamás le ocurrió al hombre, al hombre que cada uno de esos individuos realmente era, que siempre había sido y que siempre sería. La ceguera, la debilidad y la lepra, fueron todos sueños que soñó el pensamiento material, pero no esos individuos. Esas supuestas condiciones enfermas jamás invadieron la santidad secreta de la verdadera naturaleza del hombre, de la verdadera naturaleza de esos individuos. Durante el tiempo en que esas aparentes “condiciones” parecían tan reales, de ninguna manera eran condiciones, sino suposiciones. Suposiciones vacuas y sin fundamento.
Jesús habitaba en el “lugar secreto”. El reunía allí la belleza y abundancia de lo que Dios es y, por lo tanto, lo que el hombre es. Supo de la única fuente fidedigna — Dios, el creador, el Principio de todo lo que existe — cómo realmente son las cosas. Y descubrió en la Palabra de Dios sólo integridad, compleción, salud y bienestar. Eso fue como Dios vio las cosas desde el comienzo, y no como resultarían en lo futuro.
Por eso Jesús nunca tuvo que hacer sano a un hombre. El Cristo, la verdadera idea de Dios — secreto e invisible para el mundo, para el pensamiento material — reveló que el hombre ya es sano, imperturbable, libre, muy bello.
Si queremos saber qué se esperaba que fuéramos al haber sido creados, es mejor que le preguntemos al creador. Sólo el creador nos conoce como realmente somos: Su completa manifestación espiritual. Todo lo que es necesario saber acerca de nosotros, y todo lo que puede saberse acerca de nosotros, proviene del Unico que nos concibió y produjo.
La Ciencia Cristiana revela que Dios, la Mente divina, es el único creador. Sólo la Mente divina concibe y da vida a todo lo que realmente existe, y mantiene lo que creó. No existe realmente ningún otro creador, otra causa o mente que pueda tener alguna influencia, cualquiera que sea, sobre la única creación que existe. “Así dice Jehová, el Santo de Israel, y su Formador: Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra de mis manos... Yo lo desperté en justicia, y enderazaré todos sus caminos”. Isa. 45:11, 13.
Usted y yo y todos habitamos en el “lugar secreto”. Por ser el reflejo perfecto de Dios, ya somos, y por siempre seremos, íntegros y completos. Y este secreto, oculto para el mundo, es por siempre un secreto al descubierto para los de corazón puro. Jamás ninguna de estas cosas preciosas permanece oculta para nosotros. La Palabra de Dios constantemente nos revela lo que necesitamos saber de estas cosas, cuando necesitamos saberlas.
En realidad, el mundo jamás puede enseñarnos nada acerca de nosotros mismos, o de alguien más, como la imagen y semejanza de Dios, el Espíritu divino. Es inútil recurrir al mundo para comprender la realidad, pues todo lo que el mundo puede describir es su hombre totalmente ficticio. Todo lo que el mundo trataría de decirnos, siempre nos engaña y confunde, jamás esclarece.
En realidad, cada uno de nosotros está totalmente libre de todo lo que el mundo pueda decir o hacer concerniente a lo que sueña que es el hombre. Podemos apartarnos de esas tontas pretensiones del mundo y percibir la bondad de Dios como Jesús lo hizo.
Y tal como Jesús nos enseñó, tenemos la facultad para pasar por en medio del pensamiento material, sin ser tocados, pues no podemos ser tocados por ningún concepto confuso que el pensamiento material parezca abrigar. Somos conocidos por Dios. El se deleita en nosotros. Estamos al abrigo del Altísimo. Moramos bajo la sombra protectora del Omnipotente.