Después de la Segunda Guerra Mundial, fui prisionero político bajo el régimen totalitario que estaba entonces en el poder en mi país natal. Yo había sido el jefe de un grupo de oposición. Cinco años después me arrestaron nuevamente, y esta vez recibí una sentencia final: veinte años en prisión. (La pena de muerte había sido abolida.)
Había estado en la cárcel varios años cuando se otorgó la amnistía a todos los prisioneros políticos. Durante todo ese tiempo oraba todas las noches; deseaba que se me mostrara el camino correcto. Cuando fui puesto en libertad me di cuenta de que mis oraciones habían sido escuchadas. Un día, mi esposa me llevó a la casa de una familia donde se reunían frecuentemente estudiantes de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), a pesar de ser perseguidos por la policía secreta.
La nueva comprensión que adquirí del Amor divino durante esas reuniones, me ayudó gradualmente a purificar mi consciencia de los muchos pensamientos de odio y de venganza que durante el transcurso de los años se habían arraigado en mí. Fue una batalla muy difícil de librar porque durante mucho tiempo había sufrido maltratos y humillaciones como prisionero político. Comencé a darme cuenta de que tenía que perdonar a todos los que me habían torturado. Aún más, tenía que amarlos en su verdadera naturaleza, como hijos de Dios.
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