En 1956, mi esposo me trajo un ejemplar de la edición en alemán de El Heraldo de la Ciencia Cristiana que había encontrado en una feria comercial. Las ideas espirituales que presentaba esta pequeña revista despertaron en mí un gran deseo de leer Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.
Mi esposo obtuvo un ejemplar, y en los días subsiguientes tanto él como yo pasamos cada momento que teníamos libre leyendo el libro, pues fue una gran revelación para nosotros. El domingo siguiente, concurrimos a una iglesia filial y registramos a nuestros niños en la Escuela Dominical. Las maravillosas verdades que aprendimos con el continuo estudio de la Ciencia Cristiana trajeron a nuestra familia muchas bendiciones y curaciones.
Poco tiempo después de haber comenzado a estudiar la Ciencia, ocurrió una curación que siempre me ha alentado mucho. Mi padre había estado muy enfermo durante bastante tiempo y había desoído mis sugerencias de buscar ayuda en la Ciencia Cristiana para sanarse.
Después de haber sufrido durante varios meses incesantes ataques de hipo, y varios médicos habían tratado inútilmente de aliviarlo, un día finalmente consintió en que llamara a una practicista de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, no creía que esto lo ayudaría.
Pedí a la practicista que hiciera el favor de orar por mi padre, y ella aceptó. En el curso de dos horas el hipo cesó y mi padre dijo que había sentido una gran paz, como jamás había sentido antes. La curación fue permanente.
Después de haber sido miembro de La Iglesia Madre y de una filial durante varios años, y cuando recientemente acababa de tomar instrucción en clase de Ciencia Cristiana, me apareció una inflamación muy dolorosa en el cuello. Había sufrido varias veces de esta dolencia antes de conocer la Ciencia Cristiana y me habían aliviado las inyecciones que me daba un médico, pero ahora deseaba confiar únicamente en Dios para lograr esta curación.
Durante dos días oré diligentemente, sin embargo, la molestia no cedió. Finalmente, pensando que me ayudaría, pedí a una amiga que viniera a verme y que me leyera un artículo sobre la gloria de Dios que había sido publicado en la edición francesa de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Con mucho amor me leyó ese artículo y otros que consideró pertinentes. Los escuché con mucha atención y, al parecer, me olvidé de la molestia, pero cuando ella se fue volví a sentir intenso dolor y el deseo de recurrir al medicamento me inundó nuevamente.
Cuando me dirigía al teléfono para llamar al médico, oré una vez más a Dios pidiéndole ayuda. Repentinamente, como un destello de luz, vi que el dolor y el intenso deseo por el medicamento eran la misma cosa: una ilusión y sin parte alguna en mi verdadera naturaleza espiritual. A partir de ese momento, el dolor desapareció y la inflamación se disipó en menos de una hora. Me había sanado por completo, y la molestia nunca volvió a aparecer.
Jamás dejaré de estar agradecida a Dios por haberme guiado a la Ciencia del ser.
Victoria, Columbia Británica, Canadá