A Paula y a Ana les gustaba leer, dibujar y treparse a los árboles. También les gustaba correr. Un día, mientras estaban jugando, Ana se acercó demasiado al borde de un empinado barranco para juntar frambuesas, y se cayó. Se lastimó y fue corriendo a pedirle a su mamá que orara por ella. (Ana y Paula eran alumnas de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Allí habían aprendido muchas cosas sobre la curación espiritual y sobre cómo Cristo Jesús oraba y sanaba a la gente.)
Paula también vino diciendo: “Ana se lastimó porque fue desobediente. Ella sabía que no debía ir a ese lugar, por eso Dios no la cuidó”.
La mamá respondió que eso no era lo que habían aprendido en la Ciencia Cristiana. Les explicó que Dios siempre cuida a Sus hijos. Su amor está protegiéndonos siempre, pero debemos ser obedientes y ponernos bajo Su protección si queremos sentir Su amor. En uno de los salmos de la Biblia leemos: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”. Salmo 91:1, 2.
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