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El libertador y el déspota

Del número de marzo de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


En la comunidad mundial, las protestas contra la opresión han ido en aumento. Pero como muchos reconocen, se requiere algo más que la simple acción política para alcanzar la libertad. La oración que vivifica los afectos y revela algo de la realidad espiritual, de la perfección de la creación de Dios, es un poder liberador.

Las peticiones en favor de los derechos humanos, a veces se basan en el punto de vista bíblico de que todo individuo es creado por Dios. La gente generalmente siente que las medidas sociales deben estar de acuerdo con la verdad última. Pero aun cuando los derechos humanos son teóricamente respetados, raras veces se hacen efectivos con facilidad. Protestas sin fin, a veces dignas de ser apoyadas, claman que algunos deberían ser “más” iguales que otros. Los métodos que se usan en favor de esas protestas van de la manipulación encubierta, hasta la brutalidad más manifiesta. Loa que tienen mayor poder humano parecen llevar la ventaja.

A pesar de todo, el cristianismo siempre ha sostenido que la autoridad espiritual no coincide necesariamente con el poder humano. Cristo Jesús fue privado de todos los derechos humanos, injustamente sentenciado y cruelmente ejecutado. Pero fue él, y no los gobernantes de su tiempo, quien prevaleció. El nos mostró que el hombre, la imagen de Dios, tiene una autenticidad superior a toda imposición que quisiera disminuirlo, destruirlo o esclavizarlo. Su ser real es imperecedero.

La creencia convencional ve al hombre como creado por Dios, pero puesto en un mundo donde las fuerzas económicas y políticas determinan en gran parte su calidad de vida. Sin embargo, el precepto de que el hombre es la semejanza de Dios, significa más que esto. La Ciencia Cristiana afirma que el hombre está formado y gobernado totalmente por Dios, el Espíritu divino. La plenitud y la libertad de su ser están establecidas. Porque esto es una verdad absoluta e inequívoca, nada puede, en realidad, extinguir o retardar indefinidamente nuestra libertad de experimentar lo que esencialmente somos. Como Pablo anunció: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. 2 Cor. 3:17.

Por cierto que la opresión aparece, en muchos casos, firmemente establecida y resistente; pero no es la fuerza implacable que aparenta ser. El hecho de que el hombre es la imagen de Dios, también significa que las tendencias agresivas, ajenas a Dios, no pueden entrelazarse en el carácter del hombre. Ninguno de los hábitos tiránicos del pensamiento que se utilizan hoy en día con tan terrible efecto son inherentes a la naturaleza del hombre real. A medida que la consciencia humana capte nuevas vislumbres de la realidad espiritual, los hábitos agresivos deben finalmente ser vistos como impulsos indignos del hombre.

Las protestas contra el despotismo son tremendamente necesarias. Pero el déspota oculto es la mente carnal o mortal misma, la cual Pablo vio como enemistad contra Dios. Ciega a la realidad espiritual, domina y reprime. Fomenta la agresión y la opresión. Insta a la gente a pelear unos contra otros, en lugar de hacerlo contra el agresor básico, la mente mortal. La Sra. Eddy hace la siguiente observación: “Las tendencias despóticas, inherentes a la mente mortal y que germinan continuamente en nuevas formas de tiranía, tienen que desarraigarse mediante la acción de la Mente divina”.Ciencia y Salud, pág. 225.

El amor cuya percepción de la realidad espiritual es tan profunda que encuentra al hombre a la semejanza misma de Dios, libera el pensamiento humano. Ha provocado la preocupación tan generalizada por los derechos humanos. Posee mayor autoridad que la limitación y el temor que provocan la opresión. Su fuente es Dios, el Amor divino.

Aquellos lugares en el mundo que se encuentran en conflicto son los que parecen tener una especial necesidad de este amor. Pero, ¿no hemos encontrado todos al déspota en nuestro vecindario, en nuestro hogar, hasta en la intimidad de nuestros propios pensamientos? El amor que honra la semejanza de Dios — ni tirano ni tiranizado — socava las tendencias despóticas. Cuando la libertad espiritual sustituye la opresión o agresión en nuestra propia vida, la consciencia humana generalmente gana en libertad.

La Sra. Eddy escribe: “Unas pocas frases inmortales, exhalando la omnipotencia de la justicia divina, han sido poderosas para romper cadenas despóticas y abolir el poste de azotar y el mercado de esclavos; pero la opresión no terminó a causa del derramamiento de sangre, ni salió el soplo de la libertad de la boca del cañón. El Amor es el libertador”.Ibid.


Una verdadera curación espiritual se ve en la constante transformación del carácter de la persona, pues ella deja de vivir sólo para sí misma para darse cada vez más a otros, sin reservas. Su visión de sentirse realizada ya no está limitada por el deseo de obtener provecho personal. Por el contrario, su deseo es que toda la gente logre un conocimiento de Dios, el único en quien encontramos vida eterna. Cuando una persona sana espiritualmente, trae curación a los demás para que, finalmente, todo el mundo pueda transfigurarse de la escoria a la irradiación espiritual.

Healing as Sacrament: The Sanctification of the World

Impreso con permiso de Cowley Publications,
980 Memorial Drive, Cambridge, MA 02138.

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