¡Qué palabra más interesante! Al escucharla se percibe un matiz de ternura y calidez. No obstante, en realidad no podemos permitir que las buenas obras sólo signifiquen algo tierno en el sentido de impracticable, ineficaz o débil. Para hacer el bien se necesitan agallas, ya sea que se trate de un estadista al asumir una posición poco popular o un padre al enfrentar los desafíos que implica mantener una familia.
Hacer el bien significa tener energía. Significa valor moral. Implica ser a la vez fuerte y flexible. El resultado, a menudo inesperado, es que cuando nos esforzamos por poner en práctica lo que esas cualidades significan, adquirimos una fortaleza interior templada por el acero, pero que puede ser tan dulce como la presencia reconfortante y silenciosa de un amigo.
Aun cuando temamos que no somos lo suficientemente fuertes para hacer frente a algún desafío, podemos aprender que hay un poder espiritual al que siempre podemos recurrir. Conozco a una mujer que se sentía agobiada por los tremendos problemas que tuvo que enfrentar cuando sus hijos eran chicos, su esposo quedó sin empleo y su madre estaba muy necesitada. Pero dijo que pudo sobrellevar la situación porque amaba tanto a cada miembro de su familia, que no pudo dejar de hacer todo lo que fuera necesario para superar esos momentos difíciles.
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