La Ciencia Cristiana es la Ciencia del cristianismo, una religión que sana. Hace posible que cada uno de sus estudiantes trabaje por su propia salvación de todo lo que es malo: del pecado, la enfermedad y la muerte. Por medio de la Ciencia Cristiana podemos demostrar que la armonía, la paz, la salud, el amor, el bienestar, son realidades eternas y espirituales.
La creencia general dice que Dios ha provisto métodos materiales para sanar enfermedades, y la mayoría de las personas recurren a remedios materiales en busca de curación. A veces, hasta se ha llegado a creer que Dios ha apoyado o reforzado el poder de una droga para sanar un caso que se creía incurable.
La Ciencia Cristiana demuestra que el temor, la ignorancia, el pecado, originan las enfermedades; que toda enfermedad tiene una causa mental; y que una correcta comprensión de Dios y del hombre es el método más eficaz para eliminar cualquier discordia. “El linaje divino nace de la ley y del orden, y la Verdad sólo conoce tal linaje”,La unidad del bien, pág. 23. explica la Sra. Eddy.
¿Por qué pensar que sólo en casos especiales Dios responde a las plegarias de un enfermo, o de sus allegados, para sanarlo?
La Ciencia Cristiana afirma que Dios puede sanar la enfermedad o discordia con la ley, la ley espiritual que reemplaza todo lo que la ley material y falsa pueda argumentar. Afirma que Dios es la única Mente del todo armoniosa. Puesto que Dios es infinito y totalmente bueno, jamás es la fuente del mal, el bien es la única realidad posible. De modo que el mal, siendo irreal, no tiene origen ni causa. Tal como Habacuc, en la Biblia, proclama en protesta contra la iniquidad que ve a su alrededor, Dios es “muy limpio... de ojos para ver el mal”. Hab. 1:13. Por medio de la Ciencia se puede demostrar la totalidad del bien y la impotencia del mal. El poder regenerador de esta Ciencia corrige y purifica nuestro sentido acerca de Dios — revelando Su naturaleza verdadera — y destruye las creencias falsas acerca de la Deidad que nos harían creer que la enfermedad y la muerte son reales.
El propósito de la Ciencia Cristiana es el de transformar a la humanidad moral y físicamente, promoviendo el despertar de la consciencia a una mejor comprensión de la relación que el hombre tiene con Dios, como el heredero de todo lo bueno. Pablo nos dice: “El anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios”. Rom. 8:19.
La Ciencia Cristiana levanta el velo de misterio que quisiera envolvernos en el mal y nos da el conocimiento del poder de Dios. También aprendemos a afirmar el bien por medio de la oración y a negar que el mal pueda ser parte legítima de nuestra experiencia. De este modo, obtenemos la esperanza así como la comprensión de la salvación del mal y un sentido de nuestra existencia espiritual verdadera. Comenzamos a comprender que en realidad somos el hombre perfecto creado por Dios para reflejarlo a El. La Ciencia nos enseña a escuchar a Dios, la “voz callada y suave” que corrige los falsos conceptos de la identidad y guía hacia todo el bien. A la humanidad afligida le promete salvación, liberación y paz; y le demuestra claramente que ésta no es una promesa para un futuro incierto y lejano, sino que estas bendiciones nos pueden venir hoy. Sin embargo, cada estudiante de la Ciencia Cristiana necesita demostrar obediencia a la ley de Dios en su propia vida.
Por ejemplo, yo solía sufrir períodos de depresión sin causa aparente. Cuando comencé a estudiar esta Ciencia y descubrí cual era mi lugar en la creación, encontré sentido, o propósito, para mi existencia, y la depresión desapareció.
Cuando estudiamos esta Ciencia del cristianismo, aprendemos a amar la vida y enseñanzas de Cristo Jesús. Nos esforzamos por vivir de acuerdo con nuestra verdadera identidad, como hijos amados de Dios, expresando Su pureza y bondad. Al seguir el ejemplo del Maestro, somos guiados a esforzarnos por lograr una manera de vivir que es gobernada por Dios, en la que el cristianismo es demostrado como Ciencia. El Científico Cristiano aprende que no es la fe ciega en Dios lo que sana y regenera, sino una correcta comprensión de El. Al adquirir esta comprensión, aumentamos nuestra fe y confianza en nuestro Hacedor, capacitándonos para amar a Dios sobre todas las cosas y a orar diariamente para tener ese “sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filip. 2:5. A medida que nos esforzamos por hacer la voluntad de Dios, comenzamos a destruir las creencias preconcebidas de que la vida tiene una base material y aceptar la realidad de una vida espiritual de posibilidades infinitas. Comenzamos a experimentar más y más “la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Rom. 8:21.
A medida que los estudiantes son tocados verdaderamente por esta Ciencia, se vuelven más devotos, pierden el supuesto placer en pecar, y encuentran satisfacción en vivir sólo de una manera moral y honesta. Se vuelven más tolerantes, justos y puros. Saben que pueden amar a sus enemigos. Viven más seguros y libres, pues saben que el poder divino los capacita para vencer el temor y el dolor, y enfrentar satisfactoriamente las vicisitudes de la vida diaria.
Un hombre de negocios, por ejemplo, aumenta su productividad y se vuelve más eficaz a medida que comprende más a Dios como Principio divino. Un escritor verá que la afluencia de ideas tiene su fuente inagotable en la Mente. Lo mismo ocurre con el artista que se apoya en la hermosura y pureza del Alma. En cualquier actividad en que un Científico Cristiano se desempeña, sabe que está gobernado por Dios y que puede alcanzar el nivel más elevado de sus capacidades. Mi madre, por ejemplo, trabaja en cerámica. Ella afirma que desde que estudia la Ciencia, su técnica se ha perfeccionado permitiéndole, de acuerdo con las ideas que percibe, producir obras de una calidad que jamás hubiera imaginado que sería capaz de realizar.
La Ciencia Cristiana también nos hace más felices y saludables a medida que ajustamos nuestras vidas a los Diez Mandamientos y al Sermón del Monte, que apoyan el ideal más elevado de vida cristiana. En tal obediencia a Dios encontramos nuestra felicidad, porque es la voluntad de Dios que seamos felices y que estemos libres de toda enfermedad (puesto que Dios no es el autor de la enfermedad). Aprendemos que tenemos derecho a recibir una provisión abundante del bien porque, como Sus hijos espirituales, reflejamos todo lo bueno.