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Poco después de haberme casado, me hice cargo de una granja lechera...

Del número de septiembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco después de haberme casado, me hice cargo de una granja lechera en la parte sur del estado de New Hampshire, E.U.A. Si bien no era estudiante de Ciencia Cristiana en aquella época, concurría con mi esposa casi todos los domingos a una iglesia filial de la Ciencia Cristiana.

Una mañana, encontrándome solo en casa, me caí desde una plataforma que se hallaba a 6 metros de altura en el granero. Al caer, me golpeé la espalda en una de las vigas de apoyo. Cuando intenté levantarme, no pude hacerlo. Al principio, pensé que cuando pudiera volver a respirar normalmente me sentiría bien, pero pasaron diez o quince minutos y aún no podía levantarme. Entonces me di cuenta de que había perdido toda sensación en la parte inferior del cuerpo, pues no sentí nada al pellizcarme.

Entonces me vino el pensamiento: “¡La Ciencia Cristiana puede curarte!” Primero pensé: “Pero no sabes nada de Ciencia Cristiana”. Luego, al pensar en los cultos religiosos a los que había concurrido, recordé unas pocas palabras de una exposición que siempre se lee al final de los cultos religiosos de los domingos. Estas eran: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita...” (Esta es la primera parte de la “exposición científica del ser”, que se halla en la página 468 de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.) Había aprendido que Mente era uno de los nombres de Dios. Como no tenía una profunda comprensión de la Ciencia Cristiana, traté de concentrarme en el significado completo de cada palabra.

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