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Estoy agradecida por haber sido criada en un hogar donde se practicaba...

Del número de septiembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Estoy agradecida por haber sido criada en un hogar donde se practicaba y amaba la Ciencia Cristiana, y he comprobado su poder sanador muchas veces desde mi niñez hasta el presente. Debido a la formación que tuve en mi hogar y en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, aprendí a confiar totalmente en Dios. Esta confianza me liberó del temor, y mi niñez estuvo prácticamente libre de enfermedades. En la edad adulta he tenido muy buena salud, lo que me ha demostrado el poder preventivo de la Verdad, como se enseña en la Ciencia Cristiana. En la Primera Epístola de Juan leemos (4:18): “El perfecto amor echa fuera el temor”; y la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (págs. 391–392): “El temor es la fuente de la enfermedad, y domináis el temor y el pecado por medio de la Mente divina; por lo tanto, es por medio de la Mente divina que vencéis la enfermedad”.

Después que me casé, con un hogar y familia, tuve muchas oportunidades de poner en práctica las verdades que aprendí. Una de esas oportunidades fue cuando, al abrir una ventana, la cuerda que la sostenía se rompió, y la ventana se cayó sobre una mano atrapándome los dedos. Tuve que llamar a mi esposo para que viniera y me ayudara a sacar la mano. Sentía mucho dolor. Mentalmente, aparté mi pensamiento del accidente, sabiendo que estaba rodeada del amor de Dios, que nunca había estado separada de El, y que la materia no podía sufrir, porque en verdad no tenía inteligencia. En poco tiempo el dolor se calmó. Esa noche dormí bien, y a la mañana siguiente pude mover y usar la mano libremente; no quedaron marcas en los dedos.

En una ocasión, hace algunos años, comencé a sentir un parálisis parcial en la cara. Pedí ayuda a una estudiante dedicada de la Ciencia Cristiana, quien estuvo de acuerdo en apoyarme por medio de la oración. Afirmamos la naturaleza perfecta del hombre y su inseparabilidad de Dios — el omnipresente, omnipotente y omnisciente — y la consecuente ausencia de presencia, poder e inteligencia de cualquier forma de enfermedad. No tuve temor, y confié absolutamente en mi Padre amoroso para que me preservara para siempre a Su semejanza. Trabajamos con el siguiente pasaje de Ciencia y Salud (pág. 420): “No existe ni metástasis ni interrupción de acción armoniosa ni parálisis”.

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