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“Sanad enfermos...”

Del número de septiembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi madre habló por teléfono con una practicista de la Ciencia Cristiana, y después de colgar el receptor me dijo que la señora con quien había hablado le había dicho: “Querida, un gran gozo les espera”. También dijo que me visitaría al día siguiente.

Yo había estado enferma durante varios años, y los diferentes tratamientos con que los médicos amablemente me habían tratado no me sanaron. Era joven y me sentía desesperada de que mi único futuro sería el de una inválida. Una amiga, que no era Científica Cristiana pero que conocía a una persona que había sanado por medio de esta Ciencia, en cierta ocasión me había sugerido que tratara esta Ciencia, añadiendo que había practicistas de la Ciencia Cristiana que se dedicaban solamente a ayudar a la gente por medio de la oración. Finalmente llegué al punto en que estaba lista para tratar cualquier cosa. Fue entonces cuando mi madre consiguió el nombre de una practicista cercana a nuestra casa e hizo arreglos para que me visitara.

Esa noche, mientras me preguntaba qué iría a hacer o decir esta señora desconocida, las siguientes palabras de Cristo Jesús me vinieron al pensamiento: “Si no... os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 18:3. Sentí que esto me estaba diciendo que tenía que abrir mi corazón y ser receptiva y obediente. Y en mis oscuros pensamientos brilló un rayito de esperanza.

A la mañana siguiente cuando la practicista llegó, me habló de manera sencilla y cariñosa. Me dijo que yo era una amada hija de Dios. Que Dios me había creado a Su semejanza: espiritual, pura, libre. Que un Padre tan benévolo nunca me condenaría, ni condenaría a nadie a una vida de sufrimiento, sino que solamente podía darme salud, armonía y todo lo que es bueno. Me habló de las curaciones llevadas a cabo por Jesús y me explicó que no fueron milagros especiales de su tiempo y lugar. Jesús había prometido: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. Juan 14:12. El esperaba de todos sus seguidores que no sólo predicaran el evangelio, sino que también sanaran a los enfermos, porque la curación es una parte esencial del cristianismo. Antes de irse, la practicista accedió a darme tratamiento en la Ciencia Cristiana.

Yo había estado tomando varias clases de medicamentos, incluso píldoras para dormir, y estaba en una dieta estricta. Pero desde esa primera visita dejé las píldoras y toda clase de medicinas, excepto un suave medicamento que me aliviaba la indigestión, pero esto pronto fue descartado, pues comprendí que no podía servir a dos señores. No se pueden mezclar medios materiales con medios espirituales en la curación porque son totalmente opuestos.

Empecé a dormir y a comer normalmente, y más o menos en una semana pude caminar a la oficina de la practicista. La curación fue lenta, pero progresiva.

¡Cómo deseaba esas visitas semanales! Iba armada con preguntas y todas me fueron contestadas. Comencé a tener una vislumbre, aunque tenue, de que es necesario dejar a un lado las convicciones, por tanto tiempo aceptadas, de que el hombre es mortal y material y que está sujeto a todas las miserias de la carne. Lo que estaba aprendiendo me ayudó a reemplazar este concepto material equivocado con el concepto espiritual, o sea, con la verdad de que, como nos dice la Biblia, Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza, para reflejarlo a El, y que El le dio dominio al hombre sobre toda la tierra. Ver Gén. 1:26–28.

Había obtenido un ejemplar de Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana por la Sra. Eddy, y, usándolo conjuntamente con la Biblia, leía la Lección Bíblica semanal. La practicista también me dijo que cada mañana declarara mi herencia como hija de Dios: que reclamara la salud y la fortaleza, la paz y la armonía, la abundancia del bien que Dios otorga a Sus hijos. Esto dirigió mis pensamientos y expectativas hacia el lado de la Verdad en vez del error.

Pablo aconseja: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre;... en esto pensad”. Filip. 4:8. Me pareció muy lógico que cuanto más seguimos los consejos de Pablo y moramos en las cosas que son de buen nombre, tanto menos oportunidades habrá para aceptar creencias enfermizas, temerosas o destructivas que se apoderan de nuestro pensamiento e influyen nuestra experiencia.

A los pocos meses mi salud se restableció y estaba lista para buscar empleo. ¡Pero no se imaginen ustedes que de ahí en adelante he flotado a través de la vida en nubes de color de rosa! La Sra. Eddy nos dice: “Un grano de Ciencia Cristiana hace maravillas por los mortales, tan omnipotente es la Verdad, pero hay que asimilar más de la Ciencia Cristiana para continuar haciendo el bien”.Ciencia y Salud, pág. 449.

Comencé a descubrir que la Ciencia Cristiana entra en todo aspecto de nuestra vida diaria. Que cuando los Científicos Cristianos tienen problemas, como todo el mundo los tiene, los Científicos Cristianos recurren a Dios en busca de respuestas. Mediante el estudio diario, la oración y la práctica, aumenta nuestra comprensión de Dios, y obtenemos percepciones más claras de nuestra identidad espiritual a semejanza de Dios. No tenemos que estar del lado del problema; podemos estar del lado de las respuestas. En realidad, estamos donde están las respuestas: bajo el cuidado sabio y cariñoso de nuestro Padre. A medida que estaba más consciente de este hecho, experimentaba un sentido mayor de paz y seguridad que jamás había conocido antes.

A través de los años he tenido que enfrentar muchos problemas — problemas de trabajo, vivienda, provisión, relaciones humanas — y siempre que con toda confianza he recurrido a Dios, he escuchado Su dirección y he estado dispuesta a obedecer, las soluciones siempre han aparecido.

He tenido también otras curaciones; defectos de temperamento y de carácter gradualmente han sido corregidos. Respecto a esto, tengo mucho que vencer todavía, pero con cada logro hay una profunda alegría.

En Ciencia y Salud leemos: “La escuela preparatoria de esta tierra ha de aprovecharse al máximo”.Ibid., pág. 486. A veces, las lecciones en la escuela pueden parecer difíciles; a veces cometemos errores, pero los podemos borrar y hacer la lección de nuevo. Tenemos que estar dispuestos a aprender y a practicar, y si somos honrados y sinceros, nada puede impedir nuestro progreso. Por supuesto, todavía estoy aprendiendo, y espero seguir aprendiendo. Una de las cosas que encuentro tan remuneradora en la Ciencia Cristiana es que su naturaleza es infinita. Nunca llegaremos al fin de la Vida infinita, de la Verdad infinita, del Amor infinito; ellos siempre continúan desarrollándose a través de la eternidad.

Todos llegamos a la Ciencia Cristiana en nuestra propia manera individual; no hay dos experiencias similares. Pero la gran alegría que yo obtuve también puede obtenerla usted; puede venir a todos aquellos que están preparados para volverse con el pensamiento y el corazón abiertos a nuestro amado Padre-Madre Dios.

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