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El solvente del Amor

Del número de septiembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si seguimos las enseñanzas de Cristo Jesús, aprendemos lecciones sobre el perdón, la misericordia y el amor. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor la dureza adamantina del error — la obstinación, la justificación propia y el amor propio — que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 242. Hace muchos años, me esforcé por obedecer estas indicaciones para poder solucionar los problemas que habían surgido en mi matrimonio.

En los primeros tiempos, cuando mi esposo y yo teníamos que luchar para que nuestros ingresos rindieran y cubrieran nuestro presupuesto, no había discordia. Pero después, cuando mi esposo logró obtener un buen cargo, su estilo de vida ya no fue el mismo, y su actitud hacia mí se volvió muy desconsiderada. A veces me sentía como “acribillada” por insultos. Como sincera estudiante de Ciencia Cristiana, recurrí a la Biblia y a las obras de la Sra. Eddy en busca de guía y consuelo. Las Bienaventuranzas fueron de gran ayuda para mí.

Luego me enteré de que mi esposo visitaba a una viuda que vivía en un suburbio cercano. Me di cuenta de que eso podía considerarse como causa de divorcio. Pero, en realidad, yo no quería divorciarme. Había que considerar que teníamos hijos. También sabía que la separación no solucionaría verdaderamente los problemas que teníamos. Para evitar un arrebato de cólera, no dije a mi esposo que sabía sobre la otra mujer. En cambio, me dediqué a vivir la Ciencia Cristiana como nunca lo había hecho antes.

Además del apoyo que encontré en el estudio diario de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y en la lectura de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, me fue de mucha ayuda un artículo de Escritos Misceláneos por la Sra. Eddy titulado “Amad a vuestros enemigos”. También oré y medité sobre esta parte de la definición de Getsemaní que se encuentra en el Glosario de Ciencia y Salud: “... amor que no es correspondido, pero que sin embargo sigue siendo amor”.Ibid., pág. 586. Comencé a trabajar activamente en mi iglesia filial y esto me trajo gozo. La vida social de mi esposo en ese momento era principalmente con colegas y asociados.

Pasó algún tiempo. En general, nuestra vida familiar era normal. Cuando teníamos visitas no se notaba que hubiera discordancia entre nosotros, y lo pasábamos bien. Ya no había palabras crueles ni falta de respeto.

Entonces un día, leí nuevamente en el libro de texto la instrucción que se menciona al comienzo de este artículo. Me pregunté a mí misma: En realidad, ¿qué es “la dureza adamantina del error”? que hay que disolver “con el solvente universal del Amor”? Cuando vi que era la voluntad humana, la justificación propia, el amor propio, me di cuenta de que todo el trabajo y la oración que había estado haciendo había sido en mi propio interés; buscaba lo que a mí me parecía que debía ser la solución y mensajes de consuelo para suavizar mis sentimientos heridos.

Esta nueva humildad me dio una sensación de alivio y seguridad porque al fin estaba haciendo frente a lo que había estado demorando la curación completa. En ese momento, nuestro distanciamiento todavía era evidente. Pero me pregunté con toda honestidad si yo había hecho lo que me correspondía respecto a esta situación al tratar mi propio pensamiento. Una frase de la página 259 de Ciencia y Salud dice así: “La comprensión, semejante a la de Cristo, del ser científico y de la curación divina, incluye un Principio perfecto y una idea perfecta — Dios perfecto y hombre perfecto — como base del pensamiento y de la demostración”.

Reconocí que si deseaba una curación divina, debía partir de la base de “la comprensión, semejante a la de Cristo, del ser científico”, de “Dios perfecto y hombre perfecto”. Tratar de solucionar el problema humanamente sólo conduciría a conjeturas, remordimientos y culpabilidad, ninguno de los cuales tiene lugar en el ser verdadero. La Sra. Eddy señala en Escritos Misceláneos: “Golpear a diestra y siniestra contra la niebla jamás aclara la visión; mas levantar la cabeza por encima de ella, es suprema panacea”.Esc. Mis., pág. 355.

De manera que oré e hice esfuerzos en todo sentido por mantener mi pensamiento en conformidad con las verdades espiritualmente científicas de Dios y del hombre. Al hacerlo, sabía que podía dejar con toda confianza el futuro de nuestro matrimonio bajo el gobierno del Principio divino, el Amor. Poco después, la curación se hizo evidente de una manera hermosa. En el Día de San Valentín (día de los enamorados) de ese año, mi esposo me dio una tarjeta en que escribió una nota pidiéndome perdón por todas las penas que me había causado. Cuando la leí, me sentí tan agradecida que pude mirarlo y decirle sinceramente: “¡Me gustaría pedirte lo mismo a ti!”

Pocas semanas después, estábamos cenando y mi esposo dijo: “Sólo Dios pudo haberte puesto en mi camino”. A partir de ese momento, nuestra relación fue otra: sin amarguras, sin condenación, sin infidelidad moral o espiritual. Y continuó de esa manera.

Para mí, lo que sucedió se resume mejor en la última estrofa de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana:

Es el Amor el que sana asperezas.
¡Muy plenas son Tus promesas, Señor!
Misericordia me has enseñado,
Misericordia hoy demostraré.Himnario, N.° 278.

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