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Custodiemos la entrada del castillo

Del número de septiembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la Edad Media mucha gente vivía en castillos que se construían para protegerse de los enemigos. Los castillos tenían cimientos muy profundos y enormes muros muy gruesos. A menudo estaban rodeados de una gran extensión de agua llamada foso. Generalmente tenían un puente levadizo que se podía levantar y bajar, a fin de cruzar el foso para entrar en el castillo.

Al final del puente levadizo había una puerta. El guardián de la puerta desempeñaba la tarea más importante entre los soldados, la de distinguir entre un amigo y un enemigo. La seguridad de todo el castillo dependía de él, pues si un solo enemigo lograba entrar en el castillo, podía franquear la entrada a un ejército.

A veces, un enemigo venía disfrazado de amigo. También podía mentirle al guardián. E incluso podía darle mensajes falsos para confundirlo. Era necesario tener un guardián muy alerta para distinguir si un visitante tenía buenas o malas intenciones.

Me gusta pensar en un castillo como símbolo de nuestro propio pensamiento. En su libro Ciencia y Salud. la Sra. Eddy escribe acerca de estar en guardia a la entrada del pensamiento. Tal vez lo recuerdes: “Estad de portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente”.Science and Health (Ciencia y Salud), pág. 392: “Stand porter at the door of thought. Admitting only such conclusions as you wish realized in bodily results, you will control yourself harmoniously.” Si nuestro pensamiento es nuestro castillo, tenemos el derecho de decidir qué es lo que puede entrar en él. Nada puede ocurrir sin que nuestro pensamiento dé su aprobación, ya sea levantarse de mañana, prestar un libro o decidirse a pasear en auto. Nuestros pensamientos incluso deciden qué clase de día estamos dispuestos a pasar.

A veces, algo nos dice que estamos enfermos o que somos desdichados. Es como si visitantes con malas intenciones llegaran a la entrada de nuestro castillo mental tratando de que bajemos el puente para dejarlos entrar. Ese es el momento de decidir si es un amigo o un enemigo. O bien el pensamiento viene de Dios y es bueno, o no vale la pena conservarlo. Pero, ¿cómo podemos darnos cuenta? Hay una especie de prueba que me gusta usar. Cuando no estoy segura de algún pensamiento trato de preguntarme:

1. ¿Dice cosas buenas de mí o de otros?

2. ¿Puede ayudar a alguien más?

3. ¿Es una idea que expresa amor?

Si mis respuestas a las tres preguntas son afirmativas, entonces puedo aceptar el pensamiento. Si no, lo rechazo. No le doy ninguna posibilidad de entrar en el castillo.

Hace algunos veranos, viajaba con mi familia en auto recorriendo el estado de Kansas, E.U.A. Yo iba manejando cuando, de pronto, el viento comenzó a soplar tan fuerte que tuve que desviar el auto al costado de una carretera muy transitada. Entonces, mi esposo y yo vimos un tornado gigantesco, negro, que venía directamente hacia nosotros.

En lugar de estar en guardia a la entrada de mi pensamiento, simplemente dejé bajar el puente levadizo y así pudieron entrar toda clase de temores. No sabía qué hacer. Se supone que la trayectoria de los tornados no se puede prever, y estábamos en las afueras, en el campo, sin ninguna protección. La fuerza del viento estaba levantando el auto por la parte delantera, y uno de los niños empezó a llorar. Debería haber usado mi prueba. Me habría hecho ver que ese pensamiento de temor y destrucción no pertenecía a Dios.

Pero, de pronto, desde el asiento de atrás otra voz dijo: “Yo no tengo miedo. Yo sé que mi Padre-Madre Dios está aquí mismo con nosotros. El no va a permitir que nos ocurra nada malo”.

Si alguna vez alguien trata de decirte que tienes que llegar a cierta edad para conocer la verdad, no le creas. ¡Nuestra hija de cuatro años estaba de guardia y no dejaba que el temor entrase por su puerta! En ese mismo momento me sentí tranquila. Todos nos sentimos contentos por el poder de Dios y Su ayuda. El temor que había tratado de dominarnos fue rechazado. Todos estábamos seguros de la presencia de Dios. Observamos cómo el tornado pasaba de largo sobre la carretera justo frente a nosotros; entonces reiniciamos nuestro viaje.

¿Recuerdan la historia de Noé? El reconocía un pensamiento bueno de Dios en el instante mismo en que lo recibía. Cuando se le indicó que construyera un arca, no había ninguna necesidad aparente de hacerlo. Ni siquiera había comenzado a llover. Pero el pensamiento de Noé estaba totalmente receptivo a la palabra de Dios. No solamente la escuchó, sino que también la obedeció. Noé pudo salvarse y salvar a su familia y a muchos animales porque fue obediente a la idea correcta que tuvo de Dios.

Tal vez podamos parecernos más a Noé. Cuando tenemos la idea de ser amables con alguien, podemos serlo. Si nos portamos mal en el recreo o en la clase, podemos detenernos y decir: “¿Estoy expresando amor?” Como los guardianes ante las puertas del castillo, podemos ser cada vez mejores en distinguir entre amigos y enemigos, entre pensamientos buenos y malos.

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