Antes de saber siquiera que existía una religión cristiana como la Ciencia Cristiana, estaba interesado en alcanzar una comprensión de la vida y de cómo vivirla mejor. Por lo tanto, entusiasmado, leía todos los periódicos que tuvieran artículos sobre el cristianismo y, ocasionalmente, asistía a varias iglesias ortodoxas. Encontré la enseñanza básica del cristianismo que expone a Dios y a Cristo Jesús crucificado, mas no parecía existir ninguna respuesta clara que explicara cómo aplicar la fe a los asuntos diarios.
Sin embargo, yo siempre tuve la convicción profunda de que, a pesar de que aún no había hallado una respuesta satisfactoria, esto no era culpa de Dios ni del Maestro. Sentía que, como lo dicen las Escrituras en Santiago: "Pedís, y no recibís, porque pedís mal". Así que seguí viviendo, trabajando y divirtiéndome como lo hacen algunos, a veces a sabiendas dejándome llevar por la corriente a algún lugar o, para ser más preciso, a ninguna parte.
Un día, mientras caminaba por el bosque, encontré un pequeño librito tirado en el suelo. Era el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Curioso por saber de qué se trataba, lo recogí y me senté a leerlo. Nunca había oído de esta religión, pero la próxima vez que visité el pueblo donde había una Sociedad de la Ciencia Cristiana (aproximadamente a veinticuatro kms de mi pueblo), visité la Sala de Lectura.
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