Cuando un amigo mío era jovencito, le gustaba mostrarse frente a sus amigos que estaban en buena posición. En una oportunidad, fue a un baile con un grupo de amigos, llevando en el brazo el sobretodo de su papá, que no podía usar porque era muy grande. Llevaba dinero en un bolsillo, pero cuando fue a pagar un refrigerio, descubrió que el dinero había desaparecido. Explicó a sus amigos lo que había sucedido, sólo que en lugar de decirles la verdad de que llevaba dos pesos, les dijo que llevaba seis.
Más tarde se encontraron dos pesos en el piso del guardarropa, pero él no pudo reclamarlos porque había dicho que llevaba seis pesos y no dos. La mentira sólo lo perjudicó a él y a nadie más, y él recibió una muy buena lección.
Todos conocemos esas pequeñas mentiras. Mentimos por orgullo, miedo, conveniencia, falsas simpatías, y por muchas otras razones. La mentira parece ser una solución fácil, pero muchas veces nos encontramos enfrentando amargas consecuencias.
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