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La Verdad que vence a la mentira

[Original en español]

Del número de octubre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando un amigo mío era jovencito, le gustaba mostrarse frente a sus amigos que estaban en buena posición. En una oportunidad, fue a un baile con un grupo de amigos, llevando en el brazo el sobretodo de su papá, que no podía usar porque era muy grande. Llevaba dinero en un bolsillo, pero cuando fue a pagar un refrigerio, descubrió que el dinero había desaparecido. Explicó a sus amigos lo que había sucedido, sólo que en lugar de decirles la verdad de que llevaba dos pesos, les dijo que llevaba seis.

Más tarde se encontraron dos pesos en el piso del guardarropa, pero él no pudo reclamarlos porque había dicho que llevaba seis pesos y no dos. La mentira sólo lo perjudicó a él y a nadie más, y él recibió una muy buena lección.

Todos conocemos esas pequeñas mentiras. Mentimos por orgullo, miedo, conveniencia, falsas simpatías, y por muchas otras razones. La mentira parece ser una solución fácil, pero muchas veces nos encontramos enfrentando amargas consecuencias.

En la conocida historia de Jacob, la Biblia nos cuenta de que él mintió sin vergüenza con el fin de obtener la bendición que le correspondía a su hermano Esau. Como resultado de ese acto Jacob tuvo que huir y sufrir años de dificultades. Aun así, con el tiempo su carácter fue transformado y recuperó la amistad y el perdón de su hermano. Al leer esta historia, también vemos que durante ese tiempo jacob recibió señales de la presencia y ayuda de Dios. Es como si ello le hubiera indicado que "No hay ninguna necesidad de mentir". No obstante, no fue sino hasta que él comenzó a comprender verdaderamente a Dios y su relación con El que pudo finalmente superar su confianza en las estrategias humanas.

La mentira no es sólo el intento de manipular cosas con una estratagema humana. Básicamente, es algo así como menospreciar a Dios, negándose a confiar en Su poder e inteligencia rectificadores. También niega nuestra propia espiritualidad como el hombre hecho a imagen de Dios.

El hecho es que la Verdad es poder divino y absoluto, es Dios mismo. A través de nuestra comprensión de la Verdad y de nuestra inseparable relación con la Verdad, nosotros vivimos y progresamos. "La verdad os hará libres", dijo Cristo Jesús. La Verdad divina es un poder verdadero, eficaz y activo. Yo lo sé porque hubo una época en mi vida en la que pude probar este poder liberador de la Verdad.

Hace muchos años, yo era miembro de una empresa que estaba muy endeudada y en una situación crítica. Mi principal trabajo consistía en tratar con diversos acreedores. Con frecuencia ellos me preguntaban cómo iba el negocio. Mis empleadores requerían que yo simulara un aire de calma e hiciera feliz a los acreedores con todo tipo de mentiras. Esto iba profundamente en contra de mis convicciones morales y me produjo un conflicto interno entre mi lealtad a la firma y mi moralidad. El problema culminó cuando decidí dejar la empresa.

Era un momento de crisis, y me encontré literalmente en la calle. Parecía muy imprudente haber dejado una buena posición por razones de principios. Sin embargo, gracias a mi estudio de la Ciencia Cristiana, yo tenía una profunda confianza en la protección divina. El ser leal a la verdad significó haber optado por la fuente más poderosa del bien que yo conocía. Me sentía seguro de que yo no podría ser llevado a un estado de pobreza por haber querido ponerme del lado de la Verdad.

Como resultado de mi oración, fui guiado a emigrar a otro país donde toda mi familia encontró valiosas oportunidades para progresar. Lo que me hacía verdaderamente feliz en mi nueva ocupación era que nunca necesitaba mentir. En lugar de ello, pude probar que la habilidad que tiene el hombre para expresar a Dios, la Verdad, no es una característica teórica sino más bien un poder que nos trae bien, que se manifiesta en nuestra vida como una ayuda efectiva.

¿Qué hacemos cuando mentimos? Olvidamos la gran misión del hombre. ¿Cuál es esa misión? En la Biblia, Dios dice a la humanidad: "Vosotros sois mis testigos". Nuestro propósito consiste entonces en vivir como hijos e hijas de Dios y ser testigos sólo de la Verdad. Una mentira es como una mancha en un vestido nuevo. Nadie quiere presentarse manchado. ¿Podemos verdaderamente ser testigos de la grandeza de Dios en esas condiciones? Por supuesto que no. Por el contrario, hemos negado nuestro propio valor, la verdadera razón de nuestra existencia.

También somos injustos con nuestro prójimo cuando suponemos que es incapaz de discernir la verdad. La mentira es una forma de desprecio; por medio de ella trato a otra persona como nunca me gustaría que me trataran a mí. ¿Pero, no es esa persona lo mismo que yo, la imagen y semejanza preciosas del Ser divino? Al mentirle no estoy haciendo justicia al representante de Dios, a la verdadera identidad de mi prójimo.

También necesitamos considerar el falso "beneficio" que uno obtiene de la llamada "mentira piadosa" (una contradicción en su propio nombre). Tal vez, a veces las circunstancias parezcan no ser adecuadas para decir toda la cruda verdad, y 'suavizamos' tanto las cosas, que no queda nada de la verdad. En lugar de decir una mentira acomodaticia, podemos tener el valor de decir la verdad y confiar en Dios. La necesidad de aceptar esa verdad, por más difícil que sea hacerlo, a la larga haría el bien tanto a la persona que la dice como a la que la escucha. Recordemos que al ser veraces tenemos a Dios de nuestro lado. Al volvernos a la Mente divina en oración, somos guiados a usar palabras sabias y adecuadas que serán rápidamente comprendidas por los demás.

Mediante la oración reconocemos la realidad espiritual de que Dios es una fuente siempre disponible de ayuda práctica. Su amor no está limitado, el bien que El provee no se agota. Cuando oramos de esta manera, ganamos nueva inspiración, y lo que es más, empezamos a encontrar una solución armoniosa a la espinosa situación, cuya gravedad aparente nos hubiera hecho mentir. Podemos estar seguros de que Dios, la Verdad, se está manifestando a Sí mismo y en la medida en que estemos dispuestos a obedecerle podremos discernir los pasos correctos que debemos tomar.

¿Qué ocurre cuando parece que nosotros mismos somos el blanco de la mentira? La Verdad es un poder que se revela a sí mismo, que ilumina, que nos ayuda a evitar ser engañados. Nuestra propia adherencia a la Verdad actuará como un peto. Sin embargo, la mejor defensa es conservar nuestra convicción de la verdad del hombre. El hombre es espiritual, él comparte la misma naturaleza divina que la Verdad. Esto es verdad para todos, de manera que cuando nos enfrentamos con alguien que desea engañarnos, podemos seguir el consejo de Jesús de amar a nuestros enemigos. Amarlos significa verlos como hijos de Dios, hechos a Su imagen, como reflejos de la Verdad y el Amor. Si mantenemos esa percepción en nuestra consciencia, los enemigos, junto con sus mentiras, desaparecerán. Ellos nunca fueron parte de la realidad, porque la única realidad es el universo armonioso de Dios.

El mantenernos del lado de Dios, del lado de la Verdad, es una fuente de soluciones. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras Mary Baker Eddy nos dice: "La obediencia a la Verdad le da al hombre poder y fuerza. La sumisión al error resulta en pérdida de poder".

Otro aspecto de la mentira se podría llamar mentira "inconsciente". Una de estas mentiras inconscientes es cuando decimos: "El Sr. Fulano de tal está enfermo". El testimonio divino de la Verdad, por otro lado, nos dice algo bastante diferente. El hijo de Dios, o idea espiritual, nunca está en otra condición que no sea de salud y perfección.

La mentira más grande en este mundo es la que dice que el hombre es un ser material, que depende de causas materiales. Nos engaña, diciendo que vivimos en un cuerpo frágil que en cualquier momento puede ser una víctima de las circunstancias. Ante esa mentira, la Verdad se yergue majestuosa como una roca. Las olas de la materialidad no pueden hacer nada contra ella. El ponerse del lado de la Verdad es ganar fortaleza, es apropiarse de la cualidad parecida al granito del Principio divino, Dios. Nos permite permanecer a salvo ante los ataques del pensamiento mortal.

Pero, aparte de ello, hay algo muy hermoso en el poder amoroso y sanador de la Verdad. El ser uno con la Verdad trae felicidad, la felicidad inefable de conocer la presencia y ayuda de Dios.

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