Un sábado, Pedro dejó de jugar y entró en su casa.
— No me siento bien — dijo. Estaba muy afiebrado y le dolía la cabeza.
Su mamá deseaba cuidarlo de la mejor manera. Pensó que debían orar juntos. La mamá sabía que el amor de Dios estaba allí mismo, y sabía que la oración nos ayuda a sentir Su amor. Pedro se acostó en el sofá, y su mamá se sentó a su lado.
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