Mi casa está rodeada de grandes robles que, por lo general, retienen sus hojas todo el año. Hace unos años, una helada temprana hizo que las hojas se cayeran. Una tarde, mi esposa me dijo que al mirar por una ventana del dormitorio notó una enorme protuberancia bulbosa en una de las ramas principales de uno de los árboles. Yo también miré por la ventana y vi ese extraño crecimiento anormal que las hojas habían ocultado. Pero cuando salí para mirar más de cerca, descubrí que la protuberancia que creímos ver era sólo una ilusión óptica. La rama en cuestión había crecido de tal manera que tenía la forma de un codo torcido. Desde la perspectiva que ofrecía nuestra ventana, el codo aparecía como una protuberancia grande.
Cuando supimos este hecho y nos convenció, superamos nuestra preocupación por la protuberancia. Desde entonces, cuando miramos por la ventana, ya ni siquiera vemos la ilusión. Desapareció cuando descubrimos las verdad.
Esta simple experiencia ilustra un punto importante que se aplica a la oración que sana trastornos físicos. Para sanar sobre una base espiritual es preciso tener una idea correcta del hombre. Es decir, necesitamos saber lo que es espiritualmente verdadero acerca del hombre a la semejanza de Dios, y luego estar convencidos de que éste es el único hecho científico.
Esa premisa fundamental en la Ciencia Cristiana está enunciada en esta declaración de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: La realidad espiritual es la verdad científica en todas las cosas. La realidad espiritual, repetida en la acción del hombre y de todo el universo, es armoniosa y es el ideal de la Verdad. Las realidades espirituales no están invertidas; la opuesta discordia, que no tiene semejanza con la espiritualidad, no es real".
Cuando consideramos al hombre desde el punto de vista mortal, esa perspectiva nos da un cuadro falso. La evidencia mortal a menudo presenta apariencias perturbadoras: enfermedad, trastorno, pecado, muerte. Pero la Ciencia Cristiana muestra que estas perturbaciones son el resultado de la ignorancia de los hechos inalterables de la realidad espiritual.
Cuando no conocemos los hechos espirituales o no los aceptamos, quedamos a merced de la ignorancia y creencia falsa. Desde esta perspectiva equivocada, los trastornos físicos pueden provocar preocupaciones muy desafiantes.
Pero la evidencia falsa de la enfermedad se puede corregir, y la enfermedad sanar, cuando cambiamos profundamente nuestro punto de vista mortal por el espiritual. El Apóstol Pablo puso énfasis en la importancia de tener un punto de vista espiritual correcto cuando escribió (según la traducción en la Revised Standard Version de la Biblia inglesa): “Los que viven de acuerdo con la carne, desean con vehemencia las cosas de la carne, pero los que viven de acuerdo con el Espíritu, desean con vehemencia las cosas del Espíritu. Desear vehementemente la carne es muerte, pero desear vehementemente al Espíritu es vida y paz”. Rom. 8:5, 6. La versión Reina-Valera dice: “Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”.
Para que este cambio de punto de vista sea eficaz hay que hacer dos cosas. Debemos aprender cuáles son los hechos eternos, inmutables, y a continuación tenemos que dar el paso vital, convencernos de que la realidad espiritual constituye el único hecho científico.
Pensé en esto recientemente al estudiar el relato bíblico que cuenta cómo Cristo Jesús resucitó a la hija de Jairo. Jairo había persuadido a Jesús para que fuera a su casa, donde la niña estaba agonizando. En el camino, les informaron que había muerto.
Al recibir la noticia, cualesquiera de nosotros podría haber razonado: “Se ha ido. Ya es demasiado tarde. No puedo hacer nada por ella”. Pero Jesús no. El informe presentado por la evidencia física no lo convenció. Obviamente Jesús sabía que, aunque desde el punto de vista mortal ella parecía estar enferma o muerta, esto no cambiaba la realidad espiritual.
El tiene que haber estado convencido de que el único hecho científico tenía que ser lo que Dios le había revelado como la verdad espiritual eterna. Sobre esta base probó que tanto la enfermedad como la muerte eran estados subjetivos del punto de vista mortal, que constituían una ilusión. Y corrigió la ilusión, la falsedad, con lo que él sabía era el hecho eterno, invariable, a saber: que Dios mantiene la vida y la armonía del hombre para siempre.
La Ciencia Cristiana enérgicamente hace hincapié en que Dios sostiene la integridad, inmortalidad y perfección ininterrumpidas de Su reflejo, el hombre; y que el punto de vista mortal jamás cambia el hecho espiritual. Jamás hace real la apariencia mortal, por más vívida que parezca ser.
¡Qué diferencia tan vital marca el convencernos de que los hechos de la Ciencia divina representan la única, la continua realidad!
Hace años, cuando uno de mis hijos era todavía muy pequeño, decidí hacerle notar un hecho diferente. Sintiendo que era hora que supiera la verdad acerca de Papá Noel, le expliqué que no existía, que era un cuento de hadas.
“Oh, ¿de veras?” me contestó. Pensó por unos momentos y luego dijo: “Papito, una vez me senté en la falda de un cuento de hadas”.
Deseaba aceptar lo que yo le había dicho. Pero cuando relacionó mi explicación a lo que para él había sido una experiencia impresionante, no quedó totalmente convencido. Si bien adoptó las palabras que yo había usado, llamando a Papá Noel un cuento de hadas, el significado que esas palabras le habían tratado de transmitir, no lo habían convencido.
Para el estudiante de Ciencia Cristiana, no es difícil descubrir lo que es espiritualmente verdadero acerca del hombre en la Ciencia divina. Dios reveló estos hechos a la Sra. Eddy cuando ella descubrió la Ciencia Cristiana. A su vez, ella ha dado una explicación profunda de la realidad espiritual en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud.
Las palabras que usa en su explicación no son difíciles de entender. Pero su enseñanza parece ser complicada porque demasiado a menudo nos parecemos mucho a mi hijo pequeño. Cuando relacionamos lo que se nos ha enseñado con lo que parece verdadero desde la perspectiva del punto de vista mortal, hallamos que todavía no estamos cabalmente convencidos.
El cuadro mortal parece demasiado impresionante. El resultado es que podemos adoptar las palabras de su instrucción sin estar totalmente convencidos de lo que estas palabras significan. Como consecuencia, nos encontramos creyendo que hay dos realidades acerca del hombre: la realidad espiritual del hombre real, que es el reflejo perfecto de Dios, y los hechos materiales del ser humano según los ven los sentidos físicos.
Jesús no perdió el tiempo con dos series de hechos, el espiritual y el físico. Su habilidad única para sanar radicaba en su aceptación incondicional de la Ciencia divina de la Verdad que Dios le había revelado por ser Su Hijo. Puesto que el maestro sabía que los hechos espirituales son la única realidad, y no tenía dudas sobre ello, la enfermedad, la discordancia y la muerte siempre eran una ilusión para él. Y la evidencia de enfermedad o muerte desaparecía ante su aceptación total de lo espiritual como la única realidad presente y eterna.
¿Qué podemos hacer para estar tan firmemente asentados en la Verdad divina que seamos capaces de lograr, por lo menos en parte, la convicción que expresaba nuestro Maestro? La Sra. Eddy deja bien en claro lo que debemos hacer para orar con resultados eficaces, sanadores. En Ciencia y Salud nos da estas instrucciones: “Aferraos a la verdad del ser en contraste con el error de que la vida, la sustancia o la inteligencia puedan estar en la materia. Abogad con sincera convicción de la verdad y con clara percepción del efecto invariable, infalible y seguro de la Ciencia divina. Entonces, si vuestra fidelidad es sólo semiigual a la verdad de vuestro alegato, sanaréis al enfermo”.
¿Qué nos está diciendo esto? ¿Acaso no nos está alentando a meditar hondamente en las cosas de Dios, a sacar a luz lo que es la verdad del ser, a rechazar las apariencias físicas y concentrarnos en los hechos de la Ciencia divina, a comprender que la revelación de Dios representa el único hecho científico? Entonces, aferrémonos a esa verdad. Reconozcamos que es imposible para el hombre, el reflejo de Dios, poseer algo que no derive de Dios. Estemos realmente convencidos. Como consecuencia, en ese momento, la perspectiva que se tenía por haber aceptado el punto de vista mortal, cambiará y se producirá la curación.
Volviendo a mi árbol, ¿no hubiera sido tonto si hubiera pensado: “Sé que la protuberancia no es más que una ilusión, pero sería conveniente que hiciera algo por esa rama en caso de que la protuberancia pudiera dañar el árbol”?
Sin embargo, con demasiada frecuencia razonamos de esa manera respecto a la enfermedad. Podemos afirmar en oración que Dios hace al hombre sano, siempre armonioso y libre de la enfermedad; que la apariencia de enfermedad es una ilusión y no puede afectar al hombre de Dios. Pero después nos encontramos pensando: “Por cierto que no me siento armonioso. Esta enfermedad me ha quitado la armonía, y no voy a estar bien hasta que me libre de esta enfermedad”.
Entonces ¿qué hemos hecho en un caso así? Hemos empezado debidamente. Hemos afirmado que el hombre es perfecto, la expresión espiritual del ser de Dios, por ende armonioso. Hemos declarado que la enfermedad es irreal, una ilusión, que es sólo un estado que aparece como real desde la perspectiva de la mente mortal. Que una perspectiva tal sugiere una apariencia falsa en el hombre.
Pero después tendemos a hacer ineficaz nuestra oración al volver el pensamiento otra vez a la apariencia física, evidencia que hemos insistido es falsa. Para ver si el cuerpo tiene una mejor apariencia. Cuando lo hacemos, demostramos que estamos poniendo nuestra confianza primordial en la evidencia física. O sea, miramos a lo físico para que nos diga lo que es real ahora.
Permítanme dar un ejemplo simple de lo que quiero decir. Supongamos que estamos haciendo un cálculo utilizando una calculadora electrónica. Queremos multiplicar 123 × 40, pero la respuesta que aparece en la pantalla de la calculadora es 568.409. Rápidamente sabemos que la respuesta está equivocada. Si repetimos el proceso varias veces y obtenemos la misma respuesta, nos damos cuenta de que la calculadora funciona mal. A esa altura, probablemente recurramos a nuestros conocimientos matemáticos para llegar a la solución, y no volveríamos a la calculadora descompuesta para corroborar si nuestra respuesta es la correcta.
Pero demasiado a menudo, eso es lo que hacemos con respecto al cuerpo físico. De cierto modo, el cuerpo, como la pantalla de la calculadora, es un modelo mecánico. Es un medio por el que se muestran las creencias mortales sobre el hombre o se indican los conceptos mejorados. Al igual que la pantalla de la calculadora, el cuerpo puede mostrar respuestas “correctas”, respuestas que registran la supremacía de los hechos espirituales; o puede mostrar respuestas que son obviamente erróneas, porque niegan lo que es espiritualmente verdadero.
El cuerpo es un concepto mental. Sólo puede mostrar lo que es verdadero acerca del hombre. Cuando lo que éste muestra es claramente erróneo, necesitamos corregir el concepto mediante la comprensión de la realidad espiritual. Cuando sabemos lo que es espiritualmente real y verdadero respecto al hombre, y estamos convencidos de que la realidad espiritual es el único hecho científico, entonces encontramos que lo que muestra el cuerpo cede a esta realidad, se ajusta para estar en conformidad, por así decirlo, con lo único que es real. Se habrá demostrado que la apariencia de enfermedad es una ilusión, una imposibilidad científica para el hombre bajo el gobierno de Dios.
Esta es con seguridad una razón por la que la Sra. Eddy nos instruye para que defendamos nuestra posición a favor de la verdad espiritual “con clara percepción del efecto invariable, infalible y seguro de la Ciencia divina”. Ciencia divina es un término que indica el gobierno siempre presente, siempre activo de Dios. Como lo explica la Ciencia, todo lo que realmente existe está gobernado por El, eterna, perfecta y armoniosamente, sin interferencia. Su gobierno es inalterable, infalible, y su efecto es siempre seguro.
Cuando recurrimos a los hechos científicos de la operación del Principio divino, podemos entonces razonar espiritualmente acerca del hombre. Esta es la forma por la que llegamos a la solución y vemos su evidencia visible en la curación.
Sea cual fuere lo que a los sentidos físicos les parezca verdadero, nada ha cambiado jamás el hecho científico de que el gobierno de Dios está en vigencia continuamente. Ninguna evidencia corporal que indique que hay otra causa o efecto, puede alterar los hechos eternos de la Ciencia divina. Las discordancias del cuerpo siempre son ilusiones vistas desde la perspectiva del punto de vista mortal. Cuando la convicción de que la realidad espiritual es el único hecho científico se establezca firmemente en la consciencia, la ilusión no nos perturbará más. En este momento, la ilusión desaparece.
No es de sorprender que nuestra Guía insistiera en que debemos abogar con una convicción de la verdad, aferrarnos a esa verdad y tener una percepción clara de los efectos seguros de la Ciencia divina. Y agrega después: “.. . si vuestra fidelidad es sólo semiigual a la verdad de vuestro alegato, sanaréis al enfermo”.
Podemos lograr dominio sobre la condición del cuerpo humano a medida que nos convencemos de que éste es en verdad simplemente un concepto mental, un mecanismo mental que presenta conceptos mortales sobre el hombre. Para conseguir este dominio, tenemos que ceder completamente a la revelación de la Ciencia divina; y saber, sin reservas, que esta Ciencia espiritual explica los hechos de la Verdad inalterable.