Conozco a una persona muy persuasiva que solía dar consejos sobre cómo lograr obtener de los demás lo que uno desea. El decía: “No discuta. Simplemente deje que la otra persona piense que lo que realmente quiere es lo que usted ha planeado”.
Como él era muy joven, al principio no había nada siniestro en sus intenciones; simplemente descubrió que podía insinuar sus planes a quienes aún no tenían sus ideas formadas. Pero puedo decirle que cuando uno estaba con esta persona, era difícil darse cuenta hasta dónde llegaban sus esquemas y cuándo comenzaba uno a actuar en forma independiente, conforme a su propio criterio.
Todos nosotros tenemos deseos y esperanzas. Y, a menudo, hay momentos en que nuestras metas se encuentran en una etapa de formación. ¿Cómo llegamos de esas ideas “en formación” a la convicción de que estamos siguiendo la guía de Dios? Esta es una pregunta muy importante.
Comencé a aprender la manera espiritual de conducirme hace años, cuando visité a un practicista de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Tenía que tomar una decisión muy importante, y no era mucho lo que estaba avanzando. Mientras hablábamos, nuestra conversación parecía divagar; yo pensaba que la respuesta que necesitaba estaba lejos. ¡Hasta comenzó a hablarme sobre cómo podaba sus naranjos! Dijo que esa tarea era bastante difícil para él, pero que subía al escalón más alto de su escalera y luego oraba en voz alta: “Padre, ¿qué es lo que Tú quieres que yo haga?”
En ese momento, no pude ver qué me había querido decir. (¡Es sorprendente lo lentos para comprender que podemos ser cuando estamos en medio de una lucha!) Cuando abandoné su oficina, mi decisión parecía estar tan remota como antes. Pero después encontré algo que Mary Baker Eddy escribe en la página 1 de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Los pensamientos inexpresados no los ignora la Mente divina. El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”.
Aunque no lo hice en voz alta, poco después yo estaba orando: “Padre, ¿qué es lo que Tú quieres que yo haga?” (Y al poco tiempo pude tomar la decisión que necesitaba, y todo salió bien.)
No hay ninguna fórmula para recurrir a Dios. Pero podemos colocar mentalmente nuestros planes y deseos en un altar espiritual y renunciar a ellos, hasta que busquemos la guía de la Mente divina. El hecho de recurrir a Dios — o sea, el reconocimiento de que nuestra Mente verdadera, la fuente de nuestras ideas, es Dios — comienza a revelar una comprensión más profunda de lo que significa para el hombre ser el reflejo de Dios. Tenemos la habilidad de reflejar la inteligencia divina, aunque eso no sea lo que nos sugiere el sentido material de las cosas. Sin embargo, ese sentido material no es confiable. Y cuando comenzamos a ver que el hombre debe de reflejar la inteligencia divina, comenzamos a comprender la realidad metafísica genuina.
Admitir esto es un acto concreto que capta el espíritu y el poder mismos de lo que hablaba el Apóstol Pablo cuando escribió a los primeros cristianos en Roma, quienes no acababan de decidirse con respecto a cuál era el motivo de su confianza y esperanzas: “Hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne.. . Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”.
No es necesario que posterguemos — de hecho no podemos permitirnos ese lujo — el comenzar a vivir como hijos de Dios hasta que ocurra algún evento cósmico en el futuro. Si podemos concebir ser buenos, actuar correctamente, ser honestos, entonces estamos comenzando a conocer los pensamientos de Dios. Este sentido espiritual es natural en nosotros. Por medio de él conocemos a Dios, la Mente divina.
La bondad, el amor, la justicia, un profundo deseo de estar bien y de ser sanos, son evidencias del poder del Cristo, la Verdad, en nosotros. Y ese conocimiento a la manera del Cristo es la evidencia de nuestra relación con Dios como Su hijo. Este conocimiento trae fortaleza, integridad y pureza a nuestra vida. Cristo Jesús demostró que esta comprensión espiritual podía restablecer el juicio y eliminar la parálisis, mental o física. Esta actividad del Cristo estará en acción. Esté preparado. No nos dejará estancados en la preocupación, la ignorancia o el pecado. Jesús dijo que esta actividad del Cristo podía mover montañas.
Cuanto mayor sea nuestro reconocimiento de que la ley divina gobierna nuestra vida, tanto más libres nos sentiremos de tomar decisiones correctas. Ciencia y Salud describe este proceso de la siguiente forma: “Ofuscados en las nieblas del error (el error de creer que la materia pueda ser inteligente para bien o para mal), podremos obtener claros destellos de Dios sólo a medida que las nieblas se disipen, o que gradualmente se vayan haciendo tan transparentes que percibamos la imagen divina en alguna palabra u obra que indique la idea verdadera — la supremacía y realidad del bien, la nada e irrealidad del mal”. (Incluso en alguna palabra u obra que al principio parezca tan intrascendente ¡como podar un naranjo!)
Cuando discernimos nuestra verdadera naturaleza, a imagen y semejanza de Dios, somos guiados por caminos que nunca antes nos habíamos imaginado. Esta es una de las formas en que se aprende la curación en la Ciencia Cristiana. El aprendizaje comienza — al igual que el primer capítulo de Ciencia y Salud— con el deseo, y confiando nuestros deseos a Dios. Y, tal vez, tan importante como eso sea aprender a confiar los pensamientos en formación de los demás a la ley y al cuidado maternal de Dios.
Sin tener en cuenta las imágenes darwinianas que durante tanto tiempo hemos asociado con la llamada supervivencia del más apto, por medio de la Ciencia Cristiana descubriremos que la existencia humana no es realmente cuestión de que un mortal o muchos mortales lamentablemente intenten controlar las decisiones de otros. En la creación espiritual de Dios, el hombre ya es la idea más elevada de Dios, y refleja Su propósito y bondad.
Encontraremos una genuina capacidad para hacer decisiones cuando realmente captemos ese hecho espiritual. Esta realidad, y nuestro deseo de comprenderla, modelan nuestras decisiones de diferentes maneras que ineludible y naturalmente traen curación, a la mente y al cuerpo.
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero,
todo lo honesto, todo lo justo,
todo lo puro, todo lo amable,
todo lo que es de buen nombre;
si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza,
en esto pensad.
Filipenses 4:8