Conozco a una persona muy persuasiva que solía dar consejos sobre cómo lograr obtener de los demás lo que uno desea. El decía: “No discuta. Simplemente deje que la otra persona piense que lo que realmente quiere es lo que usted ha planeado”.
Como él era muy joven, al principio no había nada siniestro en sus intenciones; simplemente descubrió que podía insinuar sus planes a quienes aún no tenían sus ideas formadas. Pero puedo decirle que cuando uno estaba con esta persona, era difícil darse cuenta hasta dónde llegaban sus esquemas y cuándo comenzaba uno a actuar en forma independiente, conforme a su propio criterio.
Todos nosotros tenemos deseos y esperanzas. Y, a menudo, hay momentos en que nuestras metas se encuentran en una etapa de formación. ¿Cómo llegamos de esas ideas “en formación” a la convicción de que estamos siguiendo la guía de Dios? Esta es una pregunta muy importante.
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