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¿El gobierno de Dios o los signos del zodíaco?

Del número de octubre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


Todo comenzó inocentemente. Una amiga de la universidad a quien admiraba, tenía un libro de astrología y le encantaba descubrir el signo de sus amigos de acuerdo con sus características. Creía que podía reconocer de lejos a alguien de Libra y saber cuándo estaba hablando con alguien de Leo. Era el alma de todas las fiestas.

Un día me ofreció su libro. Pronto llegué a creer que era capaz de descubrir el signo de las personas, al menos, parte del tiempo. Gozaba de cierta popularidad al hablarles sobre ellos mismos.

Luego de un tiempo, me di cuenta de que me identificaba con personas de determinados signos y no me agradaban otras en particular. De hecho, estaba saliendo con alguien cuyo signo no me agradaba. En ese momento debí haber examinado mi pensamiento. Desde pequeña había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde aprendí que el hombre es el hijo espiritual de Dios y que necesitamos identificar a cada persona como realmente es, como miembro de la familia de Dios. La verdadera individualidad de cada uno es mucho más que una personalidad material con rasgos simpáticos o antipáticos. El hombre de la creación de Dios es Su imagen espiritual, que expresa inteligencia, amor, percepción, gracia, cualidades inherentes a la naturaleza divina.

Durante esa época nunca planeaba mis días o mis acciones basándome en un horóscopo. Todavía me apoyaba siempre en Dios, la Mente única, en busca de guía, sabiendo que recibimos la dirección que necesitamos cuando confiamos en El. El hombre de la creación de Dios no está sujeto al azar, sino a Su ley del bien, y podemos probar esta realidad espiritual a medida que fielmente buscamos la guía de nuestro creador.

Una noche, luego de salir con esa persona cuyo signo no me agradaba, sentí un dolor en el abdomen. Comencé a orar esforzándome por comprender mi perfección como imagen espiritual de Dios. De pronto me di cuenta de lo contradictorio que era afirmar mi perfección espiritual, mientras tenía un concepto tan estricto de otra persona como alguien mucho menos que perfecto y a quien catalogaba como un prototipo astrológico.

Comenzó entonces una gran batalla. Me di cuenta de que quería salir del campo de lucha mental en que me había colocado yo misma. Había estado utilizando la astrología como apoyo y no la necesitaba. Comprendí que yo era en realidad una expresión de la Mente que me creó; que estaba aquí para dar testimonio del amor de Dios y que eso significaba ser amable. Tenía que mirar más allá de la apariencia externa, hacia la realidad del hombre que expresa todas las cualidades de la naturaleza divina.

Continué orando, comprendiendo que yo era la imagen y semejanza espiritual de Dios, nunca separada de Su amor. Dios me había dado dominio sobre el dolor y la discordia porque Dios nunca los había hecho ni aprobado. Pronto me sentí libre del dolor. Y sabía que había sido liberada de mucho más. ¡No más interés en la astrología!

¡Qué gran error era clasificar a las personas de acuerdo con los signos del zodíaco! La vida de la gente no está predeterminada por la posición que tienen esferas sin mente en el cielo. La verdadera naturaleza del universo de Dios es completamente espiritual, gobernada en perfecto orden por Su sabiduría. No hay ningún poder inferior. Una creciente percepción de esta verdad y el deseo de confiar en nuestro creador para que nos guíe son los verdaderos promotores de la armonía en nuestra vida.

Cuando nos alejamos de Dios, buscando otro supuesto poder para que nos guíe hasta para elegir a nuestros amigos, ¿no estamos violando el Primer Mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”? La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Los planetas no tienen más poder sobre el hombre que sobre su Hacedor, puesto que Dios gobierna el universo; pero el hombre, reflejando el poder de Dios, tiene dominio sobre toda la tierra y sus huestes”.

Lo fundamental para realizar cálculos astrológicos es el año, el mes, el día y la hora misma en que nació una persona. Al comprender a Dios como el creador infinito, nos damos cuenta de que nuestra identidad no está marcada por una fecha de nacimiento. Teniendo su origen en Dios, nuestra identidad coexiste eternamente con El. ¿No señaló Cristo Jesús esta realidad cuando dijo: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”?

En realidad, ninguno de nosotros ha estado jamás separado de la gloria del Padre. Siempre hemos estado en Su reino celestial, y estamos allí ahora. Abrir nuestro pensamiento y nuestra vida a esta realidad significa experimentar el gobierno infinitamente sabio y amoroso de Dios.

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