Hace poco, recibí una carta de una amiga que había estado enfrentando una prueba difícil en su vida. Aunque ella sentía que ya había tratado el problema por medio de la oración y que estaba progresando, también reconocía que todavía debía resolver algunos aspectos del problema más plenamente.
Al recordar la experiencia, ella escribió: “Fue una época difícil. Tenía mucho miedo, y no sentía la presencia de Dios tan fácilmente en medio de aquel temor. Al igual que en todas las dificultades en mi vida, tuve que enfrentar las preguntas más fundamentales: ¿Existe un Dios? y si es así, ¿cuál es Su naturaleza? Supongo que si pudiéramos contestar estas preguntas con completa seguridad y total entendimiento, ningún desafío nos podría socavar”.
Entonces ella observó: “Pero debido a que hay errores que no se han examinado y dudas que no se han resuelto, todo el trabajo se reduce a estos puntos fundamentales: purificar y aclarar”.
La clase de “trabajo” a que mi amiga se estaba refiriendo es la lucha que ocurre en nuestro propio pensamiento, el examinar nuestros motivos, la búsqueda profunda por la verdad esencial, la oración consagrada y humilde. Mi amiga pudo ver que el propósito básico de este trabajo debe de ser siempre la regeneración espiritual (la purificación) y el entendimiento espiritual (la clarificación). Ella se dio cuenta de que estas son las cosas que verdaderamente hacen la diferencia en nuestra vida y nos capacitan para enfrentar las tormentas cara a cara, y vencerlas. Al fin y al cabo, la única forma en que realmente podemos progresar es mediante la purificación, y la comprensión, en cierta medida, de quién es nuestro creador y qué cualidades expresamos verdaderamente cada uno de nosotros por ser Sus hijos.
Cuando la fe de uno es puesta a prueba, hay un anhelo natural de ser más puro de corazón y de estar absolutamente claro en nuestra convicción de la presencia inmediata de Dios, Su poder, Su cuidado incondicional por nosotros. No solo queremos conocer a Dios como El es, sino saber, de hecho, que existe Dios. Lo que estamos buscando no es de ninguna manera un mero “conocer” intelectual. Se tiene que sentir.
Aquí es cuando el cúmulo de toda nuestra oración previa, de nuestro estudio de la Biblia, y de cada prueba que hemos visto del amor de Dios, nos proporciona algo sobre lo cual edificar. Es importante darnos cuenta de que las épocas de prueba pueden ser siempre épocas para edificar. El estar a prueba no tiene que significar derrota. Al contrario, la prueba puede, en cada ocasión, resultar en el fortalecimiento del carácter, una victoria con Cristo. Hay un himno en el Himnario de la Ciencia Cristiana que insiste en esto:
El fuego nos revela
del oro su fulgor,
y la Verdad es la que muestra
al hombre su valor.
Ese “valor” innato surge a la luz como la sustancia misma de la cual Dios ha hecho Su criatura. Dios, que es Espíritu infinito y el único Amor, no puede jamás ser limitado en el ejercicio del poder divino; El no es solamente el creador del hombre, sino también la fuerza suprema gobernante y el sostenedor de toda vida que lo expresa a El. El hombre creado por Dios es, de la misma manera, el hombre que Dios mantiene permanentemente. Y ese hombre espiritual, la semejanza misma del Amor, identifica a cada uno de nosotros como lo que realmente es y siempre es.
Debemos dejar que la verdad espiritual del ser penetre nuestra oración, sin tener en cuenta lo convincente que parezca la evidencia opuesta de cualquier prueba que estemos enfrentando. Aunque nuestra fe pueda ser severamente puesta a prueba, si abrimos humildemente nuestro corazón al Cristo, entonces el hecho espiritual y científico de la relación eterna que tiene el hombre — y nosotros — con Dios puede despejar cualquier oscuridad en la consciencia humana.
Tenemos la fortaleza de Dios para perseverar. Nos apoyamos en la realidad de lo que Dios es como Amor infinito y todo poderoso, y, lo que verdaderamente somos como Su semejanza. Cuando en nuestra oración respondemos al Cristo, el mensaje puro de la verdad de Dios, salimos del desafío y entramos a un nuevo lugar, a una nueva manera de pensar. Aquí es donde estamos verdaderamente dando testimonio de algo de la realidad presente y espiritual que Jesús enseñó, y que abarca a todo el pueblo de Dios: “El reino de Dios está entre vosotros”.
La fe sólida está atada a esta clara visión de la inseparabilidad del hombre con Dios. Está arraigada en la pureza de pensamiento y en un amor puro por Dios. Solamente desde este punto de vista podemos tener dominio sobre el temor en que se basa una fe tambaleante. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy destaca el punto de vista espiritual adecuado del discípulo cristiano. Ella escribe: “Cada prueba de nuestra fe en Dios nos hace más fuertes. Cuanto más difícil parezca la circunstancia material que deba vencer el Espíritu, tanto más fuerte debiera ser nuestra fe y tanto más puro nuestro amor. El Apóstol Juan dice: 'En el Amor no hay temor, sino que el perfecto Amor echa fuera el temor.. . El que teme, no ha sido perfeccionado en el Amor'. He aquí una proclamación concreta e inspirada de Ciencia Cristiana”.
Mucho de lo que se requiere al responder a cualquier prueba de nuestra fe, tiene que ver con la comprensión de que el punto realmente no es lo que Dios pueda hacer, sino lo que Dios ya está haciendo. Aun cuando pueda llegar un momento cuando parezca que casi no podemos perseverar, Dios todavía nos sostiene. El amor absoluto de Dios está siempre presente y en operación para echar fuera el temor, para fortalecer la fe, para sanar.
A medida que nosotros permitimos que nuestra oración nos enseñe cómo amar a Dios de la manera que El nos ama, sin reservas y sin condiciones, descubrimos la gran victoria que puede resultar de una fe puesta a prueba. Descubriremos que nada bueno puede jamás perderse para un corazón cuyos “anhelos se enoblecen en el fuego del Amor” (Himnario).