Durante un partido de fútbol en la universidad, uno de los jugadores me pegó intencionalmente en la cara con el puño. En lugar de reaccionar violentamente, respondí con compasión cristiana hacia el otro jugador, a quien no conocía. Luego, me pegó de nuevo, con un gancho en el mismo lado de la mandíbula. Permanecí callado y no tomé represalias. Nuestros compañeros se interpusieron y nos sacaron de la cancha para evitar un conflicto mayor.
Cuando me fui a un lado de la cancha, mis compañeros de juego, trataron de ayudarme (!), diciéndome que me había pegado duro. Algunos me dijeron que la mandíbula se estaba hinchando y que pronto se pondría azul. Otros me preguntaron por qué no le había pegado. Sabían las distinciones que había obtenido como jugador de fútbol y luchador, y me decían repetidas veces: “Lo hubieras podido vencer”. (Me enteré luego de que ese joven había regresado recientemente de hacer el servicio militar en el Asia sudoriental y que todavía vivía en su mundo de combate.)
Aunque oía todo eso, escuchaba en silencio al Amor divino, Dios, y pensaba en el ejemplo de Cristo Jesús. Pensé, especialmente, en el encuentro que tuvo en la sinagoga con el hombre que tenía un "espíritu inmundo". Marcos 1:23–26. Jesús, al percibir con claridad que el mal no era parte del hombre, reprendió al espíritu malo y sanó al hombre. Me dí cuenta de que el mal no era más personal en mi caso que en el de Jesús. Sólo podía amar, porque el Amor es la única Vida.
Aunque continué orando y nunca sentí animosidad alguna, durante tres días sentí tanto dolor en la mandíbula que mi alimentación consistía primordialmente de líquidos o comidas muy blandas. Mientras almorzaba el tercer día me sentí muy desalentado. Comencé a pensar que debería ir a ver a un médico para que viera si tenía fracturada la mandíbula, o bien, ir a ver a un dentista para que viera si mi dentadura se había dañado. Pero, inmediatamente después de que me vinieron estos pensamientos, recordé todas las veces que me había sanado por medio de la oración como se enseña en la Ciencia Cristiana. La misma Verdad infinita, Dios, que me había sanado en otras oportunidades, era aún verdadera. El Principio divino no había cambiado. Jamás me había separado del Amor.
Entonces, me vino esta idea espiritual: Yo no sólo había sido fiel al Amor al no responder violentamente hacia el jugador que me había golpeado, sino que en un sentido espiritual y profundo, no había elemento alguno de la ley divina que apoyara ese violento arrebato o cualquier consecuencia perjudicial. Percibí que no estaba hecho de materia ni de mente mortal. En realidad, yo era una idea espiritual, incapaz de odiar o de ser odiada. Sencillamente no podía ser una víctima y, por lo tanto, no podía haber un victimario.
Al razonar espiritualmente de esta manera, había ido más allá de un mero perdón humano y de un vago sentido de amor. Había alcanzado el punto del perdón científico, al percibir en silencio mi invulnerabilidad a las condiciones materiales o de la mente mortal, y, también, al percibir la total irrealidad de tales condiciones aparentes. Tuve un sentido radiante de la santa presencia de Dios.
Pronto, concurrí a clases. No fue sino hasta varias horas después que recordé que había tenido ese dolor y me di cuenta de que me había sanado instantáneamente en ese momento de revelación.
Después de esa experiencia he sido maltratado con ignorancia, egoísmo y malicia, al igual que mucha gente, y hasta he sido amenazado con violencia. Pero he recordado una de las referencias acerca de Cristo Jesús en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Para mí, este pasaje describe el fundamento científico del perdón: “[El] iba a probar que el Cristo no está sujeto a condiciones materiales, sino que está fuera del alcance de la ira humana y que puede, mediante la Verdad, la Vida y el Amor, triunfar sobre el pecado, la enfermedad, la muerte y la tumba”.Ciencia y Salud, pág. 49.
Pero, ¿qué podemos decir acerca de nuestras derrotas y fracasos que, debido a los errores o malicia de los demás, parecen estar impresos de forma indeleble en nuestra vida? La vida de Jesús responde a esta pregunta para todas las épocas y circunstancias. El fue calumniado y sobre esa base fue crucificado. El mundo dijo que él había sido exterminado, pero el mundo estaba equivocado. El mundo, al creer en la permanencia y realidad de la derrota y el fracaso, no alcanzó a comprender el progreso y victoria grandiosos que obtuvo Jesús durante los siguientes tres días en la tumba, que culminó en su resurrección y ascensión.
Los períodos que pasamos en las “tumbas” de dolor, tragedia, decepción o derrota, causados aparentemente por los demás, puede que duren más de tres días, pero, ¡qué victorias puede obtener Dios durante esos períodos! Y, ¡qué realidades espirituales inalterables se pueden comprobar!
La historia y la memoria humana parecen ser muy implacables, pero, como lo explica la Sra. Eddy al escribir sobre su vida: “Es bueno saber, querido lector, que nuestra historia material y mortal, no es sino el registro de los sueños, no de la existencia real del hombre, y los sueños no tienen lugar en la Ciencia del ser”. También escribe: “La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse”.Retrospección e Introspección, págs. 21, 22.
La resurrección de Jesús de la tumba no sólo es muy importante para la humanidad porque venció a la muerte, sino porque demostró para todas las épocas y circunstancias que el pecado no tiene poder y es irreal; que sólo Dios, el bien, y el hombre a la semejanza de Dios tienen una historia real; y que el hombre no está sujeto a condiciones materiales o mortalmente mentales, ni a acontecimientos mortales, sino que es la expresión eterna del Amor omnipotente, y está siempre a salvo.
El perdón científico reconoce la totalidad, la supremacía, de Dios, la Mente divina, a través de todo el tiempo y el espacio, sin que quede ningún temor. Ciertamente, no puedo amar a mi presunto enemigo si le tengo miedo. Tampoco estoy preparado para bendecirlo. Es tan necesario vencer el temor al sanar el pecado como lo es al sanar la enfermedad, y en la Ciencia Cristiana la curación del pecado es nuestra misión principal. El perdonar científicamente a los demás es de suma importancia para vencer el temor. Según dice la Primera Epístola de Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. 1 Juan 4:18.
¿Podemos ser tan radicales en nuestro compromiso con el amor constante y el perdón científico como lo somos en nuestro compromiso con la práctica de la Ciencia Cristiana, que no hace uso de medicamentos? Sí, podemos y debemos. De hecho, la curación en la Ciencia Cristiana es prueba de que hemos perdonado científicamente — de que hemos hecho valer la invulnerabilidad espiritual del hombre como la semejanza de Dios — y de que hemos demostrado, para bien, nuestra atracción hacia Dios y nuestra dependencia en El.
A través de los diarios, la radio, la televisión, y en nuestra propia experiencia, todos estamos enterados de la falta de honestidad, el crimen violento, las guerras, la tortura, la depravación, la codicia, y demás formas de crueldad que infestan a la humanidad. El apoyar a las autoridades policiales, a las cortes y jurados, en sus esfuerzos por mantener leyes humanitarias a nivel estatal, nacional e internacional, es necesario pero no suficiente.
La familia humana — nuestros hermanos y hermanas por todo el mundo — necesita desesperadamente de nuestras oraciones silenciosas de perdón científico, inspiradas por el Amor, y de nuestras vidas cristianas que ejemplifiquen ese discernimiento espiritual. Nuestra proclama viviente de la invulnerabilidad espiritual del hombre, que beneficia tanto a las llamadas víctimas como a los llamados victimarios, promueve normal y necesariamente la seguridad individual y global.
