Oh, cuán grande es tu amor:
porque cuando a ti fui guiado,
vine digno de lástima y desdichado;
cuando enfurecido, golpeaba a diestra y siniestra, maldiciendo,
tu poderoso amor permaneció imperturbado.
Aun cuando para las apariencias yacía inanimado,
me tomaste de la mano,
y como sólo ves y conoces lo puro y abnegado,
calmadamente me dijiste: Levántate.
Y ahora, mi Salvador tiernamente amado,
para devolverte todo lo que has hecho y estás haciendo,
sinceramente a Dios he buscado
— a esa Mente de la que siempre amor constante ha emanado,
esa Mente que me exhorta: “Según te fue hecho,
ve y haz tú lo mismo”.
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