Encontramos mucha esperanza en las palabras de Cristo Jesús: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino". Lucas 12:32. Esta certeza de la bondad de Dios no es un simple estímulo alentador. El Maestro probó que estas palabras son ciertas y que se pueden aplicar a las necesidades humanas. Mediante el poder de Dios, el Espíritu, él devolvió vista al ciego, pies al cojo y libertad al pecador arrepentido. En su ministerio sanador, Jesús demostró que la voluntad de Dios es buena y que cada uno de nosotros nació para ser armonioso y estar a salvo y seguro.
Hoy en día todavía podemos esperar en Dios y en Su Cristo y satisfacer nuestras esperanzas. Nuestra necesidad básica no es contar con la presencia física de Jesús, sino entender mejor al Cristo, la Verdad salvadora que Jesús ejemplificó en su vida. La idea divina que consuela y sana está siempre presente en la consciencia. Por medio del sentido espiritual podemos discernir su mensaje y llegar a saber que nosotros — y todos — somos en verdad el hombre de Dios, inmortal, perfecto, Su imagen y semejanza espiritual.
Dios, el Amor infinito, siempre nos protege, gobierna y se ocupa de nosotros porque somos Su linaje bendito. La totalidad de Su infinita bondad excluye la enfermedad, la carencia y la soledad. Al adquirir este conocimiento, comprendemos por qué no tenemos que sentir temor. Encontramos el poder divino que responde a toda necesidad. Comenzamos a dejar de tener confianza en los sentidos engañosos, que presentan al hombre como un mortal imperfecto que incluye tanto el bien como el mal. Depositamos nuestra fe en la verdad del ser, que establece que somos realmente espirituales y que incluimos sólo el bien. Al orar desde este punto de vista, podemos empezar a probar que la discordancia no tiene lugar legítimo en nuestras vidas.
La certeza de que esta verdad se manifiesta humanamente cuando se restaura la armonía, nos impulsa a demostrarla. Sin embargo, para lograr que la curación sea completa, es preciso ir más allá de la esperanza de obtener la salud a una comprensión clara de la irrealidad de la ilusión material que quiere sugerir que hay falta de salud. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Es bueno estar calmado durante la enfermedad; estar esperanzado es aún mejor; pero comprender que la enfermedad no es real y que la Verdad puede destruir su aparente realidad, es lo mejor de todo, ya que esa comprensión es el remedio universal y perfecto”.Ciencia y Salud, págs. 393–394.
Hace varios años me enfermé y no podía comer ni dormir normalmente. En oración, negué la falsa evidencia de enfermedad y afirmé la presencia de Dios. Al principio no me di cuenta de que mis oraciones estaban basadas en una imagen mental de mí mismo como física, materialmente, sano y en un anhelo de ver restaurada esa condición.
Al no recibir ningún alivio me desalenté, y mi esperanza de recuperarme empezó a desvanecerse con rapidez. Entonces me di cuenta de que aunque mis declaraciones científicas fueran correctas, lo que necesitaba era ir más allá de un deseo de cambio material a una aceptación de mi genuina individualidad, que es espiritual y no incluye ningún grado de imperfección. Mientras me aferrara a un concepto equivocado de mí mismo como material, me iba a ser difícil ver la naturaleza falsa de la enfermedad, que parecía muy real. A esa altura lo que más necesitaba era verme espiritualmente como la semejanza de Dios, Su reflejo inmaculado.
Al dejar que el Cristo, la Verdad, guiara mis oraciones, reconocí el hecho de que Dios es mi Vida. Dejé de mirar con ansiedad el cuerpo para tratar de encontrar señales alentadoras, y comprendí que mi verdadera salud era espiritual. Al saber que la salud verdaderamente proviene de Dios, razoné que tiene que ser inmutable y permanente. Al Padre le place darnos fortaleza, actividad correcta y compleción. Al orar desde este punto de vista, hallé que podía ir más allá de los anhelos humanos y realmente confiar en Dios. Mi fe en la presencia de la armonía se fortaleció. A medida que mi pensamiento fue elevado por el Cristo, la Verdad, pude ver que, en efecto, estaba libre de la enfermedad en ese momento y que en realidad no tenía necesidad de tener la esperanza de obtener salud. Ya era mía por ser el hombre inmortal de Dios. La curación se manifestó.
Para mí, la curación incluyó regeneración, un viaje mental desde un sentido material y falso de las cosas, que engendra temor, a una consciencia pacífica de la totalidad de Dios y Su completo control. Ciencia y Salud explica tales pasos ascendentes de progreso espiritual de esta manera: “A medida que el pensamiento humano cambie de un estado a otro, de dolor consciente a la consciente ausencia de dolor, del pesar a la alegría, — del temor a la esperanza y de la fe a la comprensión —, la manifestación visible será finalmente el hombre gobernado por el Alma y no por el sentido material”.Ibid., pág. 125.
Puesto que tenemos a Dios y a Su Cristo con nosotros perpetuamente, no es preciso que nos sintamos sin esperanza. Por más desalentadora que pueda parecer la evidencia humana, la divinidad está todavía con nosotros y nos vigila con ternura. Aunque nuestro primer paso al orar no sea más que un simple pedido: “Dios ayúdame”, por lo menos hemos empezado con una expresión de confianza en el Alma, en la Mente infinita. Una fe firme en Dios puede abrir el camino para el progreso y la libertad.
En la proporción en que nos esforzamos por expresar más el espíritu del Cristo, al vernos a nosotros mismos como hijos de Dios espirituales y perfectos, podemos avanzar en nuestras oraciones, dejar atrás esa sensación de que necesitamos que nos arrojen una cuerda salvadora, y reconocer nuestra eterna unidad con el Amor divino. Entonces no tendremos que tener la esperanza de que Dios nos ayudará. Sabremos que la Verdad omnipotente puede destruir todo error que nos perturbe.
La comprensión espiritual, que proviene de percibir y aceptar la verdad de Dios perfecto y hombre perfecto, debería ser nuestra esperanza más elevada. ¿Por qué? Porque esto es lo que disipa la creencia de que la discordia material puede enfermarnos o tocarnos de alguna forma. Empezamos a darnos cuenta de que sólo la armonía nos pertenece por ser los amados hijos de Dios. Una fe que comprenda la exclusiva presencia y realidad del bien, trae curación. Y, cuando viene la curación, nuestras esperanzas se cumplen, por eso ya no precisamos tener esperanza. Podemos sentir y saber que ciertamente a nuestro “Padre le ha placido dar[nos] el reino”.
 
    
