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Esperanzas que se cumplen por medio de la curación

Del número de marzo de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Encontramos mucha esperanza en las palabras de Cristo Jesús: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino". Lucas 12:32. Esta certeza de la bondad de Dios no es un simple estímulo alentador. El Maestro probó que estas palabras son ciertas y que se pueden aplicar a las necesidades humanas. Mediante el poder de Dios, el Espíritu, él devolvió vista al ciego, pies al cojo y libertad al pecador arrepentido. En su ministerio sanador, Jesús demostró que la voluntad de Dios es buena y que cada uno de nosotros nació para ser armonioso y estar a salvo y seguro.

Hoy en día todavía podemos esperar en Dios y en Su Cristo y satisfacer nuestras esperanzas. Nuestra necesidad básica no es contar con la presencia física de Jesús, sino entender mejor al Cristo, la Verdad salvadora que Jesús ejemplificó en su vida. La idea divina que consuela y sana está siempre presente en la consciencia. Por medio del sentido espiritual podemos discernir su mensaje y llegar a saber que nosotros — y todos — somos en verdad el hombre de Dios, inmortal, perfecto, Su imagen y semejanza espiritual.

Dios, el Amor infinito, siempre nos protege, gobierna y se ocupa de nosotros porque somos Su linaje bendito. La totalidad de Su infinita bondad excluye la enfermedad, la carencia y la soledad. Al adquirir este conocimiento, comprendemos por qué no tenemos que sentir temor. Encontramos el poder divino que responde a toda necesidad. Comenzamos a dejar de tener confianza en los sentidos engañosos, que presentan al hombre como un mortal imperfecto que incluye tanto el bien como el mal. Depositamos nuestra fe en la verdad del ser, que establece que somos realmente espirituales y que incluimos sólo el bien. Al orar desde este punto de vista, podemos empezar a probar que la discordancia no tiene lugar legítimo en nuestras vidas.

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