Muchos maestros de la Escuela Dominical nos dicen que han sentido mucha satisfacción cuando los alumnos captan una idea que surgió durante la clase; cuando un niño, o toda la clase, comprende un simple concepto espiritual. Tales momentos pueden ser como el grano de mostaza de la parábola de nuestro Maestro (Mateo 13:31, 32); algo que con el tiempo crece en una manifestación activa y duradera. Muchas personas se han salvado y sanado cuando recordaron algunas de las verdades espirituales que aprendieron — a veces, muchos años atrás — en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. (Un ejemplo es el testimonio que comienza en la página 1212 del Christian Science Sentinel del 15 de julio de 1950; y más recientemente, en la página 1773 del 22 de septiembre de 1986.)
¿Cómo ocurre esto? ¿De dónde vienen estas semillas preciosas de mostaza? ¿Cómo llega esa semilla a la tierra fértil del pensamiento del alumno?
Bueno, con seguridad, no hay fórmulas para tener genuinas experiencias de progreso en la Escuela Dominical (y, por la misma razón, en cualquier otra clase de enseñanza). Asimismo, tales momentos de descubrimiento son normales y se deben esperar, debido a la naturaleza misma de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. En realidad, la Escuela Dominical no es un intento humano para espiritualizar a niños mortales. La Escuela Dominical, como la estableció la Sra. Eddy en el Artículo XX del Manual de La Iglesia Madre, es el resultado directo y viviente del impulso divino. Es una manifestación humana del amor ilimitado que Dios tiene por Sus hijos. Debido a que, en verdad, las enseñanzas tienen lugar en la atmósfera del Alma, el Espíritu, como maestros podemos estar más conscientes de este hecho. A medida que lo hagamos, nos veremos con más frecuencia a nosotros y a nuestros alumnos al borde del descubrimiento, explorando juntos el nuevo-viejo mundo de la Ciencia Cristiana.
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