La teología cristiana que es más que un análisis de las conocidas premisas humanas, es la que surge de las palabras y obras de Cristo Jesús. Debe incluir necesariamente curación, la curación del pecado y de la enfermedad que constituyen la razón fundamental de los mayores problemas del mundo actual.
La teología a menudo ha sido considerada como un tema para el seminario, algo que sólo los especialistas pueden esperar comprender. Pero en la Ciencia Cristiana, donde cada integrante es un miembro seglar, y todos actúan en un mismo nivel de igualdad, la teología se considera de un modo diferente. Se espera que todos los miembros comprendan y practiquen la teología de la Ciencia Cristiana. De hecho, la comprensión de esta teología es indispensable para la práctica de la Ciencia Cristiana.
El hombre estaba echado en la acera cubierto con un viejo sobretodo. Cuando levanté el sobretodo, alzó su rostro de la revista que tenía, y me miró; la tapa de la revista se refería a un artículo sobre la guerra nuclear. Le pregunté: "¿Necesita ayuda?" El a su vez me preguntó: "¿Cree usted que van a hacer desaparecer el mundo?"
Esa tarde de marzo, en medio de una persistente llovizna, no había aparentemente nada que pudiese ofrecer una salida o esperanza. Ese hombre joven cubierto con el sobretodo no tenía trabajo ni hogar; vivía en las calles subsistiendo con la ayuda de los cheques de asistencia social. Su historia personal era sombría: divorcio, pobreza, uso de drogas, una condena en la cárcel por robos menores, etc., etc. Su formación en una jungla urbana parecía haberle exigido un precio muy alto desde el punto de vista psicológico, dejándolo herido y lleno de ira, bajo un exterior solapado. Habitualmente al hablar con los demás desviaba la mirada.
Era la clase de encuentro que uno no puede olvidar fácilmente y por el que uno continúa orando aún mucho tiempo después. Esta experiencia puso sobre el tapete la pregunta: "¿Qué significa ser un buen samaritano?", Ver Lucas 10:30–35. como rara vez lo hacen las estadísticas sobre la pobreza, el crimen o el desempleo.
La pregunta es especialmente apremiante en un mundo donde millones de individuos están abandonados, "heridos" al borde del camino, despojados de su valía por fuerzas sociales y económicas que pueden ser mucho más despiadadas que una banda de ladrones en el camino a Jericó. Es simplemente imposible "pasar de largo" como el sacerdote y el levita de la parábola de Cristo Jesús, sin negar nuestros instintos cristianos más profundos. Pero es igualmente obvio que se requiere algo más que mera simpatía o buenas intenciones si realmente deseamos ayudar a la humanidad.
¿Qué deberíamos hacer?
La interrogante acerca de cómo ayudar — cómo responder en forma práctica a necesidades humanas de tamaña magnitud — ha ocupado un lugar destacado en la agenda cristiana durante el siglo pasado. Ha habido muchos nobles y necesarios esfuerzos, desde la caridad tradicional del Ejército de Salvación hasta el influyente movimiento del Evangelio Social, que destaca la amplia función que les corresponde a las iglesias para corregir males sociales.
En años recientes, el surgimiento de la "teología de la liberación" cristiana ha destacado aún más esa función. Al responder originalmente a condiciones desesperantes de pobreza y opresión en América Latina, los teólogos de la liberación han encarado la misión de reestructurar la sociedad política y económicamente. Ellos argumentan, y en algunas circunstancias en forma persuasiva, que la caridad tradicional no tiene suficiente "alcance" para enfrentar la injusticia endémica. Un artículo de una revista que encara este tema, explica: "Cristo nació pobre para anunciar, en el nombre de los pobres, el final de la tiranía"; y la tarea principal que se exige a los seguidores de Jesús es la de trabajar con los pobres por un mundo más justo. Jane Kramer, "Letter from the Elysian Fields", The New Yorker, 2 de marzo de 1987, pág. 41.
Cualquiera que sea la opinión que uno tenga sobre la política de esos esfuerzos, el reconocer la dedicación con que fueron hechos despierta una gran humildad. Al enterarnos de los sacrificios personales de algunos de los que han optado por trabajar entre los pobres, naturalmente nos encontramos formulándonos la pregunta: "¿Estoy haciendo lo suficiente, todo lo que yo podría hacer?" Tal vez hasta nos hayamos preguntado si, como Iglesia, nuestra devoción a la curación cristiana, es realmente suficiente, si el hacer algo más no respondería de un modo más directo a las necesidades más esenciales del mundo; o si no tendría un mayor impacto o sería de más ayuda para más gente.
Sin duda, muchos sentimos, como individuos, que podríamos y deberíamos hacer mucho más. El anhelo de hacer más es en sí una forma de oración y abre el camino (generalmente abriendo nuestro propio pensamiento) para que cada uno de nosotros encuentre oportunidades significativas para servir a los demás, oportunidades que al mismo tiempo nos hacen crecer espiritualmente.
Pero si sentimos que la labor de curación cristiana en sí es demasiado individual, demasiado orientada hacia lo "espiritual", demasiado "clase media", o simplemente demasiado limitada por el número de personas involucradas en ella, como para hacer algo más que un pequeño aporte a las vastas necesidades de la humanidad, entonces probablemente hayamos permitido que nuestro concepto del ministerio de la Ciencia Cristiana se haya vuelto muy estrecho. Tendremos que recuperar el sentido ineludible de la curación cristiana que expresó la mujer que fundó esta publicación y este movimiento, Mary Baker Eddy, cuando en un sermón sobre este tema, dijo: "Nos hallamos en medio de una revolución.. . " La curación cristiana, pág. 11. La cita completa dice: "Nos hallamos en medio de una revolución; la física va cediendo lentamente a la metafísica; la mente mortal se rebela contra sus propios límites; cansada de la materia, quisiera captar el significado del Espíritu".
El ejemplo esclarecedor del Maestro
Cristo Jesús pertenecía a un pueblo oprimido y vivía en un mundo que de ninguna manera se hallaba libre de la injusticia de la estructura económica. El procedía de una cultura que aguardaba a un Mesías quien sería, entre otras cosas, un salvador político a quien seguirían los judíos. Jesús rechazó este modelo convencional que delineaba el papel que él debía desempeñar. Se negó a convertirse en el líder de un movimiento político de liberación. La manera en que se presentó contradijo totalmente las expectativas humanas. Sin embargo, su vida fue infinitamente más revolucionaria que el modelo convencional, y ha sido infinitamente más libertadora en sus efectos, no sólo a nivel individual, sino también para la sociedad en su totalidad.
En sus tentaciones en el desierto, antes del comienzo de su ministerio, el Maestro afrontó en forma explícita la cuestión sobre cuál sería su función y qué clase de "reino" iba a proclamar. Las narraciones de los Evangelios proporcionan esbozos breves que hacen pensar, y que relatan que a Jesús se le mostraron "todos los reinos del mundo" y le fue ofrecido la función de gobernante temporal sobre ellos. Ver Mateo 4:8–10; Lucas 4:5–8.
Tal vez, en vista de su carácter y pureza, la verdadera tentación en esta sugestión no fue personal (por ejemplo: "Considera el poder que yo podría tener"), sino humanitaria (por ejemplo: "Considera el bien que yo podría llevar a cabo si estuviese en semejante posición de poder"). Con mucha frecuencia también nosotros nos enfrentamos con la diabólica sugestión de que primero necesitamos alcanzar el poder temporal — poder en el mundo — a fin de hacer el bien en cualquier forma que sea realmente significativa; o con la sugestión aún más sutil de que podríamos ser más útiles a mayor cantidad de personas si sólo nos "postrásemos" y sirviéramos a algo que no sea Dios.
El propósito de la vida revolucionaria de Cristo Jesús no fue meramente el mejoramiento de las condiciones mortales. Fue la liberación de la mortalidad misma. Su vida aniquiló el mito de que la mortalidad es la verdadera condición del hombre. Jesús atendió a las necesidades de las multitudes mediante su labor sanadora; pero el pleno significado de estas obras se pierde si se miran como intervenciones especiales o correcciones fragmentarias de un mundo arruinado. Del mismo modo, el verdadero significado de su resurrección se pierde si se la considera como un triunfo que ocurrió una sola vez, una excepción milagrosa en un orden en el que la muerte es el término normal de la vida. Su victoria sobre la mortalidad trastornó por completo el sentido carnal de que la vida está separada de Dios, y señaló un orden enteramente diferente, una base espiritual para comprender a Dios, al ser y al hombre.
Este orden divino es el reino que Jesús describió diciendo que "se ha acercado". Ver Mateo 4:17. No es una condición futura, sino el universo real que Dios creó, la emanación espiritual del Amor, de la Vida infinita, que fluye en armonía y bondad infinitas.
Esta sagrada realidad es el hecho grandioso del ser ahora. Es el hecho grandioso de nuestro ser. A pesar de las apariencias, no somos personalidades mortales dolorosamente inadecuadas, modeladas por circunstancias sociales y económicas (como tampoco por la biología). Ni estamos relacionados entre nosotros esencialmente como ricos y pobres, como objetos de envidia u objetos de conmiseración. Parafraseando a Pablo, en el Cristo no hay ricos ni pobres; Ver Gál. 3:26–28. existe simplemente el hombre, la imagen espiritual, o expresión, de Dios, libre y sin ninguna clase de privaciones, que posee todo lo que Dios está constantemente proveyendo y que en última instancia, no posee nada que no sea otorgado por Dios. Esto no es meramente un interesante concepto idealizado del hombre; es la verdad que da fundamento a la curación cristiana y atraviesa el mesmerismo opresivo tanto de la pobreza como de la opulencia.
El ministerio en el mundo de hoy
Jesús de Nazaret no habría sido recordado de la manera en que lo es hoy en día si su ministerio se hubiese limitado a hacer humanamente lo que podía hacerse humanamente para ayudar a los demás. Es recordado y honrado porque llevó a cabo su ministerio mediante el poder del Amor divino, porque no sólo ayudó, sino que sanó a los demás. Puesto que veía a Dios como la fuente de todo poder y salud, no consideraba el poder de sanar como algo personal; así que era natural para él esperar que sus seguidores sanaran cada vez más. Ver Juan 5:19; 14:12.
El ministerio de la curación cristiana se ha extendido notablemente en el siglo pasado debido, en gran parte, a la devoción que los Científicos Cristianos le han dedicado. Pero este ministerio no deja espacio para la condescendencia con las injusticias políticas y sociales de larga data. Demasiado a menudo en el pasado, la religión organizada, de hecho, ha perpetuado tales injusticias al concentrar su enfoque en forma demasiado exclusiva sobre la salvación personal, o al separar en forma artificial las inquietudes espirituales de los factores supuestamente seculares que determinan la vida de la gente.
Si los Científicos Cristianos se sienten tentados en esa dirección, la poderosa visión cristiana que motivó el establecimiento del The Christian Science Monitor por la Sra. Eddy debería despertarnos sin demora. Los males sociales son una imposición al "cuerpo político", así como los males físicos son una imposición al cuerpo del individuo. En su sentido más profundo son la manifestación del pecado, de la débil negación que la mente mortal hace de Dios. Si aceptamos pasivamente la injusticia para con los demás, también estamos aceptándola como un poder para nuestra propia vida. El Amor divino siempre nos impulsa a superar la estrechez de preocuparnos sólo por nosotros mismos.
La Ciencia Cristiana insiste en que nuestras habituales percepciones y suposiciones humanas acerca de la realidad son precisamente eso, percepciones y suposiciones humanas. Son el producto de la consciencia mortal limitada. Podemos traer curación y redención a todas las facetas de la experiencia humana sólo cuando desechamos esta engañosa consciencia, individual y colectivamente, y llegamos a conocer con mayor plenitud el reino de Dios, su dimensión y su gloria.
El proceso comienza al ir profundizando cada vez más nuestra espiritualidad, y, obviamente, es mucho más fácil hablar teóricamente sobre ese profundizar que persistir en la ardua tarea de demostrarlo en nuestras vidas. Pero la Ciencia desmiente el argumento tan común, aceptado hasta por algunos cristianos, de que la espiritualidad es algo "demasiado íntimo" y básicamente inaplicable para la tarea de promover la justicia en el mundo. La verdad es que la sociedad no puede ser verdaderamente liberada excepto por la fermentación y limpieza del pensamiento humano. Tal como lo subraya otro de los sermones de la Sra. Eddy, La idea que los hombres tienen acerca de Dios, la justicia de las naciones, al igual que la de los individuos, refleja inevitablemente el sentido que poseen acerca de lo que es Dios. Ver La idea 1:1–7; 2:18–3:6; 6:30–7:7.
Desde este punto de vista, el problema con la teología de la liberación convencional no es que sea "demasiado radical", sino que no es suficientemente radical. Deja incontrovertida la esclavitud fundamental, la premisa del sentido físico de que el hombre vive en la materia y bajo la ley material con sus inevitables desequilibrios, limitaciones, privaciones y tragedias.
Si esa trama es la real y definitiva, entonces el amor de Dios no lo es. Es tan simple como eso. En un mundo definido por el sentido material, lo máximo que se puede esperar es dividir el pastel de recursos terrenales limitados tan equitativamente como sea posible. Pero los esfuerzos humanos aun para hacer eso se ven frustrados por modelos inculcados de egoísmo y dominación. Como la Sra. Eddy escribió, con típico realismo: "Las tendencias despóticas, inherentes a la mente mortal y que germinan continuamente en nuevas formas de tiranía, tienen que desarraigarse mediante la acción de la Mente divina".Ciencia y Salud, pág. 225.
La tragedia de la mayoría de las revoluciones políticas de este siglo ha sido el haber cambiado la estructura de poder de la sociedad sin la correspondiente elevación del carácter. El resultado es que esos cambios políticos con demasiada frecuencia han reajustado la injusticia en lugar de extirparla, dejando a su paso una alienación y una desilusión mucho más profundas.
Para quebrar este ciclo, debe haber en la sociedad un reconocimiento más honesto de que la reforma genuina tiene sus raíces en un despertar moral y espiritual. Esta reforma está impulsada no por el choque de intereses de clases o grupos, sino por la más elevada percepción de la verdadera nobleza del hombre y de su naturaleza inmortal. Esta clase de "elevación de la consciencia", lejos de ser demasiado idealista para un mundo desordenado, es exactamente lo que dio un tremendo impulso al liderazgo de recientes figuras como el Mahatma Gandhi y Martin Luther King, Jr. Por más que las imperfecciones humanas la refracten, aun un destello de la naturaleza superior del hombre tiene poder para conmover corazones (y para mover montañas de injusticia), como ninguna otra cosa puede lograrlo.
Un amor más revolucionario
Refiriéndose al movimiento político de liberación más significativo de su época, la lucha contra la esclavitud, la Sra. Eddy escribió, "La voz de Dios a favor del esclavo africano aún resonaba en nuestro país cuando la voz del heraldo de esa nueva cruzada dio la nota tónica de la libertad universal, pidiendo más amplio reconocimiento de los derechos del hombre como Hijo de Dios, exigiendo que las cadenas del pecado, la enfermedad y la muerte se arrancasen de la mente humana y que su libertad se lograse no mediante la guerra entre los hombres, ni con bayoneta y sangre, sino mediante la Ciencia divina de Cristo".Ibid., pág. 226.
Al leer estas palabras un siglo después, resulta difícil no llegar a sentir que estamos todavía en el comienzo mismo de la revolución universal que describe la Sra. Eddy, y que esta revolución va a exigir mucho más de los Científicos Cristianos — más trabajo, más sacrificios, más demostración — de lo que podamos advertir.
Alguien ha descrito la curación como la palabra que usamos para la manera en que llegamos a conocer a Dios. Es también la palabra que describe el derrocamiento de todo lo que se opone a Dios o el bien, en la experiencia humana. Esto es por naturaleza revolucionario; pero es útil recordar que la revolución es más bien la obra del Amor divino que la nuestra. No estamos limitados por el concepto actual que tenemos de nosotros mismos. Podemos responder a lo que el Amor nos está revelando, no sólo sobre quiénes somos, sino también dónde estamos. Aprender la grandiosa realidad de este Amor, dejarnos revolucionar por él, no aumenta nuestras cargas, sino que nos libera para trabajar sin el impedimento de las ilusiones personales, y sin el temor de que cualquier tipo de injusticia pueda impedir el cumplimiento del propósito perfecto que el Amor tiene para el hombre.
Aunque parezca una ironía, podemos progresar aún más rápido cuando nos encontramos frente a condiciones opresivas que cuando estamos viviendo en una relativa tranquilidad. Una Científica Cristiana que fue encarcelada por error, descubrió de pronto que lo que le parecía ser una existencia segura había cambiado por completo. Tuvo que hacer frente a la severa condena pública, y perdió todos sus ahorros en el largo proceso de su defensa legal hasta que se retiró la acusación contra ella. Pero sintió que esa experiencia le dio "un sentido más genuino de compasión por todos los oprimidos.. . Yo siempre había tenido una profunda consideración por mi prójimo, pero ahora me doy cuenta de que disfrutaba de mi compasión desde una perspectiva muy 'segura y cómoda'. Esto ha cambiado. Mi enfoque respecto a la humanidad ya no es algo distante. ¡Es real!"
El amor que el mundo necesita urgentemente hoy en día, no es del tipo "seguro y cómodo". La beneficencia humana, pese a lo esencial que es, no va a liberar a la humanidad de los abismos de opresión. Nada sino el Cristo, el poder del Amor divino reinando realmente en nuestra vida, puede hacerlo. La Ciencia del Amor muestra que es posible que cada uno de nosotros sigamos el ejemplo del Maestro al ejercer su ministerio en ayudar a un mundo lleno de carencias, pero también nosotros debemos poder decir con convicción: "¡Nuestro amor es real! No es algo distante. Estamos trabajando y orando como nunca lo habíamos hecho, brindando todo nuestro corazón a Dios y al hombre, aprendiendo a efectuar la curación que sabemos es posible".
