En mi niñez, fui muy maltratada por muchos años. Algunos de mis parientes sabían lo que estaba sucediendo. Sin embargo, la actitud que tomaron fue de que yo lo superaría o que no era de su incumbencia. Tampoco faltó la conocida postura: "No quiero meterme".
Por último, mi abuelo materno me sacó de ese ambiente. También me inscribió en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Como era tímida y abstraída, simplemente me sentaba en las clases de la Escuela Dominical y escuchaba. El proceso fue lento, pero poco a poco me volví más receptiva a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y vencí el temor de que todo el mundo tenía la intención de atacarme.
Una de las historias más hermosas de la Biblia que recuerdo haber estudiado es la que relata que Jesús colocó a un niñito en medio de sus discípulos (ver Mateo 18:1–6). Llegué a sentirme como ese niño, abrazada por la Verdad y el Amor, donde nada puede hacer daño a ninguno de los hijos de Dios.
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