La serie "Niños en oscuridad — La explotación de la inocencia", que apareció recientemente en The Christian Science Monitor, trajo a la atención la situación desesperada de millones de niños de diferentes partes del mundo que diariamente son explotados como trabajadores, jóvenes soldados y objetos sexuales. La situación lamentable de esos jóvenes, que constituyen una gran parte de los futuros adultos del mundo, especialmente en los países en desarrollo donde la mayoría de las familias vive en la pobreza absoluta, destaca la necesidad de una comprensión más profunda de lo que representan los niños en el mundo de hoy.
En todas partes, la gente de buena voluntad está buscando soluciones para frenar la explotación de la juventud. Oímos de organizaciones tales como Defensa Internacional para los Niños y CHILD-HOPE, que tratan de ayudar a impedir la explotación de los niños.
Hablando con una amiga sobre la crítica situación tratada en estos artículos, y los esfuerzos que se están haciendo para ayudar a los niños a nivel internacional, me comentó que le había conmovido mucho la lectura de esta serie en el Monitor. Me dijo: "¡Se necesita un ministro para los niños!" Luego, casi de inmediato, observó: "Pero ya tenemos uno, Cristo Jesús".
Ciertamente Jesús defendió a los niños y atendió a sus necesidades. Una vez, cuando los discípulos trataban de impedir que algunos niños se acercaran a Jesús, él dijo: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios". Marcos 10:14. En otra ocasión, cuando los discípulos preguntaron a Jesús quién sería el mayor en el reino de los cielos, llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe". Jesús también advirtió a sus seguidores: "Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos". Ver Mateo 18:1–5. 10.
El Maestro destacó aquí las cualidades de la naturaleza propia de un niño, como la inocencia, la pureza y la humildad, que nos ayudan a sentir en mayor medida la presencia de Dios. El nos presentó un espejo en el cual los adultos puedan evaluar su propia expresión del carácter semejante al Cristo, y mostró la necesidad de valorar y apreciar estas cualidades que los niños expresan con tanta naturalidad.
La Sra. Eddy reconoció que estas cualidades de la naturaleza propia de un niño que Jesús amó eran importantes para la salud de la sociedad. En su primer mensaje a los miembros de La Iglesia Madre en 1895, ella dice lo siguiente: "Amados niños, el mundo os necesita — y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula. También vosotros tenéis necesidad de vigilar, y orar para que preservéis estas virtudes sin mancha, y no las perdáis en el contacto con el mundo. ¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad!" Escritos Misceláneos, pág. 110.
Si realmente deseamos encontrar soluciones permanentes a los males de la sociedad que fomentan la codicia, el egoísmo y la falta de consideración por los derechos individuales, estos males se deben enfrentar y denunciar reconociendo que no tienen lugar en el reino de Dios, donde reina la justicia. Cuando oramos por los niños del mundo también podemos saber que toda persona no sólo tiene el derecho a tener, sino que ya posee dignidad y valor como hijo de Dios.
El mundo necesita una comprensión más profunda de Dios como Principio divino, el Amor, y del hombre como la expresión de los atributos de Dios, tales como amor, justicia, misericordia, sabiduría y bondad. Esta comprensión puede iluminar la consciencia humana de modo que aparezcan las respuestas correctas que, de una manera tangible, satisfagan las necesidades de la humanidad. Estas respuestas aparecerán en la consciencia individual, en el pensamiento iluminado de hombres y mujeres. Entonces se hará claro que la misericordia y justicia de Dios efectúan y hacen cumplir leyes justas para todos.
Cristo Jesús vino a traer la luz de la Verdad al mundo, y por dondequiera que anduvo, los que estaban a su alrededor fueron bendecidos por la irradiación del Cristo que él representaba — los enfermos fueron sanados, los afligidos fueron consolados y los pecadores fueron reformados. La luz del Cristo, la Verdad, se halla en la consciencia de todos los individuos, hombres, mujeres y niños, motivando toda acción correcta. El Evangelio de Juan, se refiere al Cristo ejemplificado por Jesús, diciendo: "Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo". Juan 1:9. Doquiera que esta luz de la Verdad ilumina — y, en realidad, está presente en todas partes — se pueden hallar soluciones. Nadie puede hallarse escondido en un rincón de oscuridad, pobreza, depravación o temor en donde la luz de la Verdad no pueda llegar y traer consuelo y liberación.
En el libro titulado Un siglo de curación por la Ciencia Cristiana, una señora relata que estaba viviendo en Cercano Oriente, en un país donde habían vivido y llevado a cabo grandes obras muchos de los primitivos cristianos, pero donde ahora se veía mucha desdicha y pobreza. Ver Un siglo de curación (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1971), págs. 211–212. Uno de los muchachitos que la seguía, pidiéndole ser su muchacho de los mandados, presentaba un estado de desaseo indescriptible. Ella le dio unas monedas, sabiendo lo inadecuado que era para satisfacer sus verdaderas necesidades. Luego empezó a pensar lo que Jesús hubiera hecho en tales circunstancias. Desde lo profundo de su corazón, ella oró: "Señor, ¡ábreme Tú los ojos para que yo también pueda ver! ¡Sea la luz!"
Leemos: "Y repentinamente hubo luz. No hubo nada más que luz — la luz de la realidad espiritual. Tan brillante fue la luz, que ni siquiera estuvo consciente del lugar ni de la presencia del muchacho... Estaba consciente sólo de la presencia de Dios y de Su universo espiritual y perfecto”. Cuando encontró nuevamente al muchacho en la calle, “apenas si pudo creer lo que veía. Verdaderamente parecía otra persona. No tenía granos en la cara. Estaba limpio, limpias sus ropas, la cara, los dientes, las manos, el cabello”. Cuando ella le preguntó quién le dijo que hiciera estas cosas, respondió vacilando: “ ‘Ningún hombre. Ningún hombre dijo a mí’... y súbitamente exclamó gozoso: ‘Yo’ — y señaló, no a su persona, sino hacia lo alto — ‘Yo. Me lo dijo Yo’ ” .
La escritora vio que él mencionaba la palabra Yo como la Sra. Eddy lo explica en Ciencia y Salud cuando escribe: “No hay sino un solo Yo, o Nosotros, un solo Principio divino, o Mente divina, que gobierna toda existencia...” Ciencia y Salud, pág. 588. Esta señora concluyó que la Mente universal — la Mente que estaba en Cristo Jesús — le había hablado al muchacho y lo había sanado. Ella escribió que este fue el comienzo de una transformación total en el muchacho. Encontró trabajo y su apariencia continuó siendo saludable y llena de felicidad.
Esta historia verídica es un buen ejemplo de lo que puede hacer una persona por medio de la oración para hacer posible que se efectúe un cambio y levantar el peso del desamparo. Dios está siempre hablándonos directamente por medio de Su Cristo. El Cristo se comunica a través de la inocencia, la pureza y la santidad; y los hombres, mujeres y niños que viven estas cualidades semejantes al Cristo responden y hallan a la mano las respuestas que necesitan.
Asimismo, podemos impersonalizar el mal, y ver que no puede ponerse entre Dios y Su hijo. El mal no tiene realidad en la presencia del bien. El temor no tiene lugar en el amor omnipotente de Dios. La Ciencia Cristiana muestra cómo hallar dentro de nosotros los derechos eternos del hombre como hijo de Dios. En Ciencia y Salud leemos: “Al comprender los derechos del hombre, no podemos dejar de prever el fin de toda opresión. La esclavitud no es el estado legítimo del hombre. Dios creó libre al hombre... Ciudadanos del mundo, ¡aceptad la ‘libertad gloriosa de los hijos de Dios’ y sed libres! Ese es vuestro derecho divino”. Ibid., pág. 227.
Como ciudadanos del mundo, tenemos el deber de amar y de orar por soluciones justas que puedan ayudar a establecer esta libertad para todos nuestros hermanos y hermanas, para los jóvenes y adultos por igual.
