Una amiga me contó que sus padres acababan de divorciarse. Dijo: "Crecí pensando que nada podía ir mal en mi familia. No es justo que nadie les diga a los niños qué podría sucederle a la gente que aman".
Pensé mucho en sus palabras, porque algunas veces yo había sentido lo mismo. Pero no estoy segura de que la única solución sea decir a los jóvenes que esperen lo peor para que no se sientan tan heridos.
En lugar de esto, ¿qué pasaría si comenzáramos a mostrarles cómo ayudar a sus familias a enfrentar y sanar los desafíos que se les presentan?
Algunos de mis mejores recuerdos son los momentos en que mi familia se unía en oración ante los desafíos. El primero que viene a mi memoria sucedió cuando yo tenía diez años; mi hermano era unos años menor. Vivíamos con nuestros padres en casa de nuestro abuelo. Mamá no trabajaba fuera de casa, y papá sentía que necesitaba hacer algo más para mantener a la familia. Decidió entonces renunciar al empleo que tenía e instalar por su cuenta un taller de reparación de automóviles. Pero, por empezar, no tenía mucho dinero, y la situación parecía un tanto riesgosa.
Lo que hizo que esta experiencia fuera inolvidable para mí fue que mamá nos hizo sentar a mi hermano y a mí a la mesa y nos dijo lo que estaba ocurriendo. Lo último que dijo fue: "Todos vamos a tener que orar sobre esto". Eso me ayudó de inmediato porque pude ver que podía hacer algo para resolver la situación, algo más que ser cuidadoso con el dinero.
Y entonces oré. No estoy seguro ahora de cómo lo hice, pero sé lo que sentí. Estaba seguro de que Dios nos ayudaría. Había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) que nada puede detener el poder de Dios y su amor por cada uno de nosotros. Podemos confiar en la bondad de Dios; la oración nos ayuda a ver Su bien en nuestra vida.
Según recuerdo, todo marchó bien para nuestra familia durante esa época; pero esa experiencia y muchas otras nos ayudaron a enfrentar un desaflo aún mayor, cinco o seis años más tarde, cuando yo estaba en la secundaria. Después de ese año de trabajar en forma independiente, a mi padre lo llamaron para ingresar a otra compañia. Trabajó para ellos durante cinco años, entonces de pronto lo despidieron. Aparentemente su jefe se había enojado con él, habia dicho mentiras acerca de él y lo despidió en el acto. Los otros funcionarios con quienes habló mi padre sobre la situación dijeron que no podían hacer nada al respecto.
Cuando mis padres nos dijeron lo que había pasado, supe en seguida que podía ayudar por medio de la oración. Todos oramos.
A las pocas semanas el dueño de la compañía, sin que mi padre lo llamara, decidió revisar su despido y hacer algunas preguntas. Muy pronto, mi padre no sólo volvió al trabajo, sino que le dieron un nuevo puesto mejor que el anterior, en la misma compañía. En total trabajó allí treinta años, y recibió algunos ascensos muy importantes.
Al enfrentar estas muchas otras experiencias junto a mi familia he aprendido dos lecciones: en primer lugar, me di cuenta de que en la familia cada miembro tiene un trabajo importante que hacer, y gran parte de ese trabajo es orar. Cada uno de nosotros puede hacerlo en familia; de hecho, aunque aparentemente los padres no estén orando, los niños pueden orar y ayudar.
También aprendí que lo que importa en una familia no es que todo sea dulzura, o que tengan problemas que puedan ser superados fácilmente, como en los programas de televisión. Lo fundamental en una familia es aprender a amar, amar a Dios y amarnos unos a otros como Dios nos ama.
¿Cómo podemos hacerlo? Una de las explicaciones que da la Sra. Eddy con respecto a la oración me ha ayudado a aprender a amar y a orar por nuestra familia. Ella dice, con respecto al amor de Dios: "Orar significa utilizar el amor con el cual Dios nos ama".No y Sí, pág. 39. Cada uno de nosotros mantiene una relación directa con el Amor divino. La oración nos abre un camino para comprender esa relación, para sentir a Dios, el Amor divino, con nosotros, manteniendo todo bajo Su cuidado y demostrándonos Su control sobre todo.
Si se presentan problemas en la familia, uno se siente tentado a vociferar y discutir sobre cómo deberían ser las cosas, incluso de tratar de arreglar las cosas manipulando a las personas. Pero ya sea que estemos buscando algo que mantenga unida a la familia o que la libere de la influencia de la crueldad o el sufrimiento, necesitamos ir más allá de discursos violentos y manipulaciones. Necesitamos partir del vínculo básico: el vínculo que cada uno de nosotros tiene con el Amor divino.
En realidad, la familia a la que todos pertenecemos es la familia de Dios en la cual el hombre es Su expresión, creado y apoyado por el Amor divino. La Biblia nos informa que Dios dice: "Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia". Jer. 31:3.
La familia del Amor es perdurable. No puede ser separada ni destruida. No es cruel ni fría. La familia del Amor es una familia de ideas espirituales, la semejanza del Amor. No es la creación de dos seres biológicos que pueden o no ser buenos padres, o mantener a la familia, o amarse permanentemente, o comprenderse mutuamente siempre. El hecho de que esta familia es espiritual no la hace menos real. Ni tampoco somos tú y yo — ni nadie — ajenos a la familia del Amor, porque nuestra verdadera naturaleza es espiritual. La verdad es que somos en realidad el linaje, el efecto, de una causa que es Padre-Madre: el Amor divino.
Para que esta familia se manifieste más en nuestra vida quizás necesitemos reconstruir nuestro sentido de familia en la comprensión de un solo Padre-Madre Dios. Al hacerlo, nos sentiremos cada vez menos afectados y asustados ante todo aquello que trate de trastornar y separar a las familias; en cambio estamos preparados para encarar estos contratiempos con el amor que sana. Comenzamos a darnos cuenta de que las separaciones y rompimientos son mentiras, conceptos falsos de Dios y Su familia; y para corregir estas mentiras debemos, en primer lugar, amar lo verdadero en nuestro propio corazón, y luego vivirlo día a día. Tenemos que tomar partido por la familia del Amor, pase lo que pase.
El hecho es que Dios, el Amor, no puede ser dividido, y el hombre no puede ser separado de Dios. Aun la mínima comprensión que percibamos de este concepto verdadero de familia nos ayuda a encarar y sanar con mayor eficacia los desafíos que enfrenten nuestros seres queridos.
Nuestra oración no es pedirle a Dios que mantenga a las personas unidas o las separe. Nuestra oración es sentir que el amor de Dios controla y ordena nuestra vida y la de todos. El control del Amor se manifiesta como gentileza y felicidad, como la habilidad de preocuparnos por los demás, de escuchar, de ser fuertes e inteligentes. Nos da sosiego, honestidad y habilidad para tomar decisiones correctas y hacer lo que Dios nos indica a pesar de las presiones bajo las cuales nos encontremos.
Cristo Jesús nos mostró qué podemos esperar al expresar el amor de Dios. En varias oportunidades, los relatos bíblicos de las curaciones realizadas por Jesús también nos dan un indicio del impacto de la curación en una familia. Jesús sanó a un hombre endemoniado que había sido tan violento que ni siquiera podían sujetarlo con cadenas; y luego Jesús le indicó que volviera a su hogar. Ver Lucas 8:26–39. Un padre mandó llamar a Jesús para pedirle que viniera y sanara a su hija. Ver Lucas 8:41–56. Ella murió antes de que el Maestro llegara; pero Jesús igual fue a su casa, y le dijo al padre de la niña que no tuviera miedo. Jesús la resucitó.
Y la forma en que nuestro Maestro encaró el caso de la mujer sorprendida en adulterio nos muestra algo más sobre el amor de Dios. Ver Juan 8:3–11. Ese amor no deja al delito librado a sí mismo, sino que ayuda al que lo comete a ver su error y a dejarlo atrás. Expresar el amor de Dios no significa despreciar a las personas; significa ayudarlas en calma a elevarse por medio del amor de Dios.
Cada uno de nosotros — niños, jóvenes, padres y otros parientes — puede expresar amor cristiano en sus relaciones familiares. Si no fuera así, Jesús no hubiera dicho: "... que os améis unos a otros; como yo os he amado..." Juan 13:34. Es fácil ver que el amor de Jesús era el reflejo del amor de Dios. Reflejando el amor de Dios podemos comenzar a aprender cómo sanar el temor, la sensualidad, la venganza, las pérdidas, todo lo que intente separarnos de El. Entonces vemos más de lo bueno que hay en cada uno de nosotros y aprendemos a perdonar. El Amor divino puede ablandar el corazón duro, las palabras duras y la cabeza dura. Así es como el Amor nos ayuda a ayudar a nuestra familia: despertando nuestro sentido de Dios, o el bien, como el único poder en nuestra vida.
Amar de esta manera no implica que no vamos a tener desafíos, incluso grandes desafíos. Significa que vamos a afrontarlos con el gozo que se siente al hacer algo que realmente amamos, algo para lo que somos verdaderamente hábiles, algo para lo que estamos hechos: expresar el amor sanador de Dios. Este amor puede hacer de cada familia un centro de crecimiento y aprendizaje, de fortaleza y libertad.