Una amiga me contó que sus padres acababan de divorciarse. Dijo: "Crecí pensando que nada podía ir mal en mi familia. No es justo que nadie les diga a los niños qué podría sucederle a la gente que aman".
Pensé mucho en sus palabras, porque algunas veces yo había sentido lo mismo. Pero no estoy segura de que la única solución sea decir a los jóvenes que esperen lo peor para que no se sientan tan heridos.
En lugar de esto, ¿qué pasaría si comenzáramos a mostrarles cómo ayudar a sus familias a enfrentar y sanar los desafíos que se les presentan?
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