Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

¿A quién llamaré en mi angustia?

Del número de enero de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Cost of Discipleship


Un Día Yo estaba pensando sobre la angustia que siente gran parte de la humanidad. Sentí una profunda compasión por todos aquellos que no saben que tenemos un Padre que es Amor omnipotente, a quien podemos recurrir en momentos de necesidad y aflicción. Como cantó el Salmista, que conoció y comprendió la bondad y el amor de Dios: "En el día de mi angustia te llamaré, porque tú me respondes".

La Biblia nos dice que David se apoyaba en Dios en su angustia, no en un Dios lejano y desconocido, sino en el "Dios viviente". Este Dios viviente era su gran apoyo cuando tenía problemas y aflicciones, tanto cuando él era un joven pastor como cuando era rey. El acudía a Dios, le cantaba, y esperaba pacientemente que le diera guía y sabiduría. David atribuía sus victorias a la ayuda de Dios.

A medida que pensé sobre este asunto, me di cuenta de que es la ignorancia del amor de Dios lo que nos confunde y nos conduce por el camino equivocado. Es por ello que nos sentimos desesperados. Esto me hizo recordar que yo, como muchos otros, había vivido en la ignorancia y había experimentado una situación angustiosa tras otra. Yo no conocía a Dios, y tampoco comprendía que el hombre es el hijo de Dios, bien amado y siempre bajo su cuidado, aquí y ahora. Si no estaba preocupada por las relaciones familiares, lo estaba por los niños o por la salud, o por el dinero o alguna otra situación. Esto continuó hasta que conocí a Dios como el Amor, y a mí misma y a otros como los hijos de Dios.

Me liberé de la desesperanza a través del estudio de la Biblia y su sentido espiritual, como lo explica el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Este estudio me reveló la verdadera naturaleza de Dios. La ignorancia gradualmente dio paso a la comprensión y aceptación de que Dios, el Espíritu, es el único poder.

Comprendí, científicamente, que el bien es la única verdad y poder. También comencé a darme cuenta de la importancia de obedecer los Diez Mandamientos, las leyes divinas que nos dan las Escrituras el libro de texto de la Ciencia Cristiana. Sentí que necesitaba asimilar y vivir el carácter de una verdadera cristiana, si deseaba ser escuchada cuando "llamara" a Dios para que me liberara del sufrimiento.

Por ejemplo, el Primer Mandamiento, "No tendrás dioses ajenos delante de mí", nos exige que no nos dobleguemos ante el temor, la ansiedad, la escasez o las opiniones de los demás. No deberíamos transformar estos desafíos en "dioses ajenos". Si comprendemos a Dios, no es difícil desechar estos dioses falsos. De esta manera permanecemos obedientes a la verdad de que existe una sola Mente y que esa Mente es la fuente de todo el bien.

Las leyes poderosas de Dios, de Vida, Verdad y Amor, deberán predominar en el pensamiento. A medida que reclamamos su omnipotencia, esas leyes se vuelven más reales para nosotros que los desafíos de enfermedad, pecado y muerte.

Al leer, escuchar, y mantener firmemente la Palabra, fortalecemos nuestra fe en la bondad infalible de Dios, eficaz y triunfante por encima de los falsos reclamos del mal como acción, inteligencia y poder. Estas verdades espirituales a las que recurrimos, nos defienden y liberan.

Al moldear nuestras vidas para que expresen las cualidades del Cristo — humildad, perdón, compasión —, y seguimos las enseñanzas y el ejemplo de Cristo Jesús, estamos demostrando, paso a paso, el verdadero carácter cristiano. La gracia divina fluye a través del carácter cristiano, y se manifiesta la unidad indisoluble de Dios y el hombre. En presencia de la gracia y la unidad, encontramos que la agresividad de la desesperación no puede coexistir con nuestra certeza de la cercanía del Amor. Si aceptamos completamente al Amor como supremo, el sufrimiento va a desaparecer en la nada.

Cuando vivamos los preceptos morales y cristianos, impulsados por el amor y la verdad del ser — la verdad de la totalidad de Dios y de nuestro verdadero ser como Sus hijos, Su expresión — comprenderemos el dominio que Dios da al hombre. Este bendito entendimiento vence las pretensiones de la angustia. Si nuestro deseo sincero es servir a Dios, el bien, la única Mente divina, y no a las creencias humanas, esto nos da el derecho de apelar, de reclamar, la libertad que Dios nos otorgó. "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud", dice Pablo en Gálatas, quien enseñó el valor de la libertad que brinda la Verdad.

Estados mentales como la angustia, la desesperación y la aflicción, nos pueden dejar sin esperanza y, aparentemente, sin Dios. Nos dejan sin Dios en el sentido de que no sentimos la luz y la percepción de la cercanía del Amor al que pudiéramos llamar para sentirnos libres.

Durante los años de esclavitud en Egipto, los hebreos vivieron varios de estos estados de ánimo. Pero como ellos habían sido enseñados a creer en un solo Dios, el Dios de sus antepasados, no perdieron la esperanza de que serían escuchados, y pidieron ayuda a Dios. Leemos en el Antiguo Testamento acerca de los esfuerzos exitosos de Moisés para liberarlos de la esclavitud.

Durante los años que pasaron vagando por el desierto, Dios les mostró Su cuidado, Su poder, y satisfizo sus necesidades humanas. Durante esos años aprendieron mas sobre la naturaleza de Dios como Espíritu, o el único poder y fuente del bien, y como supremo por encima de cualquier aparente poder humano o fuerza de la naturaleza.

Hoy en día, la Ciencia Cristiana nos libera del Egipto moderno, de las múltiples creencias materiales erróneas que nos harían sentir desesperados y esclavos porque representan al hombre como corpóreo, mortal y material. Cuando estudiamos Ciencia Cristiana, estamos en realidad reclamando la revelación de la verdadera naturaleza del hombre como espiritual, como la semejanza de Dios en pensamiento y acción.

Al enfrentar la discordancia, inseguridad e inestabilidad, apelamos a las leyes divinas o espirituales de armonía, perfección y eternidad. La Ciencia Cristiana revela estas leyes como inmutables y sostenidas por Dios. Estas leyes nos garantizan la liberación de las imposiciones de la enfermedad, escasez y discordia. Cuando sentimos temor, angustia o aflicción, nos volvemos a lo que la Ciencia Cristiana nos enseña acerca de Dios. Como declara Ciencia y Salud: "El Amor divino es infinito. Por lo tanto, todo lo que realmente existe, está en Dios, emana de Él y manifiesta Su amor". Esta verdad nos reconforta y seca las lágrimas de nuestros ojos. Una vez que se ha aceptado esta verdad, volvemos a tener esperanza.

Hace algunos años, mi familia atravesó por una situación muy difícil, porque mi esposo estaba enfermo y no podía trabajar. Nuestros recursos económicos se estaban acabando, y nuestra situación se estaba volviendo angustiosa debido a las necesidades de los niños.

Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana me sostenían, y yo consolaba a mi familia con esta verdad: que Dios es el Padre de todos, que nosotros somos Su familia, y que El cuida de nosotros. Este hecho espiritual nos daba fortaleza y confianza. Un miércoles por la noche, cuando volvía de asistir a una reunión de testimonios de la Ciencia Cristiana, me sentía alegre por lo que había escuchado y por haber tomado parte en ello. De repente surgió este pensamiento: "¿Qué va a pasar la próxima semana cuando no tengas manera de pagar las cuentas y comprar la comida?"

La respuesta a este pensamiento angustioso fue divinamente inspirada. Recordé algunos versos de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana que habíamos cantado durante el servicio religioso.

Padre, tus amantes hijos
hacia Ti gozosos van;
saben bien que en Tu camino
protección encontrarán.
Eres Vida y eres Mente,
eres infinito Amor.. .

Comencé a razonar: "Bueno, si Dios es Vida, no con una v minúscula, sino con una V mayúscula, entonces esa Vida es abundante y sin escasez, completa, infinitamente buena, y nosotros estamos incluidos en esta Vida que es Dios. Somos Sus hijos, y no nos puede faltar el bien. ¿Para qué ha creado Dios todo este bien? ¿No es para manifestar Su amor a Su creación? En ese caso, no podemos ser excluidos del bien o de Su cuidado". Mediante este razonamiento lógico la inquietud se disipó, y llegué a mi casa gozosa y llena de esperanza.

Una semana después, recibimos una carta de un hombre al que mi esposo le había prestado una considerable suma de dinero hacía muchos años, y quien había desaparecido. Ofreció pagar su deuda mensualmente. Este incidente probó la verdad expresada por nuestro Maestro, Cristo Jesús: "Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis". De manera que, ¿por qué angustiarnos?

Esta experiencia demostró el valor de apoyarse en el Padre supremo, la Vida, el Amor. Mediante la correcta comprensión de Su naturaleza y de nuestra unidad con El, nuestras necesidades fueron satisfechas. Hasta el deudor fue bendecido porque se liberó de la ansiedad que le producía deber dinero. Durante este período aprendí a no dudar, a ser paciente, y a tener confianza en el cuidado continuo y omnipotente de Dios por Sus hijos.

Cuando nos preguntamos: "¿A quién llamaré?", hay una respuesta. Llamemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra comprensión, a nuestro Padre-Madre Dios, al Amor, a quien conocemos y reconocemos como misericordioso, justo y bueno. Esperemos con paciencia, porque nuestro Padre nos asegura: "Vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré" (Jeremías).


Aunque cada uno tiene que comenzar por sí mismo el discipulado, no permanecemos solos. Si aceptamos la palabra de Jesús y nos atrevemos a ser individuales, nuestra recompensa es la confraternidad con la Iglesia.

The Cost of Discipleship. Reimpreso con permiso de Macmillan Publishing Company. Copyright © SCM Press, LTD; 1957

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 1991

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.