La mar está oscura.
El viento y la lluvia azotan.
¡Ah! hay una luz —
sólo una lucecita,
centelleando en lontananza.
La luz de la Vida es el amor,
el amor del Padre-Madre Dios.
Pero altas son las olas del mundo;
fuerte golpea el viento,
agitándose con violencia.
Entonces un corazón atento,
manos abiertas para ayudar,
amor, visto y sentido —
la diminuta luz del faro
da esperanza y rescata.
Deseo estar a cargo de ese faro.
Es el corazón de quien consuela,
un pacificador,
mostrando el amor de Dios,
conociendo que la luz del Amor
brilla por siempre.

Mi casa — un faro
Del número de enero de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana