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Así como la plaza o el mercado en una comunidad es el lugar de encuentro para la gente y sus actividades, LA PLAZA es un lugar donde los lectores del Heraldo pueden compartir experiencias y lecciones que han aprendido mediante las revelaciones espirituales adquiridas al trabajar para la iglesia y la comunidad.

Seminario sobre la oración

"ENSEÑANOS A ORAR"

Del número de enero de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es probable que todos hayamos pensado en alguna oportunidad "Debo orar más". Una vida de oración. Tal vez hemos pensado que en algún punto nos gustaría llevar una vida más dedicada a la oración, vivir más cerca de nuestro Padre, dejar que nuestra vida sea más delineada por la realidad divina inalterable del ser y menos por los "dentados" lineamientos de las circunstancias humanas.

Pero a veces parece que hay un millón de razones para no orar más, razones suficientes para posponer por toda una vida el orar consecuentemente todos los días. Quizás nos hayamos habituado a pensar que el orar es algo que se hace principalmente en momentos de gran necesidad. Quizás creamos que el orar es una actividad intelectual, algo así como cuando tenemos que escribir un informe largo y no sabemos cómo empezar. Quizás pensemos que orar es algo que hacen "las personas religiosas", como los pastores, monjes, o los practicistas de la Ciencia Cristiana. Quizás tengamos una vaga sensación positiva sobre la oración, pero, en realidad, no estamos acostumbrados a orar mucho.

Aun así, tal vez sepamos por intuición que si alguna vez deseamos seriamente el crecimiento espiritual, tendremos que orar: orar con mayor persistencia, mayor eficacia, "vivir" más nuestra oración. Entonces, como uno de los discípulos de Jesús, podemos pedir: "Enséñanos a orar".

Como en la mayoría de las cosas que se relacionan con nuestro progreso, es posible que dos aspectos de la oración sean los más difíciles: empezar y persistir.

Pero, a veces, la simple disposición para empezar, para dar un primer aunque pequeño paso hacia una vida de oración, revela algo asombroso. ¡Descubrimos que no estamos solos! Dios Mismo está con nosotros, brindando dirección y solidez a este paso inicial. Después de todo, la oración tiene que ver con Dios, por eso realmente no debiera parecernos tan sorprendente que sintamos Su mano sobre la nuestra.

No siempre es fácil persistir en la oración, pero siempre es fortalecedor. Cuando empezamos a orar, podemos encontrarnos cara a cara con una cantidad de razones para dejar de persistir. Tal vez las circunstancias apremiantes que nos impulsaron a orar se hayan estabilizado, y nos encontremos cayendo en los viejos patrones de pensamiento, como creer que deberíamos orar pero no lo hacemos, por no estar dispuestos a hacer lo que se requiere para continuar orando. Pero la humanidad no puede evitar la oración, esa sincera y profunda comunión con Dios que cambia tan radicalmente nuestra perspectiva y experiencia de la realidad. En las palabras de un antiguo himno: "De los cristianos, la oración aliento es vital" (Himnario de la Ciencia Cristiana).

Por eso en algún momento insistimos, y hallamos que la persistencia en la oración es tal vez el mayor gozo que nos podemos imaginar sobre la tierra.

Varias personas compartieron con los Redactores las experiencias que han tenido al orar, y pensamos que serían ìgualmente inspiradoras para los lectores de este Seminario: una señora que vive en la región oeste de los Estados Unidos de América de pronto se encontró atrapada en un asunto legal amenazador que la forzó a "ampliar radicalmente mi concepto de la oración"; hace muchos años un señor de Suecia aprendió una lección sobre la oración desinteresada que le cambio la vida, de una experiencia por la que pasó cuando estuvo detrás de la cortina de hierro; y una practicista encontró una guía profunda para orar en la referencia al "grano de trigo" en el Evangelio según Juan.

"EL TERROR ANTE MI DIFICIL SITUACION DISMINUYO"

Por muchos años, mis oraciones se centraron en mí y en mis seres queridos. Las necesidades de una familia que iba creciendo — además de un concepto algo limitado de lo que es la oración — mantuvieron mi pensamiento enfocado en nuestro círculo familiar. Entonces, una experiencia estremecedora, que tocó a diversas personas, sistemas y profesiones, me forzó radicalmente a ampliar mi concepto de la oración.

Me encontré inocentemente involucrada en una situación judicial hostil, enfrentando consecuencias amenazadoras que tendría que sufrir a largo plazo. Fue una época en la que tuve que confiar en Dios por medio de la oración a cada instante, y que se extendió durante muchos meses. Tuve que hacer frente muchas veces al temor, la consternación y al desaliento profundo. Fue imperiosa la necesidad de disciplinar mi propio pensamiento. Todas las mañanas cuando me despertaba, era preciso que declarara para mí misma que lo único que se requería de mí era servir a mi Dios, de la mejor manera que podía, por tan sólo ese día.

Los recursos espirituales me permitieron seguir adelante y me ofrecieron refrigerio y consuelo. Por ejemplo, mi Himnario estaba a mi lado cuando manejaba diariamente al lugar señalado, y a menudo lo consultaba mientras esperaba que cambiara la luz roja. Debo admitir que, por un tiempo, me sentí como si estuviera abandonando el cielo para ir al infierno cada mañana cuando salía de casa. Pero, con el tiempo, pude tomar control de mí misma para sobrevivir y resolví llevar el cielo conmigo. Pronto descubrí que, a menos que yo lo permitiera, ninguna apariencia de mal ni de injusticia podía robarme la paz y el gozo a los que tenía derecho. Esto no incluía el poder de la voluntad, sino el ceder a la realidad de la bondad infinita de Dios y a la justicia divina. Cuanto más atentamente permanecía en este refugio de lo que sabía era verdadero, más celestial se hacía mi existencia cotidiana. En la proporción en que mantenía firmemente esos constantes pensamientos angelicales, me sentía sostenida a toda hora.

Una tarde en especial, cuando miraba ese escenario de conflicto y oposición, me di cuenta de lo precaria que se había convertido mi vida humana. Vi los rostros de quienes podía haber odiado y luego, repentinamente, sentí una sensación irresistible de amor por cada uno de ellos. Fue como si hubiéramos estado viajando juntos en una barca pequeña, sacudida por una terrible tempestad, en la que cada uno dependía del otro para que la frágil embarcación llegara a puerto seguro. En esa fracción de tiempo, me sentí tan feliz como en los momentos más felices de mi vida. No había dilema, ni división, ni enemigo. Esta presencia del amor se convirtió en una oración de compasión por todos nosotros. El resultado fue cierto grado de callada armonía y el terror ante mi difícil situación disminuyó.

Desde que me liberé de esa experiencia, he reconocido con claridad y gratitud crecientes la naturaleza de la respuesta de Cristo Jesús cuando lo confrontaron las multitudes: "Tuvo compasión de ellas". Su amor incluyó a todos. Su oración, que llamamos el Padre Nuestro, comienza con "Padre nuestro", no con "Padre mío", y continúa en plural hasta el final. Esta amada oración cristiana nos habla a nosotros como miembros de la familia del hombre, para nos respetemos unos a otros y oremos unos por otros, "porque somos hermanos" (Génesis).

COMO ORO

Al igual que el señor de Suecia, esta practicista se refiere a la necesidad de orar desinteresadamente.

Cuando oro, trato de recordar el "grano de trigo" del que nos habla Cristo Jesús en el capítulo décimo segundo del Evangelio de Juan.

Jesús dice: "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto". Evidentemente, Jesús estaba hablando de su propia crucifixión y resurrección. Pero he encontrado que sus palabras son especialmente pertinentes a la actividad de orar.

Siento que me gusta mucho lo que dice Jesús aquí porque me parece que es la esencia de la oración. Me parece que pone a la oración en la perspectiva más clara, algo que pertenece a Dios, no a mí, y algo que sólo requiere la participación de mi naturaleza espiritual desinteresada, en lugar de hasta los sentimientos más altruistas de la falsificación mortal. La Sra. Eddy al escribir sobre la oración, dice (Ciencia y Salud): "La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios — una comprensión espiritual de El, un amor desinteresado".

Para mí, ese "grano de trigo" que muere es paralelo a orar sólo con la naturaleza espiritual, desinteresada. Por cierto que no puedo decir que lo hago cada vez que oro, pero me estoy esforzando por hacerlo con todo mi corazón.

Por supuesto que siempre está la apariencia de una falsificación mortal que trata de imponerse y orar. Es como el incesante sabelotodo que se lanza tontamente a la batalla o se encoge de temor. Esta falsificación mortal cree que tiene buenos motivos y se siente "preocupada". Pero debido a que su premisa es un mortal separado de Dios, no ora correctamente.

Una vez que prevalece la "naturaleza desinteresada" — que es la naturaleza espiritual y verdadera del hombre —, la oración puede continuar como es debido. Entonces, cuando oramos, podemos escuchar la palabra de Dios en este asunto específico, en lugar de dejar que los sentimientos y opiniones personales llenen el pensamiento. Hasta la solidaridad humana más profunda o las intuiciones personales más agudas pueden orientar mal la oración. Por eso, si la oración comienza con Dios, ¿por qué no dejar que El la dirija totalmente?

Esto contribuye a eliminar la voluntad humana. Entonces, en lugar de orar (tal vez con exasperación) "¡esto tiene que mejorar!", me veo guiada a orar sabiendo "lo que es" y "lo que no es". Mantiene las verdades que estoy viendo en tiempo presente y en la voz activa. Ahora mismo, a pesar de la apariencia de la creencia falsa, el hombre existe en el amor perfecto de un Padre-Madre Dios perfecto.

Por otra parte, comprendiendo la naturaleza desinteresada, "Jesús", como dice la Sra Eddy, "no se rebajó al nivel de la consciencia humana ni al testimonio de los sentidos. El no hizo caso cuando provocándole, éstos le insinuaron: 'Esa mano paralizada parece muy real tanto a la vista como al tacto'; mas él silenció esta vana jactancia y destruyó el orgullo humano al suprimir la evidencia material" (La unidad del bien).

Con las promesas de Jesús de que cuando oramos correctamente nuestra oración recibe respuesta — ya sea que oremos por nosotros mismos, por otra persona, o por el mundo (y ¡todas las oraciones son importantes!)— nuestras oraciones pueden hacer una gran diferencia.

DE UNA SEÑORA EN LA INDIA

La verdadera oración no puede dejar de hacernos sentir humildes. Cuando recurrimos a Dios sinceramente, los planes humanos se alejan del pensamiento. La oración incluye la renuncia a toda manera de pensar típicamente humana, en la que el temor quisiera afianzarse.

Un día, al poco tiempo de haber empezado a estudiar la Ciencia Cristiana, cuando estaba leyendo el capítulo "La oración" en Ciencia y Salud, experimenté mi primera curación de una dificultad física mediante la oración. Y aprendí lo necesario que es pensar activamente y regenerarse; esto incluye un cambio de base, de pensar que somos esencialmente seres materiales, destinados a estar enfermos y morir, a la comprensión del gran hecho de que Dios, el Espíritu, es nuestro Padre, como lo ilustró toda la vida de Jesús. Puesto que Dios está en todas partes, El está disponible para cada uno de nosotros, en todo momento, consciente y continuamente. A medida que oramos, sentimos Su presencia, y tiene lugar la curación.

A menudo me refiero a la declaración de Ciencia y Salud: "El deseo es oración..." Todo deseo genuino de entender a Dios se convierte en una oración. Dado que El es la única presencia — por siempre — siempre podemos esperar con seguridad una respuesta a la oración.

UNA CARTA DE SUECIA

A mi amigo:

Me preguntaste cómo oro. Pues bien, hace poco tuve la ocasión de meditar más profundamente sobre la primera frase del capítulo sobre la oración en Ciencia y Salud. Esta frase señala varios aspectos de la oración sanadora: "una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios — una comprensión espiritual de El, un amor desinteresado". Es este último elemento en el que estoy pensando especialmente hoy.

Para mí esto significa un amor que está libre de un sentido equivocado del yo como una entidad material separada de Dios, el Espíritu, capaz de actuar independientemente, y siendo una causa en sí misma. Significa un amor que ve que toda verdadera individualidad es inseparable del único Dios, el Espíritu, como Su imagen y semejanza espiritual. Si mediante la oración me despojo del sentido erróneo de lo que es la individualidad, puedo dejar que la luz de Dios brille con mayor claridad. Según lo expresó Cristo Jesús: "El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará". A medida que perdemos una sensación de tener una vida aparte de Dios, nuestra experiencia del amor de Dios no es obstruída por un sentido equivocado de las cosas, sino que puede continuar más libre. Somos más libres para amar a los demás como Dios los ama. Estamos menos predispuestos a categorizarlos en distintas denominaciones religiosas, nacionalidades, razas, clases sociales, enemigos, amigos y así por el estilo.

¿Te suena teórico? Por el contrario, es muy práctico. Permíteme darte un ejemplo.

Hace muchos años, cuando la guerra estaba pasando por uno de los momentos más fríos, tuve que viajar por Europa detrás de la cortina de hierro. En la frontera, un guardia entró en el áutobús para revisar nuestros documentos de identidad. Cuando llegó a mí se detuvo y luego me ordenó que me bajara del autobús. Muchas personas habían desaparecido de esta forma durante esta época. Después de la primera sacudida, mis pensamientos se volvieron desesperadamente a Dios. Primero, un sentido erróneo del yo se disipó en esta ferviente oración. No me moví, sino que permanecí sentado allí a pesar de la orden de que me bajara. No sentí ninguna sensación de que se me estuviera hablando a mí. Había un silencio helado, temeroso, en el ómnibus. Después fue como si el amor de Dios hubiera entrado precipitadamente. No pude evitar sonreír. Pude expresar este amor hacia ese hombre. No vi en él a una persona severa, inflexible, que iba a poner en peligro mi vida, sino al hombre de la creación de Dios, enteramente bueno. Era un amor desinteresado, un amor que lo liberó a él y a mí de un sentido erróneo de lo que es el yo. Este era el "amor del Amor" del que escribe la Sra. Eddy (Ciencia y Salud). Para mí, ese hombre, en su individualidad más profundamente espiritual, no era una persona sospechosa, equivocada, mala, sino el hombre de Dios, el reflejo de Dios, inseparable de su Padre. No se habló una palabra. De pronto se fue del autobús, sólo para volver varios minutos después con una gran sonrisa para decirme que podía proseguir mi viaje.

Desde entonces me he esforzado por orar con un amor desinteresado. No pretendo que siempre alcanzo esta meta, pero sí siento más hondamente que un amor desinteresado es, de hecho, un requisito de la oración que sana.

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