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Hablemos con Dios

Del número de enero de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los relatos de la Biblia sobre los profetas y aquellos que oyeron la voz de Dios y hablaron con Él, siempre han estado muy cerca de mi corazón, y cuando era alumno de una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana solía preguntarme cómo podría yo hacerlo.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: "Los patriarcas, inspirados por el Alma, oían la voz de la Verdad, y hablaban con Dios tan conscientemente como un hombre habla con otro hombre". En otra parte del mismo libro, ella explica la realidad espiritual que sirve de apoyo a esta posibilidad: "La intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su idea, el hombre".

Con los años he llegado a comprender que en verdad Dios está hablándonos constantemente a cada uno de nosotros. Es el sentido del Alma, o reino de Dios, en cada uno de nosotros quien responde a esta intercomunicación. Humanamente nos podemos referir a ella como intuición espiritual, conciencia, sentido moral, la habilidad para diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto y cosas por el estilo. Lo llamemos como lo llamemos, sea cual sea la manera individual en que lo expresemos, y aun si pareciera estar adormecido, el reino de Dios está entre nosotros, sin tener en cuenta la raza, la nacionalidad, la posición social, el color ni las creencias religiosas. Ciencia y Salud declara: "Ese reino de Dios está 'entre vosotros' — está al alcance de la consciencia del hombre aquí mismo, y la idea espiritual lo revela. En la Ciencia divina, el hombre posee conscientemente ese reconocimiento de la armonía en la medida en que comprenda a Dios".

Si aceptamos esta declaración, podemos empezar inmediatamente a preguntarnos qué significa para nosotros en términos prácticos, aquí y ahora. Para estar conscientes de lo que Dios nos está diciendo — para intuir la intercomunicación antes mencionada — necesitamos sacar del pensamiento, en la medida de lo posible, todas las imágenes y pensamientos materiales y pecaminosos. Al escuchar en calma nos damos cuenta de nuestra pureza y perfección innatas, que son el reino entre nosotros. A medida que expresamos este reino interior, nuestra comprensión de su origen divino aumenta y, en consecuencia, lo hace también nuestra habilidad para comunicarnos con esta fuente u origen, Dios. El resultado es que escuchamos con mayor claridad la verdad de Dios y somos más capaces de demostrar salud, armonía y abundancia del bien.

Cristo Jesús fue el mejor ejemplo de comunicación constante con Dios. Estaba tan imbuido del Cristo, la verdadera idea de Dios, que sanaba instantáneamente y nos dejó su ejemplo para que también podamos aprender a demostrar este mismo Cristo en su totalidad. En su Sermón del Monte, nos dio, como una de las bienaventuranzas, esta clara indicación de cómo todos podemos volvernos conscientes de la presencia total de Dios, conscientes de la intercomunicación divina: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios". Es la pureza de nuestro pensamiento lo que nos permite ver a Dios y saber que somos Su creación espiritual, en contraposición a aceptar el punto de vista equivocado de la creación que presentan los sentidos mortales. Tenemos que hacer nuestra parte y resistir las sugerencias de la así llamada mente carnal, que intentaría dirigir nuestro pensamiento constantemente hacia la preocupación obsesiva por los placeres y dolores de la vida material.

A medida que comulgamos individualmente con Dios, percibimos la intercomunicación divina en la forma práctica que satisface nuestras necesidades humanas. He tenido muchas pruebas de que esto es así, y una experiencia fue para mí de gran inspiración.

Hace algunos años, fui nombrado director financiero de una organización internacional. Dado que sentí que carecía de toda la experiencia y conocimientos que requería el cargo, oré sinceramente para estar más consciente de que realmente reflejaba a Dios como Su idea completa y que, en consecuencia, poseía las cualidades espirituales y la sabiduría necesaria que me guiarían en mi nueva actividad. Estaba de hecho "hablando con Dios", o poniendo lo mejor de mí para estar consciente de la dirección de Dios en cada instante.

A los pocos días de haberme iniciado en el cargo, me sentí fuertemente impulsado a familiarizarme bien con las muchas y variadas cuentas de la organización. Me senté en mi escritorio para hacerlo. Durante una hora más o menos todo marchó bien, y llegué hasta la mitad. A esa altura me encontré con una sección que simplemente no podía entender. No había nadie más en la oficina en ese momento que pudiera aclararme nada, y me interrumpían constantemente respecto a otros asuntos; por eso, después de más de una hora de esfuerzos infructuosos, decidí postergar la sección difícil y continuar con el resto de las cuentas.

Cuando apenas había empezado, mentalmente oí con nitidez las palabras: "No dejes esas cuentas difíciles; ¡trabaja con ellas, ahora!" Pensé que eso era una tontería, porque ya había perdido mucho tiempo, y continué con el resto de las cuentas. No obstante, las palabras volvieron a mi pensamiento fuerte y claramente por segunda vez y después por tercera vez. Finalmente, reconocí el pensamiento por lo que era: un mensaje inspirado por Dios. Puse a un lado todas las cuentas excepto las que me estaban ocasionando tantos problemas y trabajé con ellas sin parar hasta tarde en la noche. Me fui a casa entendiéndolas cabalmente pero tentado a pensar que había tenido un día bastante poco productivo.

Cuando llegué a mi oficina a la mañana siguiente, mi secretaria me dijo que los auditores habían venido inesperadamente y tenían urgencia en verme por ser ahora la persona responsable de las finanzas de la organización. Fui a su encuentro y les pregunté en qué podía ayudarlos. Me dijeron que precisaban información específica sobre las mismas cuentas que había estado estudiando con tanta profundidad el día anterior. Pude contestar todas sus preguntas, y esto les dio tan buena impresión que todas nuestras relaciones futuras fueron agradables y productivas, en lugar de gravosas como sucede a veces en esos casos.

La bendición para mí no se detuvo allí. La experiencia me demostró con tanta claridad que la Mente divina ciertamente se comunica con sus ideas y que estas ideas son receptivas a esta intercomunicación, que nunca más, en ese cargo o en cargos subsiguientes, me sentí inadecuado. No porque creyera que tenía dones especiales, sino porque sabía, con total seguridad, que nunca nada me podría impedir hablar, comunicarme, con mi Padre-Madre Dios, la fuente de toda inteligencia.

El estudio de la Ciencia Cristiana revela con claridad que Dios es todo poder, toda presencia y posee todos los conocimientos. Por lo tanto, todo lo que precisamos saber en cualquier momento determinado está disponible para nosotros exactamente donde estamos, a través de la intercomunicación de Dios con Su idea, el hombre. Nuestra parte para despertar a esta intercomunicación es mantener nuestra receptividad para oír el mensaje divino que necesitamos. La significación del mensaje que recibimos puede no evidenciarse de inmediato. Sin embargo, podemos tener la certeza de que si somos obedientes y actuamos siguiendo la inspiración divina, siempre hay una bendición.

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