Muchos años antes de la época de Cristo Jesús, el pueblo de Israel era esclavo en Egipto. Ayudaban a construir las ciudades para Faraón, el rey de los egipcios, o trabajaban en los campos. A pesar de que los esclavos le resultaban muy útiles, Faraón sentía temor porque eran muchos. Temía que pudieran levantarse en su contra, de modo que trató de destruir a todo bebé varón recién nacido.
Al nacer Moisés, su mamá lo escondió durante tres meses para que los soldados de Faraón no pudiesen encontrarlo. Cuando ya no pudo esconderlo más en su casa porque el niño había crecido y hacía demasiado ruido, su mamá tomó una pequeña canasta de cañas de papiro y le dio una mano de alquitrán para que flotara como un botecito y no le entrara agua. Luego colocó a su bebé en la canasta, o arquilla, como la llama la Biblia. Lo llevó a la ribera del río Nilo y puso la canasta a la orilla del agua entre las altas cañas. Debe de haber sido un momento muy triste para ella, pues no sabía si alguna vez volvería a ver a su hijo.
En algunos lugares este río es tan ancho como un lago, y en aquellos días había muchos animales a lo largo de la orilla. Había leones, leopardos y chitas que rondaban entre los arbustos y la selva que estaba más al sur. En algunos lugares, los cocodrilos dormitaban sobre los bancos de lodo. Y a los grandes hipopótamos negros les encantaba ir vadeando y nadar en las frescas aguas del río.
La hermana mayor de Moisés, Miriam, quedó vigilando la canasta que flotaba en el río. La Biblia nos dice lo que sucedió a continuación: "Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase".
Cuando el bebé comenzó a llorar, la hija del rey quiso quedarse con él. Miriam se acercó a la princesa y le preguntó si le gustaría que consiguiera una mujer de su gente para amamantarlo. La princesa le pidió que encontrara a alguien, y Miriam regresó con la mamá de Moisés.
Se le permitió al bebé que viviese bajo el cuidado de su madre durante el período de su lactancia, y la princesa incluso le pagaba por ocuparse de Moisés. Luego se lo llevaron a la princesa, y ella lo adoptó como hijo y lo llamó "Moisés". Fue educado en todos los temas que un joven príncipe debía saber.
Moisés nunca olvidó que él no era egipcio sino hebreo. Muchos años más tarde, después que Moisés se había casado, Dios lo llamó para encomendarle una misión divina: que sacara a su pueblo de la esclavitud en Egipto y lo llevara a una tierra propia donde pudiese ser libre. Hubo muchos peligros, pero Dios siempre estuvo con él.
Generalmente recordamos más a Moisés por los Diez Mandamientos, que Dios le dio para los israelitas. Estos Diez Mandamientos dicen que hay que adorar al único Dios y que hay que obedecer Sus leyes, incluso "No hurtarás" y "No matarás". Estas son aún hoy las leyes básicas que cumplimos en nuestra vida.
Así como Moisés fue protegido y cuidado por Dios, cada uno de nosotros puede confiar en Su amor y Su cuidado. Dondequiera que estemos, cualquiera que sea la actividad que estemos desarrollando, siempre estamos ante la presencia de Dios. Dios es nuestro verdadero Padre-Madre, y como Su hijo, el hombre está siempre a salvo. Así como Moisés tuvo que realizar una tarea especial para Dios, cada uno de nosotros tiene que llevar a cabo una labor especial. Al obedecer los Mandamientos y escuchar Su guía, descubrimos cuál es el trabajo que se nos ha asignado. Incluso, ¡puede ser que tenga algo que ver con sacar a la gente de la esclavitud!