Muchos años antes de la época de Cristo Jesús, el pueblo de Israel era esclavo en Egipto. Ayudaban a construir las ciudades para Faraón, el rey de los egipcios, o trabajaban en los campos. A pesar de que los esclavos le resultaban muy útiles, Faraón sentía temor porque eran muchos. Temía que pudieran levantarse en su contra, de modo que trató de destruir a todo bebé varón recién nacido.
Al nacer Moisés, su mamá lo escondió durante tres meses para que los soldados de Faraón no pudiesen encontrarlo. Cuando ya no pudo esconderlo más en su casa porque el niño había crecido y hacía demasiado ruido, su mamá tomó una pequeña canasta de cañas de papiro y le dio una mano de alquitrán para que flotara como un botecito y no le entrara agua. Luego colocó a su bebé en la canasta, o arquilla, como la llama la Biblia. Lo llevó a la ribera del río Nilo y puso la canasta a la orilla del agua entre las altas cañas. Debe de haber sido un momento muy triste para ella, pues no sabía si alguna vez volvería a ver a su hijo.
En algunos lugares este río es tan ancho como un lago, y en aquellos días había muchos animales a lo largo de la orilla. Había leones, leopardos y chitas que rondaban entre los arbustos y la selva que estaba más al sur. En algunos lugares, los cocodrilos dormitaban sobre los bancos de lodo. Y a los grandes hipopótamos negros les encantaba ir vadeando y nadar en las frescas aguas del río.
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