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Más vida, no menos

Del número de diciembre de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay Una Vivacidad en la vida de la mayoría de las personas de ánimo espiritual que conozco.

Estas son personas que han sido obedientes en poner a Dios en primer lugar en su vida, y han descubierto que esto produce una clase de experiencia muy distinta a la que los estereotipos tradicionales muestran sobre cómo viviría una persona religiosa.

Cuando se está con estas personas, simplemente se siente la riqueza y abundancia de la vida. Por cierto que no se siente que su espiritualidad haya limitado su humanidad. Por el contrario, ésta se ha enriquecido y expandido.

Varias de estas personas conocidas son practicistas de la Ciencia Cristiana, o están trabajando activamente para formar parte de este ministerio sanador. (Y, a propósito, ésa no es una actividad apacible, "religiosa", apartada completamente del resto del mundo.)

Uno de los argumentos más sutiles y endemoniados sostiene que si nos comprometemos demasiado con la obediencia espiritual podríamos de alguna manera quedar desconectados de la vida. Sentimos temor de perder lo que ofrece la vida o de ser privados de algo.

Naturalmente que esta sugestión de no vivir una vida plena no es una tentación nueva. Es la triquiñuela más antigua en la historia. Después de todo, en el relato de Adán y Eva la serpiente sostenía que si los dos inocentes obedecían a Dios y no comían del árbol de la ciencia del bien y del mal carecerían de mundanalidad y realización. ¡La serpiente mintió!

Esta mentira de que no tendríamos vida si obedecemos al Espíritu, Dios, es realmente sólo una variación de la más básica de las mentiras de la mente carnal: que Dios está bastante ausente y que algo más, llamado existencia material, está muy presente.

Hace algunos años, apareció en el Christian Science Sentinel un relato impresionante, como todos los demás testimonios de curaciones, incluso los que están en este número, que nos da mucho para pensar respecto a las suposiciones básicas de vivir en la materia. Esta experiencia tuvo lugar durante la Depresión de la década del treinta en los Estados Unidos de América. Un hombre que se había quedado sin empleo conoció la Ciencia Cristiana, y mediante su oración encontró un trabajo como electricista en la Represa Hoover.

Un día, cuando llevaba un pesado equipo eléctrico, el entablado sobre el que estaba cruzando encima de un profundo pozo, cedió, y se encontró precipitándose hacia el fondo. Primeramente su vida empezó a pasar rápidamente ante sus ojos como siempre había oído que sucede en situaciones como ésa. Pero dijo que lo que percibió en fracciones de segundo mientras caía, fue que Dios estaba presente y que el Dios que lo había guiado de un modo tan maravilloso a encontrar empleo en primer lugar, de ninguna manera podía arreglar las cosas así. No tuvo miedo, sino que se sintió rodeado de la presencia y el amor de Dios. Dijo que se dio cuenta de que podía darse vuelta despacio en el aire mientras estaba cayendo. Pudo asirse al encofrado de los lados del pozo, y sus pies se pararon en los andamios. Entonces trepó hacia arriba y afuera, para el asombro de sus compañeros de trabajo que habían estado mirando lo sucedido.

De este testimonio (publicado el 5 de octubre de 1987) se desprende con claridad que la experiencia no le dejó la impresión que tenía menos vida por haber sido obediente a Dios. Nosotros, también nos beneficiamos enormemente al despojarnos de la falsa impresión de que las circunstancias materiales son el marco de nuestra vida. Fue Pablo quien, en el libro de los Hechos, habló de Dios como en Quien "vivimos, y nos movemos, y somos".

Los primeros seguidores de Cristo, la Verdad, no estaban calculando sus probabilidades ni las de los demás sobre la base de las circunstancias materiales. Estaban viviendo en la luz poderosa de una enseñanza nueva, la enseñanza del Salvador de la humanidad, quien dijo: "El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha". Cristo Jesús dijo que había venido "para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia".

El cristianismo científico insiste en que debemos tener este mismo punto de vista hoy en día. El hacerlo incluye no creer en absoluto en la mentira que sugeriría que si escogemos la totalidad de Dios, el Espíritu, estamos perdiendo contacto con el bien sólido. A menudo es necesario ver a través de la tentación de pensar que la inmoralidad de una clase u otra es útil para dar más vida. (No lo es.) Y, tal vez, también sea necesario reconocer más plenamente que el orar por las circunstancias que nos aprisionan no es "no hacer nada". (En realidad, es hacer todo, lo único que nos puede despertar para ver que literalmente el hombre espiritual del Espíritu — usted y yo — no está en las circunstancias que se presentan.)

La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: "Cuando comprendamos que la vida es Espíritu, nunca en la materia ni de la materia, esa comprensión se desarrollará en autocompleción, encontrándolo todo en Dios, el bien, sin necesitar ninguna otra consciencia".

Lo notable es que la vida — la riqueza y realidad del ser — descansa en la dirección exactamente opuesta a la que sugiere la mente carnal. A medida que estamos dispuestos a renunciar el error de pensar que el bien que vemos ahora está envuelto en la materia y depende de ella, encontramos mucha más humanidad y realización. No podemos dejar de tener más vida y la sustancialidad del bien a medida que empezamos a comprender la fuente real de lo que hemos amado siempre. Esta fuente es el Espíritu omnipresente.

No es de sorprender que la espiritualidad dé más vida.

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