Acababa De Divorciarme, poniendo fin a un matrimonio seguro desde el punto de vista financiero, pero muy conflictivo. Quedé con dos niños pequeños a mi cargo, a quienes debía mantener.
Los ingresos enormemente reducidos y mi aparente inhabilidad para sustentar a mi familia, a pesar de que luchaba por conservar dos trabajos profesionales, aumentaron profundos sentimientos que ya sentía de degradación, poca autoestima, fracaso y temor. En las relaciones que entablaba por temor a la soledad, a menudo sacrificaba mis valores morales. Mi nivel de vida fue el más bajo que había experimentado. Me arrepentía y me condenaba muchísimo, porque pensaba que me había equivocado al tomar las decisiones más importantes, y ya no podría escapar de sus tristes consecuencias. También estaba muy enojada con una familia acaudalada, porque no me habían ofrecido ayuda alguna.
Entonces alguien compartió conmigo el pensamiento de que “las quejas son pobreza” (ver Himnario de la Ciencia Cristiana). Comprendí que se me forzaba a convertir mis quejas en gratitud. Me pregunté: “¿Qué es lo que tengo que agradecer?” Finalmente comprendí que tenía mucho para agradecer. Tenía dos niños sanos y felices. Estaba mental y físicamente capacitada para trabajar bien en dos empleos, y para desempeñarme como madre. Había miembros de mi iglesia filial de la Ciencia Cristiana que eran como parte de mi familia. Mis hijos y yo teníamos una casa confortable, bien amueblada, y comida en la mesa. La lista se hizo interminable cuando me dispuse a dejar de lado el sentido de carencia.
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