Acababa De Divorciarme, poniendo fin a un matrimonio seguro desde el punto de vista financiero, pero muy conflictivo. Quedé con dos niños pequeños a mi cargo, a quienes debía mantener.
Los ingresos enormemente reducidos y mi aparente inhabilidad para sustentar a mi familia, a pesar de que luchaba por conservar dos trabajos profesionales, aumentaron profundos sentimientos que ya sentía de degradación, poca autoestima, fracaso y temor. En las relaciones que entablaba por temor a la soledad, a menudo sacrificaba mis valores morales. Mi nivel de vida fue el más bajo que había experimentado. Me arrepentía y me condenaba muchísimo, porque pensaba que me había equivocado al tomar las decisiones más importantes, y ya no podría escapar de sus tristes consecuencias. También estaba muy enojada con una familia acaudalada, porque no me habían ofrecido ayuda alguna.
Entonces alguien compartió conmigo el pensamiento de que “las quejas son pobreza” (ver Himnario de la Ciencia Cristiana). Comprendí que se me forzaba a convertir mis quejas en gratitud. Me pregunté: “¿Qué es lo que tengo que agradecer?” Finalmente comprendí que tenía mucho para agradecer. Tenía dos niños sanos y felices. Estaba mental y físicamente capacitada para trabajar bien en dos empleos, y para desempeñarme como madre. Había miembros de mi iglesia filial de la Ciencia Cristiana que eran como parte de mi familia. Mis hijos y yo teníamos una casa confortable, bien amueblada, y comida en la mesa. La lista se hizo interminable cuando me dispuse a dejar de lado el sentido de carencia.
A medida que mi gratitud iba diariamente en aumento, malgastaba menos energía en temer y la usaba más en agradecer y apreciar el bien. Me di cuenta de que estaba expresando en mi vida un profundo sentido de lo que significa servir, incluso el trabajo en la iglesia. Eso era mucho más gratificador que la pobre perspectiva de una consciencia aquejada por la pobreza.
Mis ingresos aumentaron al ver a los demás y a mí misma como hijos de Dios, provistos de todo lo bueno dado por el amor de Dios. Al estar más dispuesta a recibir, pude sentir más alegría por lo que otros recibían, en lugar de sentir carencia, envidia y resentimiento.
Además, logré tener una actitud más abierta para recibir lo que me daban, sin temor de sentirme obligada o en deuda. Descubrí que recibir no es simplemente tomar de los demás, sino participar en el acto de dar y recibir, en el cual tanto el que da como el que recibe siente el amor de Dios. Comprendí que nadie podía tomar algo que fuera para mí, como tampoco lo que yo recibiera podía privar a alguien de ello.
Al disminuir el temor de un ingreso fluctuante, mi ingreso aumentó. Pude trabajar sólo a base de comisión y cubrir todas mis necesidades.
La inestabilidad en mis trabajos y en mis relaciones disminuyó a medida que mi fe y mi confianza en Dios se hicieron más firmes. En lugar de vacilar con el cuadro material del momento — sintiéndome segura cuando las cosas parecían andar bien e infeliz cuando el futuro me parecía sombrío — comprendí mejor qué y quién es Dios, y mi verdadera naturaleza espiritual como la amada idea de Dios, hecha a Su imagen. Dios no actúa por medio de la pobreza, la limitación, el castigo o el temor. Esas son creencias mortales y falsas. El se expresa, en cambio, por medio de cualidades espirituales como el amor, la gracia, la misericordia, la abundancia, la estabilidad y la seguridad. Nuestra tarea es estar alerta a esta verdad y aferrarnos firmemente a ella, sin permitir que ninguna sugestión errónea perturbe nuestra paz.
Cuando llegué a comprender que siempre he sido la hija espiritual de Dios, pura, no afectada por una historia humana discordante, sentí un profundo gozo. Con este renacimiento espiritual entablé relaciones más puras y sanas, libres del temor y la satisfacción propia. Con el tiempo perdoné a miembros de la familia por lo que había sucedido en el pasado.
A lo largo de los años, a través de muchas experiencias de curación en diferentes aspectos de mi vida, mi nivel de vida se ha elevado de manera permanente. Continúo edificando sobre cimientos cada vez más profundos de amor, pureza, gracia y misericordia; y me encuentro dando y recibiendo más y más del mayor don en el mundo: el amor a la semejanza del Cristo. Mi gratitud se ha enriquecido con creciente fe y confianza en Dios. “La Verdad trae los elementos de la libertad. Su estandarte lleva el lema inspirado por el Alma: ‘La esclavitud está abolida’. El poder de Dios libera al cautivo. Ningún poder puede resistir al Amor divino” (Ciencia y Salud).
Sedona, Arizona, E.U.A.
